De nidos, estrellas y girasoles

Mario Iván Martínez

Fragmento

De nidos, estrellas y girasoles

Una familia llamada Van Gogh

Imagínate en una pequeña casa en la ciudad de Zundert, en Holanda, hace muchos años, allá por 1863.

—Niños, ¡ya bajen a tomar el chocolate! —exclamó Anna Cornelia van Gogh desde el pie de la escalera.

Las primeras en bajar son las niñas: Anita, de ocho años, y la pequeña Lis, de cuatro, quien da brincos de peldaño en peldaño. Viene cantando a todo volumen la ronda del tulipán.

—Lis, no hagas tanto ruido —ordenó la madre—, recuerda que papá está escribiendo su sermón del domingo y no queremos molestarlo.

La pequeña Lis se llevó su dedito rosado a la boca en señal de guardar silencio, abrió sus enormes ojos azules y susurró:

—Shhhhh.

Theodorus van Gogh, o papá Dorus, como le decía su familia, era pastor de la iglesia protestante en Zundert. Don Theodorus era un hombre muy bien parecido, tanto, que le decían el pastor guapo. Hoy podría haber sido modelo, o tal vez galán de cine o televisión. Sus finas facciones estaban enmarcadas por una cabellera blanca, siempre muy bien peinada.

—¿Dónde están sus hermanos? —preguntó mamá.

—Están jugando en la terraza —contestó Anita—. Uno es el caballo y el otro el jinete.

En ese preciso instante bajaron los niños. En efecto, el mayor, Vincent, de diez años, caracterizaba al brioso corcel, mientras el pequeño, Theo, de seis, actuaba como jinete sobre su espalda.

—¡Arre, Pecas! ¡Arre! —gritaba Theíto mientras daba suaves palmaditas a su hermano en el costado.

—¿Pecas? —preguntó mamá con una sonrisa.

—Claro —contestó Theo, animado—. Mi caballo se llama Pecas, mira qué roja es su crin y cuántas pecas tiene. Ay, ¡cómo te quiero, mi Pecas!

Vincent emitió una especie de relincho y todos los Van Gogh rieron a rabiar con sus cabriolas. Los hermanos Van Gogh eran muy rubios, pero Vincent era pelirrojo y sus mejillas estaban tapizadas por pecas. Hasta sus pestañas brillaban rojizas bajo el sol, enmarcando sus grandes ojos color verde esmeralda.

En ese momento la puerta del estudio de papá Dorus se abrió: el pastor estaba muy serio porque no le gustaba ser interrumpido. Se sentía orgulloso de criar a su familia con disciplina, pues quería que fuera ejemplo para la gente de Zundert.

—Bueno —exclamó papá—, ya que no puedo seguir trabajando debido a que un caballo salvaje entró en la sala, sentémonos a tomar el chocolate.

Los niños y mamá se relajaron al darse cuenta de que papá había tomado los juegos de Vincent y Theo con humor y se sentaron prontos a la mesa. Vincent mojó uno de sus dedos con saliva y lo untó rápidamente sobre el pan dulce que se veía más apetitoso. Esto lo hacía con el fin de que nadie fuera a ganárselo. El pelirrojo recibió una severa mirada de papá, quien procedió a decir:

—Señor, bendice los alimentos que vamos a tomar, bendice a los que los preparan y acuérdate de los que no los tienen.

—Amén —respondió toda la familia, y comenzó la cena.

—Cent, ¿subimos al rato a ver las estrellas? —preguntó Theíto a Vincent por lo bajo, utilizando el apodo por el que todos conocían al pelirrojo.

—Subimos—, contestó Vincent, y le guiñó un ojo a su pequeño hermano mientras saboreaba con deleite su pan dulce, recientemente ensalivado.

La casa de los Van Gogh no era muy grande, pero sí muy antigua, ¡tenía más de doscientos años! Mamá Anna Cornelia la tenía siempre muy arreglada y limpia. En los muros colgaban algunas reproducciones de famosos pintores holandeses, como El retorno del hijo pródigo, de Rembrandt, y La lechera, de Vermeer (¡puedes fácilmente encontrar estas pinturas en internet! Búscalas, son extraordinarias). En ocasiones, el pequeño Vincent se quedaba largo rato contemplando los cuadros de esos grandes maestros, maravillado por los colores y las texturas.

A pesar de que existía una diferencia de cuatro años entre ellos, a Vincent y Theo no les gustaba estar separados.

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