Vacío emocional

Adriana Waisman

Fragmento

CAPÍTULO 1

¿QUÉ HICISTE? ASÍ NO.
HISTORIAS DE MANDATOS
Y CREENCIAS FAMILIARES

Tendemos a pensar que las creencias con las que crecemos son únicas y universales. Además, esperamos que naturalmente los demás las compartan, pero la realidad es que las creencias son personales y, en muchos casos, opuestas, e influyen directamente en nuestra calidad de vida y en nuestros vínculos.

A partir de nuestras creencias elegimos sufrir, sentir desesperanza o disfrutar. Las creencias son certezas que poseemos sobre el significado de determinadas cosas y que influyen, de modo directo, sobre la percepción que tenemos de nosotros mismos, de los otros y de las situaciones cotidianas. Las construimos en nuestra infancia a través de frases que escuchamos y naturalizamos, como “para ser feliz tengo que ser aceptada/o por todos”, “me equivoqué, soy un desastre”, “prefiero no decir lo que pienso, tengo miedo de que se decepcionen”, “no tengo que demostrar mis emociones”, “con ese carácter quién te va a aguantar”, “sos igual a tu padre”, “vivo preocupándome por todo. Necesito tener todo bajo control”. La lista es larga y personal. Vivimos creyendo que hay muchas cosas que no podemos hacer o al menos no podemos hacerlas como “tendría que ser” o según se espera de nosotros. A partir de nuestras creencias pensamos y accionamos. Algunas forman parte de nuestros valores, conforman nuestra identidad y el concepto que tenemos de nosotros y de los demás. Funcionan a un nivel profundo.

Las creencias pueden ser positivas (adaptativas y flexibles) o negativas y limitantes (rígidas e irracionales). Pueden ser nucleares, es decir, conceptos que tenemos de nosotros y de los otros; o intermedias, aquellas formadas por suposiciones (“si digo lo que pienso, seguro que no lo va a tener en cuenta”) o reglas que nos autoimponemos o les exigimos a los otros (“no hay otra manera de hacerlo”), y valoraciones (“soy un desastre. No puedo equivocarme en esto”). Las creencias negativas —tanto nucleares como intermedias— nos generan una visión distorsionada de nuestra realidad emocional que provoca como consecuencia respuestas desadaptativas frente a diferentes situaciones y retroalimentan el círculo emocional disfuncional: Creencia- Pensamiento-Conducta.

Es importante poder ver las creencias como una idea y no como un hecho que se originó en la infancia. Y entender que, aunque la sientas verdadera, no significa necesariamente que sea así. Como toda idea, es fundamental contrastarla con la realidad.

Quiero contarte las historias de Laura y de Pablo. Fijate cómo sus creencias influyeron directamente en sus vidas.

Laura tiene 45 años, es la menor de cinco hermanos. Su familia de origen estaba compuesta por su mamá y cuatro hermanos mayores. Y un padre, “el señor” como ella lo llama, que los abandonó. Era una familia de origen humilde. Su mamá, Victoria (como hoy la nombra), intentó hacerse cargo de la familia, pero la situación se volvió insostenible cuando también tuvo que ocuparse de sus nietas, abandonadas por su hija Marcela. Dada esta situación, Victoria decidió, sin mediar palabras, dejar a Laura, que en ese momento tenía 12 años, con una familia donde trabajaba como empleada doméstica para que viviera ahí y tuviera la vida que ella no podía darle. A lo largo de los años la visitó de forma irregular. Laura, con una mezcla de dolor, incertidumbre y alegría, fue armando su familia del corazón; sin embargo, la situación vivida en su infancia hizo que armara su historia sobre la base de ideas que, con el tiempo, se transformaron en creencias limitantes: “me siento menos que los demás”, “no me da la cabeza”, “prefiero no decir lo que pienso”, “tengo miedo de quedarme sola”. Estas creencias llevaron a que Laura terminara sus estudios secundarios a los 28 años y recién entonces comenzó a sociabilizar. Hasta la actualidad presenta dificultades para expresar sus sentimientos y para accionar cambios vitales.

Pablo tiene 38 años. Es el mayor de tres hermanos. Sus padres se separaron cuando él tenía 15 años. Es exigente, tiene dificultades para integrarse socialmente y se considera poco atractivo. La valoración que le otorga a esa creencia central lo lleva a suponer que si es amable y cede a lo que el otro quiere (creencia intermedia), va a lograr que una mujer se enamore de él. Esta creencia limitante lo aleja de quién es, transformándose en lo que los demás quieren ver en él.

Las creencias se encuentran fuera de la percepción consciente y actúan como filtros mentales, a través de los cuales vemos el mundo, nos comunicamos y armamos o desarmamos nuestra autoestima. Según la neurología, están relacionadas con el sistema límbico, una parte del cerebro que influye en los estados de ánimo, por esa razón es llamado “cerebro emocional”. Este sistema está compuesto por cuatro estructuras ubicadas debajo de la corteza cerebral (tálamo, hipotálamo, amígdala e hipocampo), es más primitivo que la corteza y permite que las creencias se vean reflejadas en nuestra fisiología. Muchas de las expresiones sociales tienen que ver con frases, como “cuando me lo dijo me quedé helada” o “te escucho y se me eriza la piel”. Nuestras reacciones fisiológicas son una especie de pista emocional que da cuenta de que nos estamos conectando con nuestras creencias.

Es cierto que muchas de ellas fueron instaladas en nuestra infancia, en un momento en el que no éramos conscientes de nuestras elecciones y teníamos poca injerencia en ellas. Tomarlas como una suerte de modelo que vamos actualizando a lo largo de nuestras vidas y que va moldeando nuestra identidad dificulta la transformación de las creencias limitantes a facilitadoras. Por eso, reconocer cómo se expresan es un aprendizaje emocional necesario para lograr una autovaloración positiva. Las creencias negativas se manifiestan a través de la descalificación, la desvalorización y el desprecio. La persona siente que, excepto ella, todos pueden llegar adonde se proponen. En el extremo opuesto, se encuentra la persona que basa su vida en creencias facilitadoras que le permiten sentir e identificar qué es lo que quiere y lo que necesita. Siente que es posible porque es capaz y se lo merece.

TÉCNICAS PRÁCTICAS DE DESPROGRAMACIÓN DE CREENCIAS LIMITANTES

  • Escucha emocional selectiva. La forma en que nos expresamos refleja de manera consciente e inconsciente nuestra autoestima, por eso es importante detectar qué frases prevalecen en nuestro relato. No es lo mismo decir “para qué voy a intentarlo, no creo que lo logre” (creencia limitante) que “lo voy a intentar más allá de los resultados” (creencia facilitadora). Otro aspecto importante para tener en cuenta es cómo nos tratamos a la hora de definirnos o el uso que les damos a las generalizaciones que se rastrean en ciertas expresiones, como “todo me sale mal” o “lo hice todo, más no puedo”. Algunas preguntas que te pueden ayudan a replantear la creencia limitante son: ¿todo?, ¿qué cosas de lo

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