Cámara en mano

Lucas Baini

Fragmento

PRÓLOGO

Esa mañana me desperté con una idea que estuvo dándome vueltas en la cabeza toda la noche. Tuve que decirla en voz alta para terminar de darle forma.

—Ojalá Lucas Baini me pida que escriba el prólogo de su libro.

—Estás hablando solo de nuevo —me dijo Naty, mi pareja, que está acostumbrada a que me despierte diciendo frases sueltas.

—Perdón. Es que estuve toda la noche pensando en algo, pero es obvio que no va a pasar.

Me sentí un idiota, un iluso, un soñador. ¿Por qué alguien me pediría a mí que escriba un prólogo habiendo tantos escritores profesionales que ganan premios Nobel o Pulitzer? Yo solo tengo un Martín Fierro Digital.

—Lo mejor que puedo hacer es sacarme esa idea de la cabeza.

—Seguís hablando solo —me indicó Naty. Tenía razón.

En ese mismo momento sonó el timbre. Salí de la cama contra mi voluntad y atendí el portero eléctrico.

—¿Quién es?—pregunté preocupado. A partir de la existencia del WhatsApp ya nadie toca timbre, a menos que se trate de una emergencia.

—Lucas Baini —me respondió una voz agitada—. Abrime la puerta que tengo que decirte algo importante.

Colgué el portero eléctrico y me quedé pensando. Algo malo había pasado.

—¿Quién es? —me preguntó Naty desde la habitación.

—Lucas Baini.

—¿Qué quiere?

—Me tiene que decir algo importante. Seguramente murió alguien. Probablemente Merakio.

—Abrile, no lo dejes esperando.

Abrí la puerta de calle y ahí estaba Lucas.

***

Tres horas antes, en San Telmo.

Lucas se despertó con una idea que le anduvo dando vueltas en la cabeza toda la noche y apenas lo dejó dormir. Había estado inquieto en la cama desde que se acostó, ni completamente dormido ni completamente despierto. Cuando finalmente pudo tranquilizar su mente y conciliar el sueño, la alarma de su celular sonó.

Eran las ocho.

Tenía que levantarse.

La idea seguía ahí. La dijo en voz alta para terminar de darle forma.

—Le voy a decir a Jorge Pinarello que escriba el prólogo de mi libro. Sí, eso voy a hacer.

—¿Me hablás a mí? —le preguntó Yani, su pareja.

—No, estoy hablando solo —le contestó—. Me tengo que ir. Después te explico.

Saltó de la cama, se afeitó mal y rápido, desayunó un café sin azúcar, se engominó el pelo, se puso su mejor esmoquin, agarró la bicicleta y empezó a pedalear.

Pedaleó sesenta y cuatro kilómetros por autopista en hora pico. Viajar en bicicleta desde San Telmo a La Plata parecía una tarea titánica y por momentos pensó que no iba a lograrlo. Pero cuando se quiso acordar estaba en la puerta de mi casa.

—¿Qué hacés acá? —le pregunté—. ¿Pasó algo?

—Amigo Jorge —me dijo Lucas mientras hincaba su rodilla y me extendía el contrato de una editorial—, ¿me harías el honor de escribir el prólogo de mi libro?

—¿Yo? ¿Escribir? —no salía de mi asombro—. Es una locura, Lucas. Te vas a arrepentir.

—Nunca estuve tan seguro de algo en mi vida.

—¿Qué van a decir nuestros padres?

—No me importa lo que piensen. No me importa nada.

Lucas hablaba en serio. Realmente quería que le escribiera el prólogo de su libro.

—Sí —le respondí—. Sí, y mil veces sí.

Nos abrazamos y los vecinos aplaudieron.

Esa misma noche empecé con la escritura.

Se me ocurrió que podía contar la historia de cómo Lucas me propuso hacer el prólogo.

—Es una buena idea —pensé—. Sí, es una excelente idea.

En menos de diez minutos lo tenía terminado. Había escrito lo siguiente:

Ese sábado Lucas vino de San Telmo hasta mi casa. Le pregunté cómo iba el libro y me dijo que bien. Después me propuso que le escriba el prólogo. Le dije que sí. FIN

—¡Lo terminé! —le dije a Lucas en un mensaje de WhatsApp—. ¿Está bien que sea de tres renglones?

— Y… la verdad que no —me respondió tratando de no ser agresivo—. Debería tener por lo menos una carilla y media.

“¡Mierda!”, pensé. Iba a ser más complicado de lo que creía.

¿Cómo hago para estirar una anécdota que duró un minuto para que llegue a una carilla y media?

—Usá tu imaginación —me aconsejó Naty—. Expandí la historia, meté detalles, pensamientos internos. Es el prólogo, nadie lee los prólogos.

Poco a poco fui adornando la historia para que fuese más larga y más interesante. Agregué datos que no estaba seguro si habían ocurrido y otros que estaba convencido de que no habían sido así. Le agregué epicidad, emoción, drama y mística.

Probablemente las personas que lean esto se hagan varias preguntas:

¿De verdad Lucas fue de Capital a La Plata en bicicleta? La verdad es que no importa, lo importante es que vino.

¿Posta se arrodilló para pedirte el prólogo? No sé, lo importante es que me lo pidió.

¿En serio se puso un esmoquin para ir a tu casa? No recuerdo, lo importante es que estaba vestido, sino lo hubiesen metido preso.

El hecho en sí es verídico (claramente estoy escribiendo el prólogo), pero todo lo demás pudo o no pudo haber pasado. Es indistinto. A partir de ahora la historia es así y al que no le guste, que se joda.

Cuando lo terminé de escribir se lo mandé por e-mail para que me diera una devolución.

—Está bastante bien —me contestó al rato—, pero en ningún momento hablás del libro.

—¿Tenía que hablar del libro? ¿Por qué nadie me lo dijo?

A la mañana siguiente, Lucas se despertó con una pregunta que le anduvo dando vueltas en la cabeza toda la noche. La tuvo que decir en voz alta para terminar de darle forma.

—¿Para qué mierda le pedí a Jorge que escribiera el prólogo?

INTRODUCCIÓN

Aun las fábulas más populares pueden tener orígenes ocultos y esta colección de relatos busca echar un poco de luz sobre esto. Puede ser a través de las personas responsables de la creación de un trío de heroínas superpoderosas o el momento en el que se dio con el chico ideal para interpretar al niño que vivió. O tal vez, al sentirse dentro de una de las leyendas más famosas de la cultura popular. O identificar el instante justo en el que Disney se convirtió en sinó

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