Esa nueva piel

Eugenia Tobal

Fragmento

Mis agradecimientos:

Tengo una lista tan grande para agradecer que la repasaré una y mil veces para no olvidarme de nadie.

A mi madre, por haberme incentivado y motivado a transitar la aventura tan hermosa de escribir este lado B de mi maternidad, como lo llamaba. Con ella empezó todo y hoy aquí estoy, en su honor.

A Susana Estévez, por acompañarme y ayudarme a encontrar mi voz y mi emoción en cada relato, por comprender mis emociones como si fueran propias y estimularme a confiar en mis manos, que perdieron el miedo a escribir.

A Sonia Fides que, a pesar de la distancia, está tan cerca que hasta puedo abrazarla. Sin conocerme, ha logrado captar cada una de mis partículas. Y aunque nunca conoció a mi madre, podría describir hasta su último lunar. Gracias por ser el nexo entre el cielo y la tierra. Gracias a Penguin Random House, por confiar en que esta locura podría ser una realidad y, especialmente, a Soledad Di Luca, por ser la motivadora de todo esto.

A Lucas, mi amigo del alma. Él ha sido un eslabón muy importante en esta historia en la que empecé a sumergirme desde 2012.

A mi ginecóloga Amalia Monastero, que nunca me dejó sola. Siempre a mi lado, en las buenas y en las malas.

A Nydia Dulce, que siempre me incentivó e insistió repetidas veces para que conociera a Vale y a José. Ella fue quien, con su amor incondicional de amiga de toda la vida, me impulsó a que me encontrara con otra oportunidad.

A José Dardano, mi obstetra. Hermoso ser que no dudó ni un segundo en indicarme el camino de la esperanza.

A Valeria Cerisola, mi ángel de la guarda. Ser único e irremplazable en esta historia. Ella es contención, comprensión, amor. Ella y José trajeron a Ema a este mundo.

Al grupo de profesionales hermosos de Cegyr (Medicina y Genética Reproductiva): Flor Nodar que, como digo siempre, es mi Hada Madrina. Sin ella nada de esto habría pasado. Su magia, su amor y su profesión hicieron que el milagro sucediera. Mike Hammer, mi ecografista preferido, y Adriana Hammer, su mujer, que cuidó mi nutrición durante el embarazo.

A María Agustina Capurro, un párrafo aparte para ella. Casi sin conocernos, nos descubrimos con una conversación por Instagram, sumamente profunda, que caló muy hondo en mí y generó este revuelo de emociones, amor y entrega. Gracias por ser parte tan comprometida de este libro.

A Jorge Fernández, mi psicólogo, que siempre está a mi lado, en las buenas y en las malas, y supo acompañarme en todo este proceso.

A Dalia, Coke, Jime, que sin temores y con el corazón en la mano, compartieron sus historias sin egoísmos y con entrega absoluta.

A Dolo, que siempre está para apoyarme en cada paso.

A los amigos que apoyan en silencio y acompañan.

A mi familia. Papá Pedro, Rupi, Mica, Guille, Vale, Mateo, Joaquín, Rafael, Tatiana, Davina, Benja.

A mi otra familia, a mi suegra: sin ella, nada sería igual. Creo que mi madre se fue muy tranquila sabiendo que Marisa está a mi lado. A mi cuñada Fer, la tía Tete, amada, ser especial que es tan importante en mi vida. A Luci que, a pesar de la distancia, está cerquita. A Javi, a Lauti, al abuelo Cony, a Amanda y al abuelo Gallet.

Gracias a todas las historias de búsqueda, de deseo, de esperanza que me llegan. Ojalá este libro sea una inspiración para animarse a emprender el camino.

Y, obviamente, a Fran, compañero de ruta, por el aguante, el empuje, la comprensión y el apoyo. No pude haber elegido un mejor padre para Ema. Sos mi gran compañero. Gracias por tu simpleza, tu intuición y tu amor, y por hacerme las cosas más fáciles.

PRÓLOGO

POR SONIA FIDES

Reconocerse en otros es a veces el principio de nuestro futuro. Quizás por eso Eugenia Tobal haya escrito este libro, porque decidió ser madre viendo ser madre a la suya. Un libro lleno de espontaneidad y de inclusión, a pesar de que la muerte de una madre te deriva hacia una quietud que modifica para siempre todos los tiempos verbales. Sin embargo, Eugenia ha conseguido palabra a palabra encontrar el antídoto capaz de devolverle la movilidad necesaria para seguir los pasos de su hija, la vivaracha Ema, para alimentarse con las primeras palabras que inventó su boca, para ver en sus ojos los ojos de Ofelia, esos ojos rizados por la honestidad que están enraizados de manera total dentro de la mirada de su pequeña nieta.

Yo nunca conocí a Ofelia; llegué, como se llega a los seres excepcionales demasiado tarde, pero la vi vivir y luchar frente a un monstruo que se empeñaba en lanzar contra ella el silencio sin presentir siquiera que ella no necesitaba la palabra para conectar con conocidos y desconocidos.

Yo nunca conocí a Ofelia, pero mi conexión con su ternura fue total. Como fue total poder leer el testamento que iba pactando con Dios cada vez que acariciaba las manos de su hija en las instantáneas que ésta compartía a través de su cuenta de Instagram.

Confieso que el día en que Eugenia compartió la fotografía en que ella, Ofelia y Ema formaban un eterno triángulo de carne y vida, salió de mí un suspiro que jamás imaginé que pudiese pertenecerme. El destino había perdido la batalla y el crujido hábil e incontestable del amor lo había hecho retroceder. Después sabríamos que solo buscaba impulso y que enseguida vendría a llevarse a la madre que había conseguido, a través de una lucha feroz contra la enfermedad, ver hecho realidad el sueño de su única hija. Ese día todos fuimos huérfanos, y la orfandad pesó como pesa un latigazo sobre la piel de un inocente. Se abrió una herida, una herida que hasta el día de hoy bulle, y diserta e impone con su duro idioma penas extremas a quien lo escucha. Pero por fortuna el dolor no es inamovible, porque hay ausencias que forman caminos perfectos hacia la verdad, y eso es precisamente este libro del que ahora emprendéis la lectura, un camino perfecto hacia la verdad. Un testimonio sin imposturas, sin falsos paraísos, sin espejismos. Eugenia recorre su propia historia, la de su embarazo, su gestación, su parto. E incluye el duelo, esa contradictoria lucha entre la vida y la muerte que nunca imagino vivir de forma tan prematura. Eugenia dialoga con todos los yoes que implica ser madre y, al hacerlo, se hace cargo del porvenir de un montón de biografías desde lo científico y desde lo humano. No le teme a la debilidad, ni al juicio. Es empática y didáctica, pero se aleja del corporativismo perjudicial como alma que lleva el di

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