Juegos y desafíos

Varios Autores

Fragmento

UNA BREVE HISTORIA…

Hace muchos años, una mañana del 15 de febrero de 1974, apareció en los puestos de prensa de Bogotá una extraña revista que llevaba en la portada siluetas de hombres armados y una cintilla que anunciaba artículo exclusivo de Gabriel García Márquez sobre el golpe militar de Pinochet en Chile.

Lo primero aludía a la forma como operaba la contraguerrilla en la Colombia de entonces y lo segundo era una exclusiva mundial,en la pluma del más destacado escritor latinoamericano del momento, sobre el papel desempeñado por Washington en el derrocamiento del presidente Salvador Allende.

Esa primera edición de Alternativa fue de 10 mil ejemplares y se agotó en menos de 48 horas. A su exitoso bautizo contribuyó el decomiso de ejemplares que realizó la Policía en varios puntos de venta de la capital. Un torpe acto autoritario que se volvió la mejor plataforma de lanzamiento. Pero a la vez explicable: la opinión no estaba acostumbrada —y mucho menos el Gobierno— a una publicación de esta índole sobre temas que los medios evadían. Por eso la fuerza pública de un país que vivía en permanente estado de sitio reaccionó de manera tan automática como atolondrada ante una publicación de sospechoso empaque subversivo.

De ahí en adelante, cada edición de Alternativa creció y se agotó, hasta llegar en el número 18 a cerca de 30 mil ejemplares. Una circulación insólita para una publicación de izquierda y un éxito que condujo, tal vez no paradójicamente, a su primera y ruidosa crisis interna. Pero vamos por partes. Para entender cómo y por qué surgió una revista que pretendió “mostrar al país como es y no como dicen que es” y propiciar, al mismo tiempo, la unidad de la atomizada izquierda colombiana, hay que ubicarse en el espíritu inconforme y disidente de la época. A quienes no vivieron esos tiempos calenturientos les debe resultar difícil captar la atmósfera del momento: cuán radicalizado y politizado era el ambiente y cuánto pesaban el embrujo del Che Guevara y la influencia del marxismo entre la juventud universitaria.

Inicialmente quincenal y muy pronto semanal, Alternativa fue una aventura editorial que se propuso cambiar el estereotipo de un periodismo de oposición acartonado y dogmático, para ofrecer una posibilidad informativa distinta de la denominada “gran prensa” del sistema y convertirse, además, en elemento de cohesión de una izquierda fragmentada en varios partidos y movimientos que oscilaban entre las urnas y las armas (la sola guerrilla tenía en los años sesenta tres facciones —FARC, EPL, ELN— que en los setenta se volvieron más de siete con el Quintín Lame, el M-19, y grupúsculos como el PLA, ADO, PRT Y MIR-Patria Libre). En un comienzo la revista tuvo una mal disimulada simpatía por la lucha armada, que traslucía una realidad social difícil de ignorar, reflejada en las frecuentes acciones guerrilleras, las simpatías que generaba dentro del movimiento estudiantil y el apoyo que desde Cuba recibían los focos insurreccionales en toda la cordillera de los Andes. Imbuidos del ánimo de la época, se decidió que no se firmarían los artículos pues la concepción era la de un trabajo colectivo, de equipo, y no de individualidades. “Lo que publicamos define lo que somos”, había dicho en su momento Barney Rosset, el fundador de Evergreen Review, la más atrevida publicación de Estados Unidos de los años sesenta, y ese fue de alguna manera nuestro espíritu, aunque el lema de la revista fue el de “Atreverse a pensar es empezar a luchar”. Combinábamos la denuncia frontal sobre corrupción política y violación de derechos humanos con extensos informes de la realidad económica y social, y con secciones como La historia prohibida, que recordaba episodios polémicos del pasado nacional; Voz de la base, que contaba lo que acontecía en un movimiento sindical y campesino huérfano de prensa, o ¿Qué hay de nuevo en Macondo?, una página de panfletario humor político. Apoyado todo en mucho lenguaje gráfico, portadas irreverentes, caricaturas mordaces y provocadores fotomontajes de personajes de la actualidad nacional y mundial. Este libro contiene una selección editada de esas secciones y carátulas, además de distintos textos, por primera vez reeditados en Colombia, que para la revista escribió Gabriel García Márquez.

Alternativa fue un producto de su época y proyectó el pasional idealismo de los años setenta, teñido de no poco sectarismo ideológico. Nació en medio del auge de la protesta social y del activo movimiento sindical y campesino que vivía entonces Colombia, y también de la tensa situación que creó en el hemisferio el derrocamiento y muerte de Salvador Allende en Chile. Fuimos utópicos, arrogantes y hasta cierto punto irreales. Alguien habló de “optimismo desmesurado y fascinante macondismo”. Considerados peligrosos por el gobernante sistema bipartidsita del Frente Nacional, descaradamente subversivos por las Fuerzas Armadas, y sin duda irritantes para la izquierda marxista, encarnada en el ortodoxo y prosoviético Partido Comunista, o en el muy antisoviético y prochino MOIR (Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario), cuyo líder Francisco Mosquera decía, aludiendo a la difusión de la revista entre los grupos revolucionarios, que esta era como un elefante que deambulaba sin rumbo, pisoteando un jardín de margaritas. ¿Qué se creen estos carajos?, se preguntaban unos y otros. Y, de verdad, ¿quiénes éramos? ¿De dónde salió esta iniciativa periodística y cómo logró convertirse en la más difundida publicación en la historia de la izquierda colombiana, y posiblemente de América Latina?

Aternativa reflejó un fenómeno periodístico, político y generacional. No sé en qué orden, pero todos sus fundadores estábamos en la izquierda, queríamos crear un órgano de comunicación alternativo y éramos casi coetáneos. Fuimos un grupo inicial heterogéneo de unas 20 personas, que provino de tres vertientes: la Fundación Pro Artes Gráficas, donde nos agrupamos Daniel Samper Pizano y yo como periodistas, el investigador Jorge Villegas Arango, el fotógrafo Jorge Mora y los artistas del Taller Cuatro Rojo, Diego Arango y Nirma Zárate; la Fundación Rosca de Investigación y Acción Social que dirigía Orlando Fals Borda, considerado el padre de la sociología en Colombia, junto con el antropólogo Víctor Daniel Bonilla, el diseñador Carlos Duplat, el ensayista Augusto Libreros (entre otros); y un grupo que salió de la Universidad del Valle, encabezado por el economista y profesor Bernardo García, primer director y quien propuso el nombre de la revista; la periodista Cristina de la Torre y José Vicente Kataraín, quien sería el primer gerente.

A este equipo fundador, que tenía algo de renombre y pergaminos, le faltaba sin embargo una personalidad de izquierda de real prestigio nacional e internacional. Esa figura era Gabriel García Márquez, quien ya gozaba de la fama de Cien años de soledad y tenía una reconocida posición progresista. Yo lo había conocido en 1972 por intermedio de su gran amigo, el escritor cienaguero Álvaro Cepeda Samudio, y el grupo me encomendó la tarea de vincularlo al proyecto. Resultó un encargo bien complicado pues grandes eran las reticencias del futuro Premio Nobel. A Gabo le repelían la solemnidad y el canibalismo ideológico de la izquierda colombiana (“son unos petardos”, repetía). Me advirtió que el proyecto estaba condenado al fracaso y que “en Colombia la revista es un género desdichado”. Finalmente, tras semanas de mi cansona insistencia, aceptó figurar entre los fundadores y terminó comprometido a fondo, arbitrando nuestras discusiones, criticando nuestros excesos y escribiendo de manera regular en una publicación que, contra todo pronóstico (incluyendo el suyo), duró seis largos años. Su nombre, su autoridad y su pluma fueron cruciales en la proyección y éxito que tuvo Alternativa.

Los temores de Gabo eran comprensibles y al final resultaron casi premonitorios. En una de sus columnas de 1977 escribió que “en el archipiélago de incomunicación e irrealidad de las izquierdas colombianas, no hay un criterio unánime en relación con nada, pero mucho menos en relación con esta revista, que unas semanas es leída en voz alta en la universidad entre aplausos y gritos de entusiasmo, y en otras semanas los mismos que la aplaudieron la queman en ceremonias públicas aprendidas de los fascistas”. Palabras que reflejan bien el eterno dilema de Alternativa y su tensa relación ambivalente, casi de amor-odio, con las fuerzas políticas del llamado “campo revolucionario”. El objetivo de competir con la gran prensa y procurar la unificación de la izquierda era sin duda presuntuoso, aunque lo primero en algo se cumplió. Mientras duró, la revista fue una alternativa informativa: denunció lo que nadie se atrevía, suplió enormes vacíos de los medios tradicionales sobre la otra cara de Colombia y sacó a la izquierda de su gueto periodístico. En un país acostumbrado al periodismo complaciente y oficialista del Frente Nacional, tal vez no extraña que un fenómeno como el de Alternativa hubiera tenido tal impacto. Pero la pretensión de cabalgar por encima de los cismas del comunismo mundial o de las influencias de Moscú, Pekín o La Habana sobre sus adeptos criollos fue una candidez. No deja de llamar la atención que cincuenta años después, desaparecidos ya comunismo, maoísmo, trotskismo o el propio marxismo como referencias políticas creíbles, además de fracasadas revoluciones cubanas o bolivarianas, la izquierda en Colombia sigue atravesada de divisiones donde parecen pesar más los egos que las ideas. Persiste lo que alguien llamara “el narcisismo de las pequeñas diferencias”.

El terco empeño unitario de Alternativa terminó —quién lo creyera— dividiendo por cuatro lo que ya estaba dividido en tres y, para rematar, en una militancia política grupista que la revista siempre había rehuido. Fue lo que sucedió con la campaña “¡Firme!”, que en 1978 lanzó el semanario para promover un plebiscito de medio millón de firmas ciudadanas, que le reclamara a la izquierda un candidato único en las elecciones presidenciales. La iniciativa caló más de lo esperado y en pocos meses se convirtió en una corriente de opinión que recogió más de 250 mil firmas, que fueron entregadas en un atiborrado acto en el Salón Elíptico del Capitolio Nacional. Pese la acogida que tuvo la convocatoria, a las decenas de comités de apoyo que brotaron en todo el país, y a la adhesión de destacadas figuras del deporte, la cultura, la academia, y la del propio García Márquez, los partidos de izquierda (PC, MOIR, PST) se negaron a renunciar a sus respectivos candidatos. Ante lo cual, y en vista de la acogida que había tenido el plebiscito por la unidad, se optó por que la campaña publicitaria de “Firme por un candidato único contra el sistema” se transformara en un movimiento político, Firmes, que lanzó listas propias para las elecciones de mitaca de 1980, en las cuales figuré (sin éxito, por fortuna) en segundo renglón al Concejo de Bogotá. Sin querer queriendo, contrariando postulados iniciales, Alternativa se convirtió así en caja de resonancia de un grupo político, que fue apoyado de manera poco discreta por el M-19. No dejó de informar sobre los demás grupos, ni asumió tonos de gritona militancia, pero sí fue un viraje significativo de filosofía editorial. En lo puramente personal fue una experiencia aleccionadora y agridulce. Víctima de mi propio invento, si se quiere, al haber copatrocinado el fenómeno de Firmes, que, entre otras cosas, confirmó mi nula vocación de líder político. Soy incapaz de echar discursos puño al aire y carezco de la libido imperandi que se supone debe caracterizar a un exitoso hombre público. Lo mismo podría decir de Antonio Caballero, jefe de redacción de la revista, y de Jorge Restrepo, del Comité Editorial, ambos periodistas tan destacados como reacios al protagonismo de la actividad política. Firmes tuvo un debut electoral más o menos decoroso: sacó concejales y diputados en algunas regiones del país (entre otros al maestro Gerardo Molina para el Concejo de Bogotá), pero el movimiento languideció poco después en medio de las incurables tribulaciones de la izquierda, reflejadas luego en las presidenciales de 1982 con una lacónica votación que no llegó, entre todos los grupos, al cinco por ciento del total nacional. Navegar con y entre el periodismo militante, sin caer en la militancia, no fue del todo posible, como lo demostró aquella efímera experiencia de Firmes, que fue para nosotros una definitiva confirmación del ejercicio kafkiano que significaba aglutinar a la emotiva izquierda de los setenta. Eran demasiados los matices, demasiados los grupos y subgrupos; demasiadas las pasiones, tensiones y fricciones.

Habríamos de vivir, además, en carne propia, las divisiones que tanto criticábamos. La revista que proclamaba la unidad de la oposición al sistema por sobre todas las cosas, no logró mantener su propia unidad. La primera crisis interna estalló en octubre de 1975, a los nueve meses de lanzada y cuando estaba en el tope de circulación. Su acogida y difusión despertaron apetitos malsanos y viejas mañas hegemónicas en una izquierda aún contaminada de concepciones leninistas sobre la prensa, que terminaron por provocar una ruptura.

El grupo fundador que representábamos con García Márquez decidió partir cobijas con Fals Borda y su equipo, que alentados por el M-19 querían salir del director Bernardo García y del gerente José Vicente Kataraín, dizque por trotskistas y divisionistas, a lo cual nos opusimos de manera categórica. La ruptura de Alternativa (contada en más detalle en mi libro El país que me tocó), se pagó caro en términos de su circulación e imagen. El desconcierto de los lectores se agudizó con la aparición de una Alternativa del Pueblo, idéntica en formato, editada por el otro grupo, que alcanzó a circular un par de meses. La escandalosa garrotera fue un auténtico “papayazo”, que los voceros y medios del sistema supieron explotar con habilidad. “Dios los hace y ellos se dividen” se tituló una cáustica nota editorial de El Tiempo. Más allá de fricciones ideológicas o políticas, la división también obedeció a distintas concepciones del periodismo. El sector de la Fundación La Rosca de Fals Borda propugnaba por uno “más combativo y comprometido con las luchas populares” (al punto de que invirtieron el lema de la la revista para convertirlo en “Atreverse a luchar es empezar a pensar”), mientras que el nuestro buscaba algo más informativo y analítico, que también abordara temas usualmente ajenos a la prensa de izquierda: deporte, cine, salsa, rock y certámenes populares no políticos como reinados de belleza, corralejas, festivales vallenatos… La revista nunca recuperó la circulación que tenía antes de la crisis, aunque sí encontró un tono y una temática más consistentes. En la segunda etapa entraron al equipo de redacción Antonio Caballero, Jorge Restrepo, Hernando Corral, Héctor Melo, María Teresa Rubino (Artes), Manuel Vargas (Diagramación) y Manuel Segura (Producción).

Pese a la identidad con García, Kataraín y su equipo, también aquí surgieron diferencias que con el tiempo se agudizaron. Ellos planteaban ruptura tajante con el M-19 y demás grupos armados, y nosotros fuimos reticentes. Fue apenas uno de los factores de distanciamiento y en este tenían razón. Equivocación de Alternativa fue no haber advertido los funestos efectos que producirían los crecientes excesos de la lucha armada en el contexto colombiano —la guerrilla ya secuestraba a diestra y siniestra— y también en el suramericano, donde las acciones de Tupamaros en Uruguay, o del ERP y Montoneros en Argentina, condujeron a dictaduras militares y al surgimiento de escuadrones de la muerte al estilo de la tenebrosa Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), precursora del paramilitarismo de los años ochenta en países como Colombia. También es cierto que, al mismo tiempo, avanzaban en Centroamérica las insurgencias armadas que con creciente éxito y apoyo popular combatían a las dictaduras de derecha en Nicaragua, Guatemala y El Salvador, y estaba fresco el traumático recuerdo del golpe militar de 1973 contra Allende, que hizo que la consigna chilena de “pueblo unido jamás será vencido” fuera desplazada por la de “pueblo armado jamás será aplastado” entre la izquierda radical de América Latina y Colombia. Otros tiempos, ciertamente, y con cincuenta años de por medio es más fácil establecer distancias críticas. No lo era tanto en esa época y Alternativa no vislumbró bien lo que corría pierna arriba, pese al ominoso presagio de los ataques que ya sufrían voceros legales de la izquierda. Las bombas que a fines de 1975 detonaron en la sede de la revista y en mi casa (y en el semanario Voz Proletaria y el diario El Bogotano, amén de una ola de atentados personales) fueron parte de una estrategia para amedrentar a quienes los servicios de inteligencia militares consideraban afines a la subversión.

A finales de 1976 se produjo, entonces, retomando el hilo, una segunda crisis interna que por mutuo acuerdo —y por la sabia exigencia de García Márquez, que había sufrido mucho con la primera— no se hizo pública. Pero sí nos obligó a una pausa de varios meses para fortalecer las menguadas finanzas de una publicación ya amenazada por un crónico déficit estructural. En el acuerdo de partición con el grupo García-Kataraín nosotros nos quedamos con Alternativa y sus deudas, y ellos con la distribuidora “El Zancudo” (luego La Oveja Negra), a la que García Márquez en magnánimo gesto conciliador entregó los derechos de sus libros en América Latina. Días antes de protocolizarse la separación, en una lacónica reunión con algunos miembros de la redacción en el apartamento de Gabo en Bogotá, sugerí que deberíamos hacer un último esfuerzo por superar diferencias con el grupo García, pues ellos manejaban gerencia y producción, y meternos en áreas que poco dominábamos sería un enorme desgaste adicional. Pero no hubo ambiente. A algunos, como Jorge Restrepo, Héctor Melo, Hernando Corral y María Teresa Rubino, en ese entonces mi esposa, les pareció mejor seguir solos. La relación se había deteriorado y ya no había animus societatis como advirtió nuestro abogado, Ismael Enrique Arciniegas.

Vino pues un receso de cuatro meses para reagruparse, tomar aire y asumir el embrollo financiero, para lo cual contamos con la asesoría del economista Armando Vegalara, antiguo simpatizante del PST, quien trazó pautas y recomendaciones para evitar una quiebra inmediata. En mayo de 1977, Alternativa reapareció con un equipo renovado y, por primera vez, con una muy amplia nómina de colaboradores y columnistas de renombre —todos ad honorem por supuesto— entre los cuales figuraron Diego Montaña Cuellar, Salomón Kalmanovitz, Daniel Samper Pizano, Gerardo Molina, Eduardo Umaña Luna, Álvaro Tirado Mejía, Jorge Orlando Melo, Beatriz de Vieco, Jesús Antonio Bejarano, Patricia Lara, Antonio Restrepo Botero, Jorge Child, Ramiro de la Espriella, Diego León Hoyos, Pepe Sánchez,Nazareth Cruz, Ramón Pérez Mantilla, José Gutiérrez, Luis Carlos Pérez, Estanislao Zuleta y el inolvidable médico Guillermo Fergusson. A la planta de redacción se incorporaron los jóvenes periodistas Mauricio Romero, Jorge Gómez Pinilla, José Fernando López, Pepe Pardo, Carlos Gerardo Agudelo y, poco después, el diseñador gráfico Carlos Duque, el del famoso afiche de Galán. Hacia el final se vinculó Roberto Pombo, que había sido corresponsal en Brasil y a quien le tocó cubrir la toma de la embajada dominicana. La gerencia fue ocupada por Gerardo Quevedo Cobos, ingeniero industrial del Valle, asesinado varios años después tras su presunta participación en el secuestro de Camila Michelsen por el M-19 en 1985. Del equipo inicial continuaron figuras claves como el fotógrafo Lope Medina, la administradora Rosa Dalia Velásquez y el caricaturista Ugo Barti (Armando Buitrago). Como secretaria de redacción fue nombrada Kelly Velázquez, luego destacada periodista en Europa. En esta nueva etapa figuraron como director Enrique Santos Calderón y como jefe de redacción Antonio Caballero, cuyas caricaturas, en especial las del Señor Agente, fueron sello distintivo del semanario.

Para este relanzamiento García Márquez escribió una columna titulada Mis dos razones contra esta revista, en la que reiteró su pesimismo sobre este género de publicación, que en Colombia, decía, tiene “el destino intenso y fugaz de los amores de verano”. Pero aceptó aparecer como consejero editorial y también anunció que iniciaría una exclusiva columna quincenal “para decir lo que me dé la gana por mi propia cuenta”, no sin antes advertir que “Alternativa es un órgano indispensable en las condiciones actuales del país”. Y ahí siguió tres años más, hasta el número final. Periodista hasta la médula (“mi primera y única vocación es el periodismo”, dijo en 1976), en sus fugaces visitas a la redacción cuando estaba en Colombia, Gabo mostraba todo su amor y dominio del oficio. Ya fuera en el olfato noticioso o en detectar el pequeño detalle olvidado que lo dice todo; en sus críticas a la falta de rigor informativo o de imaginación en el lenguaje; en sus propuestas sobre portadas y temas de investigación, o simplemente en la forma como explicaba, una y otra vez, que el buen periodismo comienza por saber contar una buena historia… Fue invaluable, en fin, el aporte del Nobel a la publicación que le causó no pocos dolores de cabeza. La revista lo metía en vainas que lo aburrían mucho, desde nuestras peleas internas hasta las que casábamos con personajes nacionales que él estimaba (como Alfonso López Michelsen, Julio Mario Santo Domingo y el propio Alberto Lleras, a quien admiraba y llamaba “el monarca”.) “No me metan en esos pleitos, muchachos —nos repetía—, ni me cuadren entrevistas, ni me inviten a coloquios, ni me pongan a dar conferencias”. No era lo suyo. Lo suyo era escribir, aunque también detestaba los congresos de escritores.

Los seis años en que García Márquez estuvo en Alternativa fueron la etapa más politizada de su vida. La del “periodismo militante”, como la llamó su biógrafo Gerald Martin. Coincidió con el auge de las dictaduras militares en el Cono Sur, que él se dedicó a denunciar, comenzando por la del abominado Pinochet, motivo de su “huelga literaria”, que por fortuna duró poco. En este terreno no rehuyó compromiso alguno y participó en todos los comités imaginables: en el que integró con Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir contra la tortura, en el Tribunal Russell, en la Fundación Habeas por los Derechos Humanos, en los de solidaridad con los refugiados chilenos, para mencionar solo algunos. Al mismo tiempo, evitó participar directamente en política o cualquier activismo partidista, que él sabía lo alejaba de su vocación verdadera. Era agobiante la presión que recibía de todos lados para que tomara posiciones, apoyara causas, firmara manifiestos… “Estoy tan metido en la política que siento nostalgia por la literatura”, dijo más de una vez.

En Colombia esas presiones se multiplicaban y, además del acoso de lagartos políticos de todos los pelambres, los grupos de la izquierda, legales o ilegales, lo buscaban de manera incesante, y tuvo comunicación con Bateman y también con Antonio García del ELN, quien incluso le envió un libro de poemas suyos. Todo esto, sumado a sus reiteradas críticas al Gobierno Turbay por violación de los derechos humanos, enardeció al alto mando militar y llevó a que en 1981 el más ilustre de los colombianos terminara refugiado en la embajada de México, convencido de que el general Camacho Leyva buscaba apresarlo.

Quienes conocen de las peripecias de Gabo en la revista deben recordar muy bien el sentido del humor que aplicaba a las situaciones más diversas, con su singular capacidad para mamarle gallo al dramatismo solemne de los cachacos (“cachaco es todo el que nace de Magangué pa'bajo”, decía Mercedes Barcha, su esposa y compañera del alma). Lo espantaba la jerga ideológica y vivía los sobresaltos de la izquierda latinoamericana con una mezcla de resignación y realismo. Sobre todo de realismo: a comienzos del 74 afirmó en Il Manifesto de Roma que “el camino de la revolución está bloqueado y lo estará tanto más cuanto más se demoren las izquierdas en admitirlo”. Para los sectores radicales que aquí y en el exterior pensaban que la revolución estaba a la vuelta de la esquina, afirmaciones como estas de García Márquez resultaban inaceptables y derrotistas. A cada rato en la revista surgían discusiones sin fin sobre el tema y él siempre hablaba de mirar más allá y de no olvidar que “ante todo somos periodistas”.

Para el número 200, al llegar a cinco años de vida, la revista publicó un editorial sobre sus propósitos iniciales. Reiteró los de “reinterpretar críticamente la realidad colombiana, difundir el pensamiento de izquierda, suministrar material de análisis a las organizaciones comprometidas con el cambio y explicar la manera como las tendencias económicas afectan las condiciones de vida de la gente”. Y, de entrada, reconoció que el de contribuir a la unidad de la izquierda “había demostrado ser infinitamente más complejo”. Para ese número fueron entrevistadas veinte personalidades nacionales para conocer qué juicio les merecía Alternativa en su primer quinquenio. La primera opinión registrada fue la del presidente en ejercicio, Julio César Turbay Ayala, quien fue directo y franco: “La revista no es objetiva pero es interesante y lo hace mejor cuando combate el sistema con ideas que cuando se deleita en la apología del delito y de los delincuentes. Debe perdurar, como un testimonio del régimen de ilimitada libertad de prensa que existe en esta calumniada república de leyes”.

Por esa época, se había hecho sentir de nuevo Jaime Bateman, de quien nos habíamos distanciado tras la crisis con el grupo de Fals Borda, propiciada en gran medida por el M-19 que él comandaba. Bateman reconoció que se habían equivocado y se propuso recomponer relaciones con la revista, lo que se dio al punto de que, como ya se mencionó, Alternativa y “el eme” fueron instrumentales en el lanzamiento de Firmes. Y, vueltas que da la vida, muchos años después de aquella pelea de 1975 con La Rosca y de la desaparición en 1980 de Alternativa, Orlando Fals Borda quiso revivirla en los años noventa y recibió nuestra aprobación para utilizar el nombre. Más allá de las agrias diferencias que tuvimos, fue un académico de gran integridad personal e intelectual, siempre preocupado por impulsar proyectos de comunicación al servicio de la comunidad. El de reeditar el semanario sin embargo no cuajó y tras un par de números fue abandonado. Fals Borda escribió, diez años antes de su muerte en el 2008, que para la izquierda de entonces la aparición y cierre de Alternativa fue “una prueba de fuego, que demostró tanto su idealismo como su nefasta capacidad suicida”. Sostuvo que para las derechas la revista fue un peligroso desafío pues “las estructuras políticas y económicas del establecimiento fueron desnudadas por sus propios hijos, a través de análisis magistrales que empezaron a abrir las brechas que condujeron a la Constitución de 1991”. El sociólogo barranquillero, autor de obras tan importantes como La subversión en Colombia (1967) e Historia doble de la Costa (1979), habló del “fascinante macondismo y utopismo desmesurado” de la publicación de la cual fue fundador (y luego excluido), y en un artículo en el número 70 de la revista Credencial sostuvo que “Colombia le debe mucho a Alternativa pues el país sigue necesitando ese periodismo crítico, rebelde y serio, que hizo de aquel semanario el fenómeno comunicativo de la época”.

Mucha gente se pregunta si sería posible publicar hoy una revista parecida, y tengo mis dudas. No solo por el profundo revolcón que ha sufrido el periodismo con las redes sociales, o por simple cuestión de seguridad y supervivencia en un país con tanta intolerancia, violencia y polarización, sino porque sus referentes ideológicos han perdido vigencia, y la juventud de hoy es más apolítica y conservadora de la que acogió la aparición de Alternativa (aunque la beligerancia de las marchas del 2019 sugiere un nuevo radicalismo, menos ideológico que el de los años setenta y ochenta). Lo que no ha perdido un ápice de vigencia es la necesidad de un periodismo independiente y crítico, que destape ollas podridas y fiscalice a poderes públicos y privados. En noviembre del 2014, con motivo de los 40 años de Alternativa, el Archivo de Bogotá realizó una muy completa exposición sobre su época y trayectoria. Para la curadora, Gloria Vargas Tisnés, “coraje, militancia y frescura” son las palabras que mejor la definían. Lamentó ella que hoy poco se hablara de un semanario que tanto impacto tuvo en la Colombia de esos años, mientras que la diseñadora de la exposición, Susana Medina, destacó su actualidad y como ejemplo puso temas de la última edición: “Marihuana: personaje económico de la década”; “Intimidades de un soborno: la compra de helicópteros por el Gobierno Nacional” y “La libertad de prensa nace de la punta de la chequera”.

Sobre la historia misma de la revista, el exredactor Carlos Gerardo Agudelo publicó una extensa tesis de doctorado en Periodismo y Comunicación de la Universidad de Maryland (Daring to think is beginning to fight; VDM Verlag; 2007; 218 páginas), en la que se pregunta cómo hizo esta revista para sobrevivir seis años en condiciones tan adversas. Aventura la tesis de que al sistema como tal “le convenía que se mantuviera viva, para mostrar que se respetaba el derecho constitucional de la libertad de prensa, mientras la socavaba por diferentes mecanismos, como la asfixia económica, el sabotaje de la distribución y las amenazas anónimas permanentes”. Agudelo subraya la preeminencia del nombre de García Márquez, que “era su imagen en el exterior y su más importante colaborador”, y alega que Alternativa también sobrevivió por “la resonancia de un tipo de periodismo que nadie había osado practicar hasta entonces (…) clausurarla hubiera generado imprevisibles repercusiones para el Gobierno”. La verdad es que sí hubo, en años inmediatamente anteriores, publicaciones independientes, osadas y combativas, como lo fueron la revista La Nueva Prensa, de Alberto Zalamea en los años sesenta y, en los setenta, el matutino El Periódico, de Consuelo de Montejo, encarcelada varios meses por el Gobierno Turbay, que ella denunciaba sin cesar (fue acusada de posesión de un arma sin salvoconducto). Y ganas de silenciar a Alternativa no faltaron. Quien más ganas tuvo fue el ministro de Defensa de Turbay, general Luis Carlos Camacho Leyva, quien planteó en consejo de ministros detener a todo el cuerpo directivo, incluyendo a García Márquez, por presuntos nexos con el M-19. Eso no ocurrió porque el ministro Gilberto Echeverri Mejia exigió pruebas, que el general Camacho nunca produjo.

En un terreno autocrítico y a la luz de vigentes códigos del periodismo, Alternativa no fue propiamente un modelo de objetividad o equilibrio. Pero nunca lo pretendió ser y, más aún, desde el primer número declaró su parcialidad a favor de posiciones políticas contestatarias. Se trataba, después de todo, de destapar, denunciar y “contrainformar”. Publicamos artículos basados en una sola fuente, planteamos interrogantes sin ofrecer respuestas, llegamos a conclusiones apresuradas, juzgamos sin tener todas las pruebas… Fuimos excesivos y en muchas ocasiones injustos, pero nunca calumniadores. Todas las demandas judiciales que le cayeron al semanario —de ministros de Defensa para abajo (por ejemplo del general Varón Valencia en 1978)— se ganaron en los tribunales. Y al margen de sus falencias o desmesuras, la revista fue en muchos sentidos una experiencia pionera. Por primera vez se le dio vocería política a los deportistas, al punto de que estrellas del fútbol como Alejandro Brandt tuvieron columna fija. El tema del medioambiente, aún exótico, fue motivo de permanentes denuncias (destrucción de la isla de Salamanca, contaminación de la bahía de Cartagena, desecación de las ciénagas de Córdoba por ganaderos, tala de árboles en los parques nacionales, etcétera). Los derechos de las minorías étnicas estuvieron presentes desde el primer número y abundaron las páginas dedicadas a las luchas de las comunidades del Cauca o de la Sierra Nevada. La revista habló de la legalización de la marihuana 35 años antes de que se volviera tema socialmente aceptado; cubrió el primer congreso homosexual en Medellín cuando el homosexualismo era tópico tabú —también para la izquierda—, y ayudó a imponer en el país el concepto político de los Derechos Humanos, que apenas se mencionaban. En esa especie de “Tíbet de Suramérica” que era Colombia, un país que solo se miraba el ombligo, los asuntos internacionales ocuparon espacio destacado, y se lograron auténticas primicias mundiales sobre lo que ocurría dentro del Frente Sandinista de Nicaragua y el FMLN de El Salvador, únicas guerrillas exitosas en el hemisferio (después de los barbudos cubanos de la Sierra Maestra). Hay que decir que en lo internacional también se incurrió en despistes lamentables, como fueron los elogios iniciales a la “revolución campesina” de los Khmer Rojos de Pol Pot en Camboya, que condujo al exterminio de una tercera parte de su población. Críticas vergonzantes y tardías a la falta de libertades en Cuba y versiones triunfalistas sobre la resistencia a los regímenes militares del Cono Sur fueron otros desenfoques. Para no hablar, siguiendo en la vena autocrítica, del mal disimulado desprecio por las instituciones de la democracia “formal”: los partidos políticos tradicionales, el proceso electoral, la libertad de prensa. Libertades “burguesas” si se quiere, pero de todos modos reales y más respetables de lo que reconocíamos. No eran para nada irrelevantes, como les constaba a países del hemisferio que padecían férreas dictaduras militares, que aquí no vivimos. La obsesión “antisistema” fue, finalmente, otra característica de la publicación. Todo lo que oliera a Establecimiento era cuestionado con una vehemencia que hoy parecería excesiva y quizás infantil, pero que obedecía a la convicción sincera de que el régimen del Frente Nacional y sus representantes políticos y económicos eran los principales causantes del atraso y pobreza de la población colombiana.

Además de escritos —por primera vez reimpresos— de Gabriel García Márquez para Alternativa, este libro contiene una selección editada de crónicas, informes, entrevistas, editoriales y portadas, que permiten una idea más cabal del periodismo que practicó la revista. La selección de artículos fue un trabajo extenuante y hasta cierto punto frustrante, por todo lo que no se alcanzó a incluir. En particular los centenares de notas relacionadas con luchas populares, que resultaban demasiado puntuales y coyunturales. Repasando ejemplar por ejemplar, tantos años después, constaté con no poca nostalgia la dedicación con que informábamos sobre “los de abajo”: las angustias y reclamos de comités de barrio, juntas campesinas, círculos obreros, comunidades indígenas, que poco eco tenían en los medios convencionales. En esos movimientos populares se expresaban las tendencias y querellas de los grupos de izquierda, empeñados todos en ser “vanguardias” de la revolución social. Basta imaginar, pues, los debates que se generaban en la revista: que cuál era la orientación correcta de la huelga de corteros de caña de Riopaila; que si las reivindicaciones de los indígenas mineros de Puracé eran reformistas o revolucionarias; que si las tomas de tierras de los usuarios campesinos de la Costa aceleraban o entorpecían la reforma agraria… Los consejos de redacción duraban horas enteras y el tema de las portadas era siempre motivo de debate, por lo mucho que pesaban en la venta callejera. Había acuerdo, eso sí, en que siempre debían ser impactantes, provocadoras y en la “línea correcta”. Las carátulas fueron rasgo característico del semanario y, vistas hoy, aún sorprenden por su audacia burlona.

No menos intensas eran las discusiones sobre cómo cubrir a los partidos tradicionales y a sus jefes. De hecho, en el último año se dedicó cada vez más espacio a líderes liberales y conservadores cuyas posturas nos parecían interesantes. En enero de 1980, por ejemplo, se designó a Hernando Corral como enviado especial para informar sobre la convención alvarista en Medellín, que definiría apoyos a la candidatura presidencial del partido conservador. No sin prevenciones, porque Álvaro Gómez y El Siglo día de por medio acusaban a Alternativa de ser “brazo desarmado de la subversión”. Pero fue bien recibida la llegada de un periodista del cuestionado semanario a la cumbre goda y, para sorpresa general, Álvaro Gómez escribió un editorial en el que destacó la presencia de una publicación que, “a diferencia del partido liberal”, sí tenía ideología y posiciones que se podían confrontar y discutir.

Otro ejemplo significativo: la entrevista más larga que publicó Alternativa fue, en su último número, con el personaje que más cuestionó: el expresidente Alfonso López Michelsen, blanco durante los cuatro años de su Gobierno de nuestra incesante crítica. La entrevista, realizada por Corral, fue precedida de una emotiva discusión con algunos redactores, sorprendidos por esta decisión. El más sorprendido fue el propio López, quien finalmente accedió a una conversación de dos horas, que le sirvió para desahogar sus explicables reclamos a una izquierda que nunca le reconoció sus gestos. Entre otros, los de reanudar relaciones con Cuba, nombrar a un rector de izquierda en la Universidad Nacional (Luis Carlos Pérez) y legalizar la central sindical del partido comunista.

En abril de 1979 un editorial (Carta al lector se llamaban) aseguró que la revista había sorteado lo peor y que “los mejores lustros están por venir”. Tamaña ingenuidad. Un año después, estaba herida de muerte: la crisis económica había aumentado a la par con la fatiga anímica y el desencanto ideológico. Las divisiones en la izquierda se agudizaban, el conflicto armado se degradaba, la indignación social crecía con los secuestros de la guerrilla y en todo el mundo socialista había hecho crisis el modelo marxista de gobierno. En la revista también hicieron crisis las finanzas. Los ingresos se deterioraron al tiempo en que se evaporaron las múltiples donaciones de antaño (el más generoso donante, Gabo, ya había advertido que no metía un peso más en un hueco sin fondo). Por otra parte, los avisos que tardíamente buscamos después de haberlos desdeñado, nunca llegaron, mientras que las entradas por venta callejera y suscripciones de apoyo resultaron insignificantes frente a los desbordados costos de producción (nomina, tinta, papel…). Se impuso la implacable “lógica del mercado”: publicidad o desaparición. Y se produjo lo segundo.

Para una revista como la nuestra, era ya demasiado claro que no había horizonte político ni perspectiva económica y, en la primera semana de abril de 1980, el semanario publicó su número de despedida: el 257. Y esta fue, para concluir un cuento que va para largo, la historia de la vida, pasión y muerte de la revista Alternativa.

ESC

ENTREVISTAS

Por las páginas de la revista desfilaron personajes de muy diversos perfiles y tendencias, desde Salvador Dalí hasta jefes de Estado y jefes guerrilleros. La selección que aquí se publica refleja la pluralidad de opiniones que buscamos a través de este popular formato de pregunta y respuesta.

Fernando Botero

“LOS PINTORES SON LAS GRANDES PUTAS DE LA HISTORIA1

A Fernando Botero lo condecoraron en estos días con la Cruz de Boyacá. El decreto respectivo, firmado el 16 de septiembre por el gobernador de Antioquia2, merecía ser reproducido aquí en su totalidad: no por lo que dice del pintor, sino por lo que enseña sobre el gobernador. Desafortunadamente, es demasiado largo.

El gobernador empieza por anotar que “el eminente estilista de la paleta y del cincel” no solamente es oriundo de la Montaña, sino que ha dado diecisiete muestras de “su nunca discutido y sí acendrado amor por el solar raizal”. Y después de indicar que en el “emérito artífice”, el “dominador del pincel”, el “héroe medellinense”, el “celebérrimo Maestro de la Montaña”, “no sólo el arte de la pintura subyuga con superlativo éxito, sino el escultórico”. Concluye sin embargo que no por eso merece que la Cruz de Boyacá venga a añadirse a “las plurales preseas que en su tránsito vital ha recibido”, sino sobre todo porque ha logrado perder el acento paisa. El párrafo en que el gobernador hace esta sensacional revelación reza, textualmente, como sigue: “Que el ínclito paisano, Fernando Botero, no sólo ejerce la magistratura artística, en los términos de síntesis descritos, sino que la cultura general, también, en él tiene firme bastión de fuste y viso,como que es, valga el ejemplo, experto polígloto, que transita los ámbitos foráneos, donde se cultiva la belleza artística, con la soltura lingual de los allí natos”.

Alternativa quiso cerciorarse, y vio que no era cierto: Botero sigue hablando paisa. El gobernador de Antioquia, como tantos funcionarios del “mandato claro” de López, no puede decir una verdad ni en los considerandos de un decreto.

Alternativa: En alguna entrevista, usted dijo que pintaba sólo para usted mismo. ¿Eso quiere decir que no piensa que la pintura sirve para algo más?

Fernando Botero: Pintar es un poco como cocinar, yo empiezo a echarle cosas a un cuadro hasta que me sabe bien. En ese sentido digo que pinto para mí, y no podría hacerlo si al empezar estuviera pensando en el gusto de otras personas. Pero lo que pasa es que al cabo de los años uno va aprendiendo lo que es buena pintura, o buena cocina, el gusto de uno se vuelve exigente. Así que mi gusto por la buena pintura me exige que pinte bien: si acaba gustándome a mí, sé que es buen arte.

Alt: ¿Entonces el objeto de la pintura es simplemente producir placer estético?

FB: Definitivamente sí. A mí me parece una ingenuidad extraordinaria, y lo he dicho muchas veces, la de los pintores que piensan tumbar un Gobierno o cambiar un sistema pintando acuarelas. Yo creo que la función social que puede tener la obra de un pintor es otra: es llegar a formar parte de la cultura de un país, de su mitología, de su cúmulo de referencias. A mí me sucede eso, por ejemplo, con México y Diego Rivera: a pesar de que conozco muy bien a México y he vivido allá, cuando pienso en México pienso en la pintura de Diego Rivera, que además no tiene nada que ver con México. Pero creo que es importante crear esa mitología plástica, me parece un extraordinario trampolín de fantasía hacia la realidad. Especialmente cuando es una realidad lejana: la Francia de fines de siglo la imaginamos como la pintaron Degas o Toulouse Lautrec, aunque las fotografías de la época nos muestran que era totalmente distinta.

Alt: Pero cada pintor escoge, consciente o inconscientemente, el tipo de realidad que quiere volver mitología: La Francia burguesa de Toulouse Lautrec o Degas, o el México revolucionario de Diego Rivera. En su propio caso, es muy distinto querer contribuir a una mitología bucólica de paisajes de la Sabana que a una grotesca de Juntas Militares y Familias Presidenciales.

FB: Siempre se pinta una realidad falsa, claro: la del pintor. Pero si yo pinto Juntas Militares no es por razones políticas, sino porque no quiero ser un especialista en naturalezas muertas, por ejemplo, porque la realidad es mucho más amplia. Pinto Juntas con un criterio exclusivamente de pintura: porque me parecen un buen tema, un pretexto para hacer un buen cuadro. En cierto modo esa es la ventaja de ser un pintor latinoamericano: que hay toda esa realidad maravillosa qué pintar, dictadores, obispos… Es como si estuviéramos un siglo atrás en lo que a temas se refiere. Por ejemplo Goya no podría pintar a Giscard d’Estaing; no es un tipo que tenga una actitud suficientemente repugnante como para que uno se sienta motivado para recrearlo. En cambio ciertos presidentes latinoamericanos son realmente una provocación para un pintor.

Pero hay pintores, los que hacen lo que se llama pintura comprometida, que no se limitan a pintar la realidad; deliberadamente quieren mostrar no sólo el fenómeno social, sino además su reacción, su opinión, su comentario; quieren pintar el cuadro y además meterse entre el cuadro a gritar. Eso me parece un error terrible. En pintura hay que guardar siempre un distanciamiento: el cuadro está allá, yo estoy aquí. El que tiene que tener una reacción es el espectador. Hay que pintar como Velásquez o como Piero della Francesca, que pintan con una distancia, con una arrogancia… como si dijeran “ahí les queda esa cosa”. El comentario sobra: es tan obvio hacerlo que resulta ineficaz. Y me parece efímero el comentario, cuando se lo compara con el arte. Yo no quiero ser un comentarista de quinta categoría, sino un artista de primera.

Alt: Sin embargo, en sus Retratos Oficiales de Juntas Militares, de Dictadores, de Presidentes, parece haber siempre un comentario, una sátira, una burla.

FB: Yo creo que es más aparente que real. Presento a los generales como presento al resto de la realidad latinoamericana, las frutas, los paisajes, cualquier vaina. El comentario es simplemente de estilo. Cuando el tema es una junta militar, hay siempre la conciencia de que es un tema un poco ridículo, pero ese no es para mí el motor para pintar el cuadro. Si pinto un dictador, empiezo teniendo una actitud satírica, claro: veo la ridiculez del personaje, de todo el sistema. Pero no hay que exagerar: no lo pinto como un acto de odio, y no me voy a morir si no lo pinto, como los pintores políticos. Y luego empiezo a pintarlo, y como la pintura mía es de caricia —todos esos tonos, esas formas redondas, acariciadoras— pues resulta que al final acabo prácticamente enamorado del tipo.

Alt: Usted habla de distanciamiento. Pero Piero della Francesca, justamente, tenía que poner su pintura al servicio de una ideología determinada, pintar los milagros de los santos, la imagen de Cristo, glorificar los valores de la Iglesia. Del mismo modo que los escultores del antiguo Egipto dedicaban su arte a representar al dios Tot, o al faraón.

FB: Es la idea de André Malraux: el artista que hace ídolos, no obras de arte. Pero yo no estoy muy de acuerdo con Malraux. Yo creo que la inclinación natural del hombre es hacer arte, el escultor egipcio hacía lo mismo cuando creaba, por ejemplo, un hacha, que cuando hacía al dios Tot: con esa necesidad de balance, de equilibrio, de firmeza que tiene el arte. Y en el fondo yo creo que el tipo que estaba esculpiendo un ídolo y sabía que lo iban a adorar las muchedumbres arrodilladas debía sentir que estaba haciendo el chiste más increíble.

Alt: Había un detalle: quién financiaba la hechura del ídolo.

FB: Yo no estoy en contra del arte hecho por encargo: así se ha hecho la mayor parte del gran arte universal. Lo que pasa es que a los pintores no les interesa saber para quién están pintando con tal de poder pintar. La verdad es que en ese sentido los pintores han sido siempre deplorables. Con nuestra historia se podría escribir la historia de la traición. Qué vergüenza. Empezando por los pintores a quienes después se ha considerado “comprometidos” políticamente. Goya, con los “Fusilamientos”. Mientras los ejércitos franceses ocupaban a España, Goya no hacía otra cosa que pintar a la sociedad francesa; a tal punto llegó la cosa que cuando los franceses se fueron, el tipo se tuvo que ir con ellos porque los españoles lo iban a matar. Y ni hablar de Leonardo da Vinci: diseñaba las fortificaciones de Milán, llega Francisco I a invadir la ciudad, gana la batalla, y Leonardo se va con el invasor. El artista considerado el más grande de la humanidad resulta siendo también el traidor número uno. Pero eso es un episodio en un mar de episodios: ¿a quién le importa hoy que Leonardo se fuera con el enemigo de la ciudad? Lo que sigue importando es el arte de Leonardo. Pero sí es cierto que a través de la historia la actitud de los pintores ha sido en general vergonzosa, francamente. Han sido las grandes putas de la historia.

Y lo que en realidad eso significa es que les importa un carajo la política: lo que les interesa es el arte, hacer las vainas. Y es que el pintor es un hombre tan obsesionado con su trabajo que no tiene tiempo sino para resolver los problemas de su pintura. Porque parece que pintar fuera elemental, pero pintar bien es dificilísimo: por eso no hay niños prodigios pintores, y por eso los pintores se pasan toda la vida tratando de aprender a pintar bien, y no aprenden. Por eso sacrifican la patria, las amistades, las causas, las ideas, hacen lo que sea por tener la oportunidad de trabajar.

Alt: ¿Qué piensa de los pintores que piensan lo contrario: de los pintores comprometidos?

FB: En general me parecen de una pobreza pictórica extraordinaria. No he conocido nunca un cuadro comprometido verdaderamente bueno, un gran cuadro; y en cambio he conocido tantos tan malos… Por lo que decía antes: pretender hacer a un tiempo el cuadro y el comentario. Si a los pintores se les valorara por su grado de compromiso, resultaría que el mejor pintor de hoy día sería Renato Gutusso, y el peor sería Francis Bacon, porque es un hombre que siente un desprecio total por la política.

Yo creo que un artista tiene que separar lo que es y lo que piensa como persona y lo que hace como artista. Si tiene éxito, yo considero que puede hacer mucho más por la causa en que crea, dando plata, por ejemplo, o haciendo exposiciones; eso sí me parece importante. Pero mezclar la parte creativa con la ideología me parece muy peligroso para un pintor. Yo no he conocido ninguno que lo haya hecho con éxito en este siglo.

Alt: El Guernica de Picasso, por ejemplo, es un cuadro político.

FB: Y es un gran cuadro: una de las obras maestras del siglo XX. Hace poco, para una encuesta de una revista francesa, me preguntaron que cuál era en mi opinión el cuadro más importante de este siglo. Le eché mucha cabeza, dudando entre Guernica y los Nenúfares de Monet. Y en fin de cuentas, yo creo que los Nenúfares es un cuadro más importante, porque produjo una verdadera revolución en la pintura. Es que sucede que a medida que pasa el tiempo el significado político de un cuadro como el Guernica disminuye, y uno se queda sólo con la pintura. Y cuando sólo queda en eso, y siendo un cuadro extraordinario, es menos poderoso que Los Nenúfares, que nunca trató de ser nada más de lo que es. Guernica tiene muletas: la actualidad, la política. El otro no las tiene, es simplemente un cuadro. Esa es la pintura verdaderamente.

Alt: ¿Y quién decide qué es la pintura, o quién es un pintor?

FB: En primer lugar el público, no los pintores, ni los críticos. Y el tiempo. Es una definición muy elusiva, muy sutil, muy difícil de poner en palabras; justamente porque ese es un lenguaje distinto, no son palabras.

Alt: Pero para el público, pintura es una cosa y otra de acuerdo con su formación cultural. Por ejemplo, hay personas para quienes las vitelas del Sagrado Corazón son pintura, y los monos de Botero son caricatura.

FB: No. El que tiene vitelas del Sagrado Corazón no las tiene porque sean pintura, porque son la ilustración de algo que le interesa; lo mismo que la pintura política, en fin de cuentas. Pero entonces ya hablamos de algo completamente distinto, que son los ilustradores. Ahora, la realidad es que la pintura como pintura, no como ilustración, no le interesa sino a la gente que ya está iniciada en el arte, es decir, en la cultura. Quien tiene en su casa al Sagrado Corazón de Jesús no lo tiene porque sea pintura, sino porque es el Sagrado Corazón de Jesús.

Alt: La mayor parte de la gente que tiene un Botero no lo tiene porque sea pintura, sino porque es un Botero.

FB: Yo no creo que eso sea tan sencillo. Hay gente que compra mis cuadros porque es elegante: valen mucha plata. Pero yo creo que mucha gente en Colombia se siente realmente identificada con mi pintura, interesada desde un punto de vista plástico. Porque están inmersos dentro de la misma tradición del arte popular que se hace en Colombia, dentro de la misma salsa de la realidad colombiana.

Alt: Pero a usted, en sus comienzos, se lo veía justamente como a un pintor que estaba rompiendo con la tradición artística colombiana, e irrespetándola. Su famoso “Homenaje a Ramón Hoyos”, por ejemplo, era una provocación escandalosa, era la época en que Gonzalo Arango, también en Medellín, orinaba en las procesiones de Semana Santa.

FB: Yo vivo orgullosísimo de haber pintado ese “Homenaje a Ramón Hoyos”. Es un tema que era lo último que se le hubiera ocurrido pintar a alguien en ese momento, cuando todo el mundo trataba de pintar temas sublimes. No sólo en Colombia, sino en el mundo: en esa época todavía no existía el pop art, y salir uno con un ciclista de tres metros era, realmente, revolucionario. Porque era un cuadro pintado muy en serio: mi pintura nunca tiene el sentido de un irrespeto. Precisamente por eso ese cuadro era bien revolucionario…

Alt: Cuando usted habla de cuadros revolucionarios es evidente, a estas alturas, que no se refiere a la política ¿Pero eso quiere decir que piensa que hay revoluciones en la pintura; que hay progreso?

FB: Eso va como en grandes ciclos: sube en el Renacimiento italiano, llega a Miguel Ángel, baja, vuelve a subir a Velásquez, vuelve a caer, sube a Goya…

Alt: Estos ciclos coinciden con los lugares y los momentos de acumulación de riqueza: la Italia del Renacimiento, la España de los Austrias, la Holanda del comercio marítimo, y hoy, los Estados Unidos. ¿Por qué?

FB: Volvemos a lo mismo: el pintor es un emigrante que busca oportunidades de trabajo: se las dan donde hay plata.

Alt: Al parecer en este momento hay mucha plata en Colombia en el mercado del arte. ¿Qué piensa de la pintura colombiana actual?

FB: Francamente no sé mucho: voy a pocas exposiciones cuando vengo a Colombia. Pero me parece muy saludable ver que hay muchísima gente que quiere hacer pintura: hay centenares. Cuando yo empecé a pintar, aquí éramos diez. Por otra parte… pues la verdad es que no he visto todavía muchos cuadros buenos. Pero el fenómeno me parece muy importante porque éste nunca había sido un país de pintores. Si ahora hay tantos, es más probable que entre ellos haya alguno con algo qué decir.

Alt: Hay muchos pintores, y hay muchas galerías: una mafia, según ellos. ¿Usted qué piensa de ese sistema?

FB: A mí me parece muy bien. Cuando yo no tenía una galería que se ocupara de vender mis cuadros, perdía muchísimo tiempo y energías con la gente que me pedía rebaja, con los cheques que salían chimbos… Con una galería, la única preocupación mía es pintar: del resto se encargan ellos. Por eso el sistema me parece bueno. Y yo no creo que ahora, tal como están las cosas, un artista verdaderamente bueno se quede por fuera de las galerías. Por una razón muy sencilla: que hay más comerciantes y más galerías que buenos artistas.

Ahora: en cierta medida, el artista es explotado, obviamente. Todo parte de la realidad de este sistema. Pero yo creo que en el caso de los pintores existe una justicia, una relación muy clara entre el éxito comercial y la calidad del pintor. Salvo en los casos de éxito repentino, que son muy raros; en general uno empieza por exponer unas acuarelitas en Medellín, después en Yarumal, después en Bogotá, después en México… Y cuando llega a la galería Marlborough de Nueva York han pasado veinte años y no hay tiempo de que lo exploten a uno. Además yo considero que la forma como se reparte el dinero en el mercado del arte está bien: al fin y al cabo el dueño de una galería no trabaja por el arte, sino por la ganancia. Por eso los mejores marchantes de arte no son los que les gusta el arte, sino los que les gusta la plata. Como el mío, que explicaba alguna vez que él no coleccionaba cuadros, sino billetes.

1 Entrevista realizada por Antonio Caballero. Publicada en el número 135, en octubre de 1977.

2 En aquel entonces el gobernador de Antioquia era Jaime Sierra García.

Eduardo Galeano

LA CENSURA INVISIBLE3

Alternativa entrevistó en Alemania Federal al destacado escritor uruguayo Eduardo Galeano (“Las venas abiertas de América Latina”, “La canción de nosotros”) quien analiza las razones de la militarización del continente y el papel del intelectual ante el conflicto social latinoamericano.

Galeano fue jefe de redacción del semanario uruguayo Marcha y director del diario Época. Dirigió desde el número 1 la revista Crisis en Buenos Aires, de donde tuvo que salir ante las reiteradas amenazas contra su vida.

Alternativa: En un continente donde la violencia está institucionalizada,“el dudar es un pecado, el pensar es un delito y escribir puede ser un peligro”.

Eduardo Galeano: Así es. Y este era uno de los aspectos, de lo que podríamos llamar la censura invisible, tanto más grave que la visible, que nos obligó a cerrar la revista, en Buenos Aires. Yo digo que hay una censura invisible y una visible, así como hay en América Latina una opresión invisible y una visible, como hay una violencia aparente y una secreta. Esto me parece claro cuando se habla de “elecciones democráticas” y de “libertad” en los países latinoamericanos. Digo que en muchos de los países latinoamericanos, la mayoría de la población está presa de la necesidad, porque, desde que nace, se asoma al mundo, marcado en la frente por la necesidad de ganarse el pan, de perseguir el pan sin encontrarlo, de buscar un techo decente,bajo el cual pueda dormir, sin hallarlo nunca y que es objetivamente una forma de prisión. No es libre un hombre que no puede elegir su destino, y un hombre preso de su necesidad no es libre de elegir su destino.

Y también hay una censura invisible, que nos es menos real que la visible, y que asfixia en realidad la libertad de prensa que las constituciones liberales consagran. Crisis cerró porque la censura visible estaba prohibiendo publicar los artículos que mandábamos, pero además cerró porque la censura invisible nos estaba estrangulando.

Comprarla era un acto peligroso, hasta el punto que, en los allanamientos, la revista era confiscada como material subversivo.

A esto se agrega una situación económica y financiera, que supongo que Alternativa también padece y de la que poco podría contar, que ustedes no conozcan bien. Crisis no tenía avisos; desde que nació enfrentó el sabotaje de las agencias de publicidad y de las grandes empresas, de modo que dependía, para subsistir, de la venta. La venta dependía del precio y el precio dependía de la política económica del ministro de Economía y esa política no la dictábamos nosotros. La inflación loca nos obligó a multiplicar el precio de Crisis cuarenta veces, en sus cuarenta números de existencia. Y esto fue reduciendo el ámbito de difusión que la revista había, en buena ley, conquistado. Es decir, nosotros nos dirigíamos a un público que no podía comprarnos, porque no tenía dinero para pagar la revista, a partir del momento en que la política de gobierno se orientó a hacer que la clase trabajadora pagara las consecuencias de una crisis a la que era ajena. A esto se agregan las amenazas, presiones, secuestros, prisiones, obligados destierros.

Alt: Con las bayonetas se puede hacer todo, menos sentarse sobre ellas.¿El proceso de militarización creciente en América Latina, en especial en el Cono Sur, llevaría a afirmar con Marx que el arma de la crítica jamás puede sustituir la crítica de las armas?

EG: Creo que es más que nada el resultado de las leyes de la economía. La militarización del poder es la consecuencia inevitable de la aplicación de una determinada política económica. Me refiero concretamente al caso de Chile, Argentina y Uruguay, donde la clase trabajadora había conquistado un nivel de vida relativamente más alto que en otros países de América Latina. Allí no se puede reducir el valor real del salario con buenos modales, ni se puede condenar a la gente que tenía trabajo a pasar a la intemperie de la desocupación y a la incertidumbre de si habrá laburo y pan para el día siguiente, con flores y con bombones. Eso tiene que ser hecho por las armas y con violencia. La aplicación de la llamada “seguridad nacional” deriva de una determinada política económica, que genera una determinada cultura del sometimiento, nacida y desarrollada en torno de una determinada necesidad material del sistema. La proliferación de dictaduras miliares en el sur no es el resultado del corazón de lata de nadie.

No es que haya habido un “diabólico plan” de una persona o de un equipo de perversos, empeñados en joder a la gente. Es el resultado de la necesidad de perpetuar estructuras económicas que habían sido desafiadas por movimientos revolucionarios, en ascenso o desde el poder, como fue el caso de Chile y Argentina, y por otro lado, de aplicar la receta del Fondo Monetario Internacional. No hay en América Latina la posibilidad de reducir el salario obrero si no se rompen los sindicatos, si no se suprimen los partidos, si no se liquida el derecho de reunión, si no se estrangula la prensa independiente, si no se aniquila la universidad y si no se persigue y se tortura a la gente.

Alt: ¿Qué es lo que se está perdiendo en América Latina y en especial en América del Sur: movimientos proletarios o movimientos populistas?

EG: Ante todo, unas cuantas vidas humanas, de gente muy valiosa, y algunos mitos y fantasías. Pienso que toda la mitología liberal del siglo XIX tiene cada vez menos que ver con la realidad latinoamericana. De nada sirve hablar de “elecciones libres” después de lo que ocurrió en Chile, cuando quedó claro que tenemos el permiso de ser libres, siempre y cuando no se conmuevan las bases del sistema, pero que cuando rompemos esas bases el sistema da vuelta al tablero y deja de ser un jugador leal y caballeresco, como pudo haber sido una vez en Chile, cuando la izquierda era fuerte pero no había tomado el poder, y vimos cómo después fue bañada en sangre la victoria de la Unidad Popular. Cada vez más sabemos que la libertad de prensa tiene los mismos límites que el sistema admite, cuando no sea puesto en peligro el mismo. Lo mismo habría que decir de los otros caballitos de batalla del viejo liberalismo en América Latina (…)

Yo creo que hay un problema de lenguaje entre los escritores de América Latina, que merecería una revisión muy profunda. No creo que sea con la retórica demagógica que se pueda recuperar el diálogo con la gente, no creo que se pueda llegar a los no convencidos de antemano con la fraseología que siempre estamos tentados a usar. Pienso que tenemos que purificar nuestro lenguaje, ser un poco más dignos del uso de la palabra, en las pocas oportunidades que tenemos de llegar a los otros. No se puede contestar a las fantasías de derecha con las fantasías de izquierda, y estamos utilizando nosotros un lenguaje un poco fantasioso.

Esto es una duda que quiero compartir con los compañeros. Pero para recuperar la realidad tenemos que despojar a la palabra de toda retórica vana, de transmitir la realidad tal cual es, de un modo que sea a la vez claro y seductor. Más cuidadosos de nuestras posibilidades de comunicación con los que no están convencidos de antemano. Porque si no, vamos a terminar conversando en la parroquia.

¿No exige un poquito de coraje hablar para los que no están convencidos, para los que no están de acuerdo?

Porque ahí es donde está la posibilidad de fracaso. Si nosotros hablamos para los 50, 500, 5000, amigos que están en lo mismo, no hay posibilidad de fracaso. Les damos lo que esperan y de ellos recibimos el aplausito familiar.

Pero lo otro es lo que encierra una posibilidad de fracaso. ¿Hay otro desafío que valga la pena, distinto de ese? ¿Por qué no intentamos llegar a más gente? ¿No es más peligrosa y excitante esa fiesta?

Alt: Para el revolucionario no hay fracasos sino experiencias.

EG: Sí, yo creo también. No hay modo de cambiar la realidad si no empezamos por reconocerla.

Se acabó la posibilidad de la mentira, porque es cada vez más traidora. Para poder recuperar la realidad y transformarla hay que enfrentarla, tal cual es.

Hay que dejar venir el toro, enfrentarlo como es, y saber que si se le aguanta la embestida, puede reventarle la fe moral. Pero no inventarnos lances con toros a la medida de nuestros deseos. No hay otra esperanza posible que la que nace del conocimiento de las cosas, tal cual son. La revolución no es una novelería. Que nadie se embarque en la aventura del cambio social como quien participa en un alegre pícnic de un fin de semana. Que el que se mete a esto sepa que las cosas son difíciles y que valen la pena por ser difíciles.

Alt: ¿La realidad dolorosa de América Latina?

EG: Mi país el Uruguay, por ejemplo, ha sido muy castigado en estos últimos años. Estamos todos un poco como gitanos, por ahí… En el fondo escribe uno para volver a juntar a la gente que perdió, como quien enciende un fueguito en medio de la intemperie de la noche, para juntar a los que ahora están muertos, presos, y que juntarlos es un modo de recuperar una identidad rota en pedazos, porque el sistema nos quiere convencer de que no existimos, borrar la memoria de lo que fuimos, y nos quiere obligar a la idea de que nos resignemos frente al hecho de que el país no existe más que como una cárcel gigante. El Uruguay tiene ahora seis mil presos políticos con playas para turistas, vaquitas de exportación y con viejitos que custodian comentarios. Nosotros creemos en otro país posible, y escribir es un modo de adivinarlo entre las sombras.

3 Entrevista publicada en el número 103, en octubre de 1976.

Klim

LOS HERMAFRODITAS EN EL PODER4

Lucas Caballero Calderón, Klim, lleva cuarenta años burlándose a diario de todos los personajes de la vida política colombiana, primero desde las páginas de El Es

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