Diez secretos para el éxito y la paz interior

Wayne W. Dyer

Fragmento

Tener una mente abierta a todo y no apegada a nada parece fácil hasta que uno piensa en cuántos condicionamientos se han producido en su vida, y en cuántos de sus actuales pensamientos se han visto influidos por la geografía, las creencias religiosas de sus antepasados, el color de su piel, la forma de sus ojos, la orientación política de sus padres, su estatura, su sexo, las escuelas que le eligieron y la vocación de sus bisabuelos, por citar solo algunas posibilidades. Llegó usted aquí como un diminuto bebé capaz de un infinito número de potencialidades. Muchas de sus opciones permanecen aún inexploradas a causa de un programa de condicionamiento —es de esperar que bienintencionado— concebido para adaptarle a la cultura de quienes se hicieron cargo de su educación. Probablemente no tuvo usted casi ninguna oportunidad de discrepar con la configuración cultural y social hecha para su vida.

Puede que haya habido algunos adultos que le hayan alentado a tener una mente abierta; pero si es sincero con usted mismo, reconocerá que su filosofía vital, sus creencias religiosas, su manera de vestir y su lenguaje dependen de lo que su tribu (y su acervo) determinaron que era adecuado para usted. Si usted expresó su disconformidad pretendiendo ir en contra de este condicionamiento preestablecido, probablemente oyó voces aún más fuertes exigiéndole que volviera a la fila y que hiciera las cosas «como se han hecho siempre». La noción de adaptarse reemplazó a la de tener una mente abierta a nuevas ideas.

Si sus padres, por ejemplo, eran judíos, es poco probable que le educaran para honrar y respetar la religión musulmana; y viceversa. Si sus padres eran de derechas, es poco probable que oyera usted ensalzar las virtudes de los partidos de izquierdas. Cualesquiera que fuesen las razones que movieron a sus antepasados a no tener una mente abierta, lo cierto es que habitaban en un mundo mucho menos poblado que el nuestro. En el superpoblado mundo de hoy sencillamente no podemos seguir viviendo con los viejos estilos de cerrazón mental. Le animo a que abra su mente a todas las posibilidades, a resistirse a todos los intentos de encasillarle y a negarse a dejar que el pesimismo penetre en su conciencia. Me parece que tener una mente abierta a todo y no apegada a nada constituye uno de los principios más básicos que puede adoptar para contribuir a la paz individual y mundial.

NADIE SABE LO SUFICIENTE PARA SER PESIMISTA

Busque la oportunidad de observar un diminuto brote verde surgiendo de una semilla. Cuando lo haga, perciba la maravilla que está viendo. Un famoso poeta llamado Rumi observaba: «Vende tu inteligencia y compra perplejidad». La escena de un retoño brotando representa el inicio de la vida. Nadie en este planeta tiene siquiera el menor indicio de cómo ocurre eso. ¿Qué es esa chispa creadora que hace brotar la vida? ¿Qué es lo que ha creado al observador, la conciencia, la observación y la propia percepción? La lista de preguntas sería interminable.

Hace cierto tiempo, los terrícolas que trabajaban en el programa espacial movían un diminuto vehículo sobre la superficie de Marte por control remoto. Una serie de señales invisibles, que tardaban diez minutos en viajar a través del espacio, al llegar hacían girar y ordenaban a una pala que recogiera y examinara unos cuantos bienes raíces marcianos. Todos nosotros nos maravillamos ante aquellas hazañas tecnológicas. Pero piense en ello por un momento. En un universo infinito, viajar a Marte, nuestro vecino más próximo, equivale a recorrer una milmillonésima de milímetro en la página que está leyendo en este momento. Así pues, logramos mover un pequeño vehículo en el planeta de al lado, ¡y ya nos sentimos impresionados por nuestro logro!

Pero hay miles de millones de planetas, estrellas y objetos diversos solo en nuestra galaxia, mientras que fuera de ella existen miles de millones de galaxias. Somos una mota en un universo incomprensiblemente inmenso que no tiene límite. Piense en ello: si encontráramos ese límite, ¿sería una pared en el borde del universo? De ser así, ¿quién la habría construido? Y, lo que resulta aún más desconcertante: ¿qué habría al otro lado de esa pared y qué grosor tendría?

¿Cómo puede alguien ser pesimista en un mundo del que sabemos tan poco? Un corazón empieza a latir en el útero de una madre unas semanas después de la concepción, y ese hecho constituye un absoluto misterio para todos los habitantes de nuestro planeta. En comparación con todo lo que hay que saber, no somos más que embriones. Téngalo en cuenta cuando se tropiece con quienes están absolutamente seguros de que hay solo una única manera de hacer algo.

Resístase al pesimismo. Resista con todas sus fuerzas, puesto que apenas sabemos nada en absoluto en comparación con todo lo que hay que saber. ¿Puede imaginar lo que un pesimista que vivió hace solo doscientos años pensaría del mundo en que vivimos? Aviones, electricidad, automóviles, televisión, control remoto, internet, faxes, teléfonos, móviles... Y todo ello gracias a esa chispa de apertura mental que permitió florecer el progreso, el crecimiento y la creatividad.

¿Y qué hay del futuro y de todos sus mañanas? ¿Puede imaginarse enviándose a sí mismo por fax al siglo XIV, volando sin máquinas, comunicándose telepáticamente, desmolecularizándose y reapareciendo en otra galaxia, o clonando una oveja a partir de la fotografía de una oveja? Una mente abierta le permite explorar, crear y crecer. Una mente cerrada bloquea herméticamente cualquiera de esas explicaciones creativas. Recuerde que el progreso resultaría imposible si hiciéramos invariablemente las cosas como siempre las hemos hecho. La capacidad de participar en milagros —verdaderos milagros en nuestra vida— se da cuando abrimos la mente a nuestro ilimitado potencial.

LA PREDISPOSICIÓN MENTAL AL MILAGRO

No se permita a sí mismo tener bajas expectativas en relación a lo que es usted capaz de crear. Como indicaba Miguel Ángel, el mayor peligro no es que sus esperanzas resulten demasiado ambiciosas y no logre alcanzarlas, sino que resulten demasiado modestas y sí lo logre. Mantenga en su interior una imaginaria vela encendida que arda vivamente con independencia de lo que se encuentre frente a sí. Deje que esa llama interior represente para usted la idea de que es capaz de obrar milagros en su vida.

En todos y cada uno de los casos en los que una persona experimenta una curación espontánea o supera algo que se consideraba imposible de superar, el individuo pasa por una completa inversión de su personalidad. De hecho, reescribe su propio contrato con la realidad. Para experimentar milagros espontáneos de cariz divino, primero uno debe verse a sí mismo como un ser divino. Dicen las escrituras: «Con Dios son posibles todas las cosas». Dígame, entonces, qué puede escapar a esa norma. Una mente abierta a todo equivale a ser pacífico, irradiar amor, practicar el perdón, ser generoso, respetar toda forma de vida y, lo más importante, visualizarse a uno mismo como capaz de hacer todo aquello que pueda concebir en su mente y en s

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