Un, dos, tres...¡selfie! (Serie El Club de las Zapatillas Rojas 11)

Ana Punset

Fragmento

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El sonido de las olas era como un bálsamo. Notaba la brisa marina en la cara y la calidez del sol tostándole la piel. Con una mano, iba cambiando la canción cuando no le apetecía escuchar la que le proponía su smartphone. El tema que sonaba ahora sí le gustaba, le encantaba de hecho, Let me love you, de DJ Snake y, of course, Justin, siempre Justin... Bieber. Con la otra mano, acariciaba los dedos de Mario, que no se separaba de ella desde que habían comenzado las vacaciones hacía un par de semanas. Sí, Lucía estaba en su nirvana particular. ¿Acaso podía desear más? Estaban a mediados de julio, lo que significaba que no tenía que ir al colegio y que ese martes podía disfrutar de su chico tantas horas como quisiera, igual que si fuera un sábado permanentemente, sin responsabilidades, sin exigencias, sin...

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—Creo que te está sonando el móvil.

Mario, que tenía el otro casco de su par, se había dado cuenta antes que ella de que la canción que los dos estaban escuchando tan plácidamente, tumbados sobre sus toallas en la playa aquella mañana, se acababa de interrumpir por una llamada. Lucía resopló un poco hastiada porque alguien le fastidiara ese momento tan perfecto y buscó en la pantalla el nombre de quien fuera que tenía el don de la oportunidad. Papá. Ese era el nombre que aparecía insistente. Lucía descolgó entornando los ojos.

—¿Qué quieres? —preguntó sin poder disimular su fastidio.

—¿Lucía? ¿Eres tú? —preguntó su padre al otro lado.

—Claro que soy yo. Eres tú el que me ha llamado. ¿Qué pasa?

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—Ay, hija, es que entre los berridos de tu hermano y que escucho como aire no te oigo nada. ¿Vas a venir a comer?

—Sí. Llegaré a las dos o las tres.

—¿No puedes llegar antes? Sabes que esta tarde hay pediatra y tenemos que comer pronto para que nos dé tiempo a todo.

Lucía resopló. Aquello ya era el colmo. Ahora tenía que comer a la misma hora que los niños pequeños.

—A la una estaré allí.

—Perfecto. Gracias, hija. ¿Te lo pasas bien?

—Sí, papá. Te dejo. ¡Hasta luego!

Lucía colgó antes de que su padre se enrollara más. Ya que le quedaba poco rato de disfrute, no quería pasarlo hablando con él.

—¿Todo bien? —le preguntó Mario desde la misma posición.

Lucía le contó de mala gana que en media hora tendría que marcharse a casa.

—Bueno, tenemos todavía vacaciones por delante... —le dijo Mario rodeándola con los brazos y atrayéndola hacia él para animarla, lo que funcionó de manera inmediata.

—No tantas... Dentro de un par de semanas te vas al pueblo con tus abuelos y te quedas casi todo el mes de agosto —replicó Lucía bajando los ojos.

Solo pensar en que se tenía que separar de él le provocaba una sensación de vacío terrible.

—Ya lo sé, a mí tampoco me apetece nada. Por eso quiero compensártelo con una sorpresa —añadió y Lucía levantó los ojos, expectante—. Estoy preparando algo especial para el fin de semana de mi cumpleaños.

Lucía se lo quedó mirando sonriente. Notaba que sus ojos echaban chispas. ¿En qué estaría pensando su chico?

—He dicho que es una sorpresa —insistió él.

—Pero ¡si el cumpleañero eres tú! La sorpresa debería ser para ti.

—Mi mejor regalo es ver tu cara cuando descubras lo que he planeado —le dijo justo antes de acercar los labios a los de Lucía y besarla con dulzura. Eran tan cálidos, tan tiernos... El salitre del mar le supo a gloria.

Rápidamente, a Lucía se le olvidó el bajón que le había provocado la llamada de su padre. Se abrazó a Mario y se impregnó del calor que desprendía su piel. Estaba tan a gusto a su lado, tan cómoda... La vergüenza que le daba que su novio la viera en biquini al principio del verano le había durado dos segundos. En cuanto había empezado el calor se había comprado el más bonito de todos, uno de color violeta con ribetes azules y estaba bastante orgullosa del resultado. La primera vez que la vio con él puesto, no se la quedó mirando fijamente ni nada parecido, solo hizo como si llevara puesto un vestido elegante y ella fuera una princesa. ¿Qué más podía pedir?

Lucía permaneció echada a su lado, mirándole fijamente. ¡No podía creer la suerte que tenía! Era tan guapo... Con esos ojos avellana que la miraban más allá de sus pupilas, y esa boca de labios finos que se torcía en un gesto travieso cada vez que la quería chinchar. Empezó a fantasear con el plan que Mario habría ideado para su cumpleaños... ¿un parque de atracciones?, ¿una cena romántica?, ¿un paseo en barco?... JAJAJA, se le estaba yendo de las manos, ni que él fuera Travis y ella Gabby en La decisión, la película adaptada de la novela de Nicholas Sparks. De pronto recordó que todavía no le había comprado su regalo y solo faltaban once días. Sabía lo que quería, así que procuraría tenerlo acabado para entonces... Si su padre y su hogar lleno de ruido se lo permitían.

—¿Te apetece ir al cine esta tarde? —le preguntó Mario cerrando ambos los ojos otra vez para seguir gozando del relax veraniego.

Lucía estaba apretada contra su cuerpo, envuelta en sus brazos fuertes, no quería salir de allí.

—Vale... —respondió dejándose llevar por el cosquilleo que él le provocaba.

Y entonces...

—¡No puedo! —exclamó abriendo los ojos de pronto.

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Se acababa de acordar de lo del pediatra que le había comentado su padre minutos antes por teléfono... No solo tenía que ir a casa a comer antes, sino que además debía quedarse de guardia con Aitana mientras Lorena y él se iban con Álvaro a que vacunaran al enano.

Se lo contó a Mario un poco asqueada. Llevaba viviendo con su padre alrededor de un mes y medio, y todavía tenía que acostumbrarse a demasiadas cosas. Contaba incluso con más responsabilidades que en casa de su madre. Mario le acarició la cabeza y ella volvió a relajarse. Justo cuando había vuelto a encontrar la posición para seguir disfrutando de la mañana, él la avisó.

—Es la hora.

Y nunca le había dado tanta rabia escuchar esa frase en boca de su chico, porque eso significaba que tenía que separarse de él. Lo que MENOS le apetecía del mundo. Estaba incluso por debajo de un sándwich de queso, o de una sesión de matemáticas. Para ella Mario se había convertido en lo principal. Se despertaba por las mañanas deseando verlo, y en cuanto debía regresar a casa por cualquier motivo, no hacía más que recordar los momentos bonitos con él, y anhelar que se repitieran lo antes posible. Que solo les quedaran unos días más para estar juntos antes de que él se marchara no hacía más que acentuar esa necesidad de aprovechar cada minuto.

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En un momento recogieron las toallas y lo guardaron to

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