CAPÍTULO
1
EMI Y LOS MOSTRIS
Emi barrena olas. No cualquier ola: elige las más altas, esas que lo van a llevar más lejos, hasta la orilla.
—¡MIRÁ, MIRÁ! Ahí viene una gigante —le avisa Alejandro, su hermano.
Mira hacia atrás, atento y preparado. El agua marrón parece inflarse e inflarse hasta ocultar el horizonte. EMI BRACEA RÁPIDO, para acercarse a esa montaña de agua que lo transportará de panza hasta la playa. Pero la ola rompe antes de lo previsto y lo derriba. Debajo del agua marrón y turbulenta, Emi se siente un poco medusa mientras es llevado sin control de un lado para el otro, hasta terminar patas arriba en la playa. Los ojos le arden y tiene arena hasta en los oídos, pero se pone de pie enseguida, RIENDO A CARCAJADAS POR LA AVENTURA.
—¿Viste, Ale? ¡Di como mil vueltas! —le dice a su hermano, que sí pudo barrenarla hasta el final.
—¡Salgamos que allá están LOS MOSTRIS! —Ale señala a un grupo de chicos que llegan corriendo a toda velocidad, descalzos y a los gritos porque la arena les quema los pies.
—SALÍ VOS, YO YA VOY. ¡PERO MIRAME, EH!
¡NO DEJES DE MIRARME
Y DE CONTARME LAS OLAS!
Emi se siente un surfista profesional, pero no lo es, apenas tiene cinco años. Por eso le resulta difícil acumular muchas olas con resultados perfectos. Cada tarde las cuenta con la ayuda de su hermano. Si rompen antes de llevarlo hasta la orilla, NO VALEN. Si lo deslizan hasta terminar de pecho en la arena, sí.
—¿A CUÁNTAS OLAS TENÉS QUE LLEGAR HOY? —pregunta Ale. Sabe que su hermano no va a irse del mar hasta no superar su marca del día anterior.
—¡Dieciséis!
—Te faltan bocha. ¿Volvemos a pata y compramos chocolatada? ¿O vamos en bondi? ¿Qué decís, Emi?
—¡CHOCOLATADA! —grita Emi mientras corre otra vez hacia adentro del agua, luchando contra la corriente, para llegar hasta la altura donde las olas todavía crecen mansas y él puede treparlas.
Pero apenas pasan unos minutos, su hermano le hace gestos desde la playa.
—¡EMI! VENITE A JUGAR AL FÚTBOL CON LOS MOSTRIS, QUE NOS FALTA UNO.
Emi sale, porque sigue a su hermano a todos lados con esa mezcla de amor, envidia y admiración que solo un hermano mayor puede generar. Pero va refunfuñando: no lo dejó llegar a su meta antes de irse del mar y eso le molesta.
Los chicos marcan la cancha con los dedos, dibujándola en la arena mojada, mientras él merienda su chocolatada. No importa que después tengan que caminar cuarenta minutos hasta la casa, LA CHOCOLATADA DULCE SE LLEVA EL GUSTO SALADO DEL MAR Y LO VUELVE A PONER DE BUEN HUMOR.
Uno de los amigos trae una pelota y se van repartiendo de un lado y del otro de la cancha.
Es la primera vez que LO INVITAN A JUGAR, así que Emi se queda pegadito a su hermano, entre nervioso y tímido. Pero en cuanto los chicos salen corriendo detrás de la pelota, él se suma...
AMOR A LA PELOTA, AL ARCO, A LOS AMIGOS DISPUTANDO ESE BALÓN QUE PASA DE UN PIE A OTRO Y DE AHÍ VOLANDO AL GOL. Y aunque es más pequeño que el resto, la cancha no le queda para nada grande.