Una civilización niñocéntrica

Laura Gutman

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

Dedico este libro a mis hijos

Micaël, Maïara y Gaia,

y a mi nieta Fiona

1. El diseño original del ser humano

Hace mucho tiempo que nuestra civilización perdió el eje respecto a la naturaleza de los seres humanos. De hecho hemos sido creados para vincularnos espontáneamente con nuestro entorno, con el respeto y el equilibrio suficientes para vivir en armonía. Sin embargo, hoy estamos perdidos. Generamos violencia, maltrato, guerras, enfermedades y malestar. La buena noticia es que los cambios para crear un contexto amoroso y solidario dependen de cada uno de nosotros: mujeres y hombres adultos.

Concretamente ¿qué podemos hacer? Para mí, los niños siempre hemos sido la guía más confiable. Se trata de reanudar el camino original, precisamos volver a la fuente. A la raíz. Y las raíces de los seres humanos, somos los niños. Los niños reales que hacen parte de nuestro entorno, tanto como los niños que nosotros hemos sido o los niños que nacerán en cualquier momento. Antes, ahora o más tarde, es igual. Los niños nacemos en eje con nosotros mismos. Llegamos a la vida terrestre sin lenguaje, sin cultura, sin mandatos, sin juicios de valor, sin moral, sin miedo. Sólo pretendemos desarrollar nuestro sí mismo en armonía.

Una civilización respetuosa, amorosa, solidaria y beneficiosa para todos debería ser niñocéntrica. Es decir, organizada según las necesidades de los más pequeños.

Adaptada a los más pequeños. Fácil y dichosa para los más pequeños.

¿Cómo haríamos algo así?

Es relativamente sencillo. En todas las áreas, deberíamos estar al servicio de los niños y no al revés. Deberíamos adaptarnos a todo aquello que el niño manifiesta o reclama en lugar de pretender que los niños se adapten a la comodidad de los adultos. ¿Hasta cuándo? Hasta que el niño se sienta confortable. Esa es toda la medida: el confort de un niño.

¿Es esperable que los niños organicen todas nuestras áreas de la vida humana?

Prácticamente sí.

Entiendo que nos desconcierte este postulado, ya que suponemos que los niños tienen que adaptarse a las necesidades de los adultos y tolerar los límites que les imponemos según conjeturas basadas en la supremacía de nuestros deseos. Claro que no se trata de taponarlos con objetos de consumo para que se queden quietos, porque los juguetes, la electrónica y las relaciones virtuales no son más que desplazamientos de sus agujeros afectivos por falta de vínculo real. Por lo tanto, “darles lo que piden” no condice necesariamente con lo que los niños nos reclaman genuinamente. Comprender las necesidades básicas auténticas de cada niño según su diseño original será tarea primordial.

Por eso, en el presente libro ofrezco propuestas concretas centradas en el bienestar original del ser humano, destacando los vínculos primarios, es decir, la relación cariñosa entre adultos y niños. Luego abordaremos también la alimentación pensándola como la materia que ingresa todos los días en nuestro cuerpo, y que debería estar vibratoriamente en sincronicidad con cada uno de nosotros. También vamos a pensar qué significa cuidar nuestra salud física y mental, cómo la medicina occidental se ha apartado completamente de la comprensión del ser humano ecológico y cómo podemos regresar a un equilibrio sensato. Abordaremos la institución escolar y comprenderemos cómo la escuela, tal como la conocemos hoy, es un sitio que lastima a los niños; por lo tanto, plantearemos pensamientos posibles a favor de la socialización de los niños bajo otros conceptos que estén en sintonía con el diseño original. Pensaremos con libertad cuál fue el propósito original de la monogamia y la constitución de las familias tal como las entendemos hoy en la civilización occidental y qué podemos hacer para volver a contactar con nuestro bienestar primitivo. Vamos a encarar los problemas de consumo excesivo, la contaminación del suelo, el agua y el aire, la delincuencia y la injusticia, la pobreza y el hambre en un mundo con sobreproducción de alimentos y también con exceso de tóxicos, tanto físicos como espirituales.

Los seres humanos nos hemos extraviado hace mucho tiempo. ¿Desde cuándo? No lo sabemos. Los libros de historia se refieren a épocas demasiado recientes, por lo tanto no tenemos referencias confiables ni recuerdos de un pasado que nos permita querer retornar allí. A falta de referentes históricos, me permito tomar como el referente más confiable al niño tal cual llega al mundo. Estoy segura de que si confiáramos en la naturaleza instintiva de cada niño, recuperaríamos el sentido común, la alegría y la prosperidad. Y sobre todo, recuperaríamos algo que hemos perdido hace muchas generaciones: la capacidad de amar al prójimo.

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