Mi China

Ludovica Squirru Dari

Fragmento

Prólogo a esta nueva edición

Silencio sepulcral en Buenos Aires.

Año nuevo occidental.

Abro la puerta-ventana que da al balcón y riego los bambúes, que me saludan agradecidos. Lentamente Buenos Aires (la ciudad) comienza a rugir con el movimiento de colectivos, porteros madrugadores y pájaros que trinan con fe el estreno de 2020.

Tengo las mismas ganas de seguir explorando la sabiduría china que en mi juventud. En ese momento, la fascinación que había heredado de mi padre por el Lejano Oriente necesitaba consumarse en un viaje real, concreto, impostergable.

Tenía treinta años, poca plata, muchas ganas y buen humor para pedir en la embajada china ayuda e información para mi primer viaje sola a desandar el Tao (camino).

Mi corazón latía arrítmico al llegar a las puertas blindadas dignas de la ciudad prohibida de Beijing en Buenos Aires. El trato brusco, las miradas vacuas, la negación a todo lo que pedía y preguntaba acerca de China me expulsaron como un misil en el desierto. Ni apoyo, visa, ni interés demostraron a esta mujer que incursionaba con sus primeros libros de Horóscopo Chino en la Argentina, para recorrer las venas del dragón, en el mítico país que me tenía hechizada desde la infancia.

Omomom.

Era joven y desafiaba los molinos de viento.

Decidí emprender el viaje más largo de mi vida: casi un año ausente del país.

Primero iría a New York, ciudad que marcó a fuego la década entre mis treinta y cuarenta años, estudiaría las conveniencias para sacar visa vía Hong Kong, llegar desde allí a la China continental y, mientras tanto, seguir fascinada con el Barrio Chino, donde pasé días entre restaurantes, librerías, negocios de feng shui, lectura de manos y pies, cartas natales, sahumerios y sueños agridulces. Mis amigos me apoyaban, estimulaban, compartían mi viaje y preparativos.

New York es lo opuesto a China.

Lo intuía, nunca tan contundentemente como cuando llegué en el gélido invierno del 88. No tuve suerte y no conseguí la visa. Viajé a París, donde Haby Bonomo me guio en la odisea chino-criolla.

¡Al fin!

La relación entre China y Francia era óptima, y anuncié en la embajada que era estudiante y quería recorrer China para compenetrarme con su cultura. Un tiempo en el gris purgatorio de París, pasaje en línea paquistaní (el único que quedaba) para llegar al Año Nuevo chino. Antes, viaje de despedida al eros a Italia con amigos, y la certeza de que mi vida cambiaría para siempre, después de mi asignatura pendiente. Así fue.

La juventud tiene a favor la inconsciencia de no medir riesgos, de creernos inmortales, de saborear cada minuto con plenitud, sin necesidad de digestión. Y en mi caso, la imperiosa necesidad de cumplir con lo que sentía como misión: mi vida tenía una herencia espiritual que debía continuar.

Lo que puedo contarles es que no encontré la China que imaginé.

Mi Electra con papá y sus narraciones que marcaron mi infancia no asomaron ni por segundos en la gran extensión que recorrí entre el fin del año del conejo de fuego y el dragón de tierra.

Tuve los ángeles, nahuales, a favor antes, en el viaje y después para sobrevivir sola; sin hablar chino, con un invierno que marcó una térmica entre 20 bajo cero y 7 grados en casi todo el recorrido.

Fui con una idea romántica de China que me abofeteó de entrada.

Confié en la protección de mi padre y de los nahuales para entrar en cada laberinto donde me metí, con audacia, temor, al azar o por causalidad.

Nunca había llegado a Oriente y entendí que es el otro hemisferio del cerebro.

Fue mi primer exilio terráqueo.

Cada día eran mil años; la intensidad de la soledad me condenó a la primera cita conmigo en treinta años.

Stop L.S.D.

Atrás quedaron los años de televisión, los teatros, la fama en la calle, los silbidos y los aplausos.

El silencio de China no se parece a ningún otro. Taladra vísceras, sentidos, marca el compás entre la vida y la muerte, donde creí que podría sorprenderme dormida y despierta.

Más allá de los lugares históricos, los asentamientos arqueológicos, la Gran Muralla, el ejército de terracota de Xian, China logró la metamorfosis que necesitaba para la nueva mujer que estaba pariendo.

Dejaba atrás las bambalinas, la monería que cautivó a fans y medios y me desnudaba para siempre.

Me enamoré perdidamente; gran ayuda para no desfallecer en los oscuros días desde el amanecer hacia la abrupta noche viajando en trenes y llegando agotada a hoteles de mala muerte.

Celebré el año del dragón en Beijing; y supe que para los chinos es la fiesta más importante del año, además de venerar y buscar hijos dragones a los que consideran “hijos del cielo”.

Conocí a astrólogos que son médicos y médicos que son Shifu (astrólogos). Despertó mi interés por seguir estudiando, investigando y creciendo como escritora, sinóloga, estudiante del I-Ching y de ciencias como feng shui, tai chi, chi kung, alimentación y nutrición china.

Mi padre me inició, pero supe que era mi destino estando allí.

Escribí muchas cartas a mano; no sabía si llegarían o quedarían en las estafetas rurales y de los pueblos. Pegaba las estampillas con fe ciega.

No existía el mail, las laptop ni los celulares.

Ejercía telepatía.

Me entregué.

Tuve una transformación psíquica, física y espiritual.

El cosmos en el hemisferio norte era distinto y me costaba reconocerlo.

Me sentí huérfana de la humanidad.

Estuve hambrienta, congelada, hibernada, paralizada.

Extrañe a mi mamá, a mi gata Sofía, a mi hermana y sobrinos. A los amigos que había dejado en New york, en París y en la Argentina. ¿Volvería a verlos?

Fue una hazaña.

Necesitaba escribir poesía, olvidarme de quién había sido, evaporarme en la galaxia.

Sabía que el año del dragón era el pasaporte para la resurrección.

Y allí estuve, junto al pueblo, celebrando cuatro días seguidos el Año Nuevo chino. Supe que es parte de su cultura, mitología, costumbres.

Era lo que necesitaba para retornar a mi tierra y confirmar que no era un invento mío el Horóscopo Chino.

Nací en un país donde hay una adicción por lo new age, lo esotérico, lo que llega del más allá. Pero son pocos los que predican y practican lo que aprenden, estudian o investigan.

Recorrí el mismo camino al volver: Europa, New York y después mi Buenos Aires querido.

Estuve un año exiliada en mi PH de Constitución; no me adaptaba a nada ni a nadie.

Escribí Mi China.

Y, por suerte, esta editorial lo reedita por tercera vez en una nueva reencarnación.

SUERTE CON VUESTRA CHINA.

L.S.D., abril de 2020

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