El cambio

Wayne W. Dyer

Fragmento

1

De...

Y tu cuerpo es el arpa de tu alma, y te corresponde a ti extraer de ella música melodiosa o sonidos confusos.

Kahlil Gibran

de que tengo memoria, mi naturaleza ha sido contemplativa. Cuando era un crío, meditaba sobre la vida con preguntas que rara vez tenían respuestas concretas. Mi primer intento de entender la muerte se produjo cuando falleció el señor Scarf, miembro de la pareja que dirigía la casa de acogida donde vivíamos mi hermano David y yo. Después, cuando la señora Scarf nos dijo a David y a mí que su marido había muerto, nos dio a los dos un plátano para olvidarse un poco del dolor. Yo le pregunté inmediatamente: «¿Cuándo volverá?». Ella me contestó con una sola palabra que me desconcertó. «Nunca», replicó, secándose las lágrimas de la cara, que a mí me pareció la de una anciana.

Yo me fui al instante al sitio que ocupaba en la parte superior de nuestras literas, pelé mi plátano e intenté digerir el significado de «nunca». Imaginé principios y finales, cosas como el día y la noche que terminaban y volvían a empezar, y pensé en el señor Scarf yendo a trabajar y volviendo luego a casa. De un modo rudimentario, visualicé la causa y el efecto, pensando en los brotes de los árboles frutales que se convertían en manzanas o cerezas. Pero me sentía bloqueado por el hecho de que el señor Scarf no pudiera volver nunca más. Aquello desbarataba totalmente lo que yo sabía a esa edad sobre el flujo natural de las cosas. Me tumbé en mi litera mirando al techo, esforzándome en comprender cómo el señor Scarf podía haberse marchado para siempre.

Cada vez que pensaba en que nunca, jamás volvería, sentía un espasmo en el estómago. Entonces me puse a pensar en algo más digerible, algo que yo pudiera abarcar, como «¿Cuándo cenaremos?» o «¿Dónde está mi camión?». Pero la naturaleza inquisitiva de mi cerebro siguió considerando ese concepto misterioso e inexplicable de para siempre, y entonces volvía aquel aterrador espasmo en el estómago que siento ahora mientras escribo estas palabras. Desde que el señor Scarf murió, he escrito treinta y cuatro libros y he dado miles de conferencias sobre la esencia de vivir una vida espiritual, y me sigo descomponiendo cuando recuerdo esos vívidos momentos de la infancia, intentando captar el significado de la vida sin estar encerrada en un cuerpo.

Mientras continuaba con mis escritos y conferencias durante todos estos años, he seguido intrigado ante lo que yo llamo «las grandes preguntas». He estudiado a los maestros de la espiritualidad y la filosofía de Oriente y Occidente, de los tiempos antiguos y modernos, que han explorado, y en muchos casos vivido, las verdades que nosotros consideramos nuestra herencia espiritual. Me encanta analizar esas preguntas que han confundido a la humanidad desde que existen testimonios históricos (y con toda probabilidad, incluso antes). El misterio de la vida me sigue pareciendo fascinante y emocionante. Disfruto meditando sobre lo irrefutable, pero este interrogante también me proporciona paz.

Una de esas grandes preguntas es: ¿Quién soy? Parte de la respuesta es que yo soy un cuerpo con características apreciables. Sí, tengo un nombre, cualidades y logros; pero quién soy yo incluye también una presencia intangible que sé que forma parte de mí. Este aspecto de mí mismo no tiene límites perceptibles, ni forma visible. Un nombre para este aspecto no físico es mente, con la infinita variedad de ideas que se originan en el interior del cuerpo físico.

Mi respuesta personal a la pregunta ¿Quién soy? es que soy una pieza del origen que lo ha creado todo, conocido con muchos nombres, incluidos Dios, espíritu, origen, el Tao, la mente divina, y otros. Aunque no puedo verlo ni tocarlo, sé que soy parte de ello, porque yo debo parecerme a mi procedencia, y mi procedencia es la nada informal que se transformó en forma. Por lo tanto, yo soy tanto el espíritu invisible que es el origen de todo, y a la vez la forma que está destinada a volver a lo invisible.

Otras grandes preguntas que también he debatido son: ¿Qué pasa después de la muerte de mi forma? ¿Qué objetivo tiene la vida? ¿Quién o qué es Dios? No pretendo tener las respuestas definitivas a esas cuestiones. Si grandes mentes tales como Lao-Tsé, Sócrates, Buda, Rousseau, Descartes, Einstein, Spinoza, san Francisco, Rumi, Patanjali, Goethe, Shaw, Whitman o Tennyson (entre tantos otros), no pudieron dar con la respuesta definitiva, es evidente que yo no seré capaz de aclarar todos estos misterios en un libro, ni siquiera a lo largo de toda una vida. Yo solo puedo ofrecer mi propia interpretación de lo que he llegado a saber estudiando, viviendo, y con lo que considero como el origen de todo en este universo material.

Sin duda, la pregunta que me ha intrigado y desconcertado desde que tengo memoria, esa que trasciende las preguntas ¿Quién soy? ¿Para qué sirvo? ¿Qué pasa después de la muerte? ¿Quién o qué es Dios?, es el título de este primer capítulo, De. «¿De dónde vengo?» Para mí, esta ha sido siempre la auténtica gran pregunta.

¿De dónde vengo?

Cuando pienso en los acontecimientos que ocurrieron y en la gente que existió antes de mi llegada al planeta Tierra en 1940, me intriga qué determinó que yo apareciera en el preciso momento en que lo hice. ¿Dónde estaba yo antes de que me concibieran en 1939? ¿Qué estaba haciendo en los siglos xii y xiii, durante la época de las cruzadas? ¿Dónde estaba yo en el 2500 a.C., cuando se empezaron a construir las pirámides? ¿Qué era o dónde estaba yo antes de que los seres humanos empezaran a aparecer en este planeta, mientras los dinosaurios seguían deambulando por la tierra? Plantearme preguntas de esta naturaleza me llevó a estudiar bastante a fondo la ciencia que explicaba cómo las cosas adquirieron forma. Aunque no soy en absoluto un experto en esta materia, esto es lo que he aprendido.

Tengo entendido que la física cuántica considera este hecho como científicamente inabordable: en el minúsculo nivel subatómico, las partículas en sí mismas no surgen de una partícula. Esto significa que la materia deriva de algo amorfo. Los científicos llaman «energía» al amorfismo que produce materia. Esta energía no material produjo la partícula que se convirtió en lo que hoy soy yo. Yo considero esto como un cambio de la energía a la forma, y mientras lees este libro, te invito a que consideres los cambios que has hecho tú para ser quien eres y donde estás ahora mismo.

Yo pienso en la minúscula mota de protoplasma que fue mi primera partícula de humanidad, como parte de una especie de «fuerza futura» que cambió a feto, y luego a recién nacido, a bebé, a niño, a adolescente, a joven, a adulto, a persona de mediana edad, y a alguien que lleva casi setenta años vivo. Todos esos cambios eran inherentes a esa energía original, que se materializó en una partícula microscópica y se convirtió en mí.

Yo soy incapaz de imaginar cómo sucedió ese milagroso despliegue en la formación de quien soy como ente físico. Pero creo que sucedió independientemente de mi capacidad para intervenir en ello, aparte de limitarme a observar mi desarrollo. La verdad es que yo en realidad no estoy haciendo absolutamente nada. Parece más cierto que simplemente me observo a mí mismo, recibiendo la vida de esa energía que lo crea todo, que aparentemente no hace nada, y que al mismo tiempo no deja nada por hacer. Entonces ¿de dónde viene este puntito microscópico que fue mi primera experiencia como partícula?

Recordemos que la física cuántica asegura con rigor que las partículas no proceden de partículas. Si reducimos esa p

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