
magínese que llueve, cielo gris, frío, uuuy qué frío, hay gotas de las gordas, gotazas, pobres tejas. ¿Se fijó en las tejas, en sus tejas, en los colores de sus tejas? ¿Nooooo? ¿Síííííííí? ¿De qué color las tejas? ¿Y se pasean gatitos como en las mías? Sí, ya sé, que qué pasó con el cuento, que a qué horas vamos a empezar y todo eso… Pasa que en este cuento llueve mucho, y hay gotas gordas y tejas de barro, uno que otro gato y una señora con bigote llamada Georgina, abuela campesina que hace arepas* fantásticas de chócolo*, ¿conoce?
Georgina descubre que una arepa se puede hacer de cualquier cosa, luego de que Natalia (nieta pecosa, de voz chillona) le muestra su plastilina recién mezclada…
—Sí, abuela, te hago arepas y una estufita y servilleta donde poner la arepita, mira…
La abuela un-poco-loca le arrebata la plastilina a la pobre chiquita, practica recetas que no había podido hacer por falta de semillas y condimentos que ya no venden. Sirve todo en un platito, feliz, porque sabe que ahora, con la plastilina, por ahí todo