INTRODUCCIÓN
¿Te acordás de cuando eras chico y cumplías años y te decían que pidieras tres deseos antes de soplar las velitas de la torta? Todos se quedaban en silencio, mirándote y sonriendo, mientras esperaban a que te decidieras para entonces poder aplaudir. Estaba prohibido decir los deseos en voz alta, ese era el requisito para que se concretaran. Era un momento mágico, y como creía que se iban a hacer realidad, trataba de asegurarme de no desperdiciar la oportunidad. Algunas veces me arrepentía de haber elegido esos tres en lugar de otros, y pensaba: “¡Cómo me voy a olvidar de pedir que…!”. Hasta sentía culpa por adelantado, anticipándome a lo que no iba a tener ese año como consecuencia de mi descuido. ¡Realmente lo creía!
Ciertas veces los pedí con tanta fuerza que se me cumplieron. O anhelé tanto lograr algo que mi deseo se convirtió en el primer paso para conseguirlo. Porque de algo estoy convencida: lo bueno que deseamos, para nosotros mismos y para otros, da inicio a un proceso absolutamente maravilloso. Cuando alguien piensa en vos con cariño, cuando alguien hace fuerza para que todo salga bien, una energía positiva te envuelve. No es magia, es optimismo, y te aseguro que funciona. Así que no pienses: “Sí, pero a mí no me pasa”. Proponete intentarlo con muchas ganas, que nunca puedas decir que no pusiste todo de vos para que suceda.
Tres son mis deseos. Bueno, en realidad, son muchos, para tu vida y para la mía también. Pero, como te dije, no va a ser mágico. Vas a tener que aprender a creer. Vas a tener que cambiar la pésima costumbre de pensar que va a salir todo mal, que es mejor no ilusionarte para no decepcionarte después si no funciona. Vas a tener que aceptar que está bien estar mal de vez en cuando, y que lo mejor que puede pasarte es que te permitas ponerlo en palabras. Vas a tener que cuestionar tus creencias sobre las personas que te rodean y sobre vos mismo. No es fácil, pero tenés que querer y tenés que creer.
Este libro puede ser leído de la manera que mejor te parezca: desde la primera hasta la última página, al azar, de atrás hacia adelante… No es un manual de nada. No da instrucciones sobre ningún tema ni te dice qué hacer con tu vida. Es, simplemente, un cúmulo de buenos deseos. Aquí encontrarás reflexiones mías que surgieron a partir de experiencias propias y ajenas, y palabras que no supe expresar en persona, pero que sí me animé a escribir. No es perfecto, como no lo son las emociones ni lo que experimentamos frente a lo que nos pasa. Algunas ideas se contraponen a veces porque no siempre escribo sobre mi presente, porque estoy aprendiendo y porque lo que siento no es matemática, pero aun así intento dejarlo fluir. Cada uno de estos textos fue escrito con mis mejores energías, pensando en vos que estás del otro lado queriendo confiar. No te conozco, pero no creo en las casualidades, y sé que tiene un sentido que estas letras hayan llegado hasta tus manos.
Que te quieran. Que te quieras. Que quieras. No necesariamente en este orden, porque la manera en la que sentimos nunca es lineal. Estos son mis tres deseos, para vos y para mí. Cierro los ojos y lo deseo con todo el corazón.
Parte I
QUE QUIERAS

“… aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños,
porque cada día es un comienzo,
porque esta es la hora y el mejor momento,
porque no estás sola,
¡porque yo te quiero!”.
GUILLERMO MAYER
Dos cosas deseo para vos en esta oportunidad. La primera y más importante, la que va a posibilitar todo lo demás: que quieras estar bien. Es el inicio del largo y sinuoso camino a “que te quieras”.
Sé que a veces lo único que esperás es un milagro que te saque del abismo porque deseás con desesperación un cambio, pero continuás haciendo cosas que te empujan hacia la oscuridad. Perdés la esperanza y la motivación. Te encerrás en vos mismo y no sos capaz de notar los ejemplos de que “sí se puede” que te rodean.
Tenés que querer. Sí que podés, siempre pudiste. Pero para lograrlo tenés que querer.
Luego, que te des la posibilidad de querer a otros. Que hagas el bien, que seas el tipo de persona que te gustaría que hubiesen sido con vos. Soltar el resentimiento es la única manera de sanar. Dar lo mejor, aunque sientas que a vos no te lo dieron.
Que des el primer paso, que puedas reconocer cuando estás poniéndote en el lugar de víctima y no te quedes sentado ahí. Que uses el desamor como combustible para levantar vuelo. Que tengas la humildad suficiente para reconocer las virtudes de los demás, más allá de sus defectos, más allá de todo lo que te gustaría que sean pero no pueden ser.
Que quieras, que ese sea tu primer paso.
SÍ, ALCANZÁS
¿Alguna vez te preguntaste: “Por qué no alcanzo, qué hice mal”?
En ocasiones vas a hacer todo bien y no te van a valorar. O van a aplaudir a otros que no hacen las cosas tan bien como vos. En ciertos ambientes jamás te van a aceptar; no importa cuánto lo intentes, no te van a dejar entrar.
Algunas personas se quedarán calladas cuando lo justo es felicitarte. A otras les convendrá que no existas, que no participes, que no te metas.
No importa cuánto te esfuerces, no vas a encajar. ¿Y sabés qué? No es tan grave como pensás. Ni los aplausos ni los silencios te definen; ni el reconocimiento ni la indiferencia miden tu valor. No, no significa que tal y como sos no alcances. Hay mucha mezquindad en este mundo, mucha gente intentando pisar a otra para hacerse notar.
Salí. El mundo es más grande de lo que pensás.
Avanzá. Te juro que la burbuja se puede romper.
Andate si hace falta, tal vez ese no sea tu lugar.
Quizás estés intentando, otra vez, encajar en el rompecabezas incorrecto. No te fuerces, no te rompas, no te dejes subestimar. Y, sobre todas las cosas, jamás dejes que te hagan creer que no alcanzás.
VAS A ESTAR BIEN
En este preciso instante hay alguien llorando por un dolor físico producido por una enfermedad. Otro tiene mucho miedo porque ignora lo que le va a pasar, y le ruega al cielo, a la tierra y a lo que duda si existe que lo ayude a salir de esta. Hoy alguien perdió a un ser muy querido y no encuentra consuelo. Hoy alguien se siente muy solo y no sabe de dónde sacar los motivos ni las ganas para levantarse. Otra persona, en otro lugar, finge una sonrisa cuando siente que se muere por dentro. Se le quema la garganta en secreto mientras las personas a su alrededor creen que está todo bien. Hoy alguien llora, teme, grita, desespera, sufre y ruega. Uno más necesita que lo ayuden, pero no sabe pedirlo; que lo acompañen, pero no tiene quién; que lo salven… hasta de sí mismo.
En este preciso instante, entonces, cierro los ojos y envío lo mejor de mí a cualquiera que esté pasando por una situación parecida. Y no es que considere que tengo un poder o algo así, es que creo que a veces lo único que puedo hacer es pensar en alguien con amor, y por eso lo hago. Recuerdo mis dolores, esos que el miedo me hizo sentir infinitamente más graves. Pienso en todas las veces que creí, literalmente, que era el fin del mundo para mí. Y entonces te deseo con todas mis energías: Que tengas fortaleza, que tengas paz, que la luz no te falte, que creas, que confíes, que esperes, que sigas.
¿Cuántas veces te dijeron “ya va a pasar” y sentiste que te estaban mintiendo? ¿Y de cuántas saliste? Recordá eso cada vez que venga el miedo disfrazado del fin del mundo. Recordá eso cada vez que el dolor intente apuñalarte la esperanza. Vas a estar bien, respirá, vas a estar bien.
Cerrá los ojos y enviá estas palabras a alguien con el corazón. Vamos a estar bien otra vez.
EL GUARDIA
Entro a trabajar todos los días a las nueve. Me bajo del colectivo, camino apuradísima unas cuadras y, cuando finalmente llego, me toca subir algunos pisos por las escaleras. En el descanso del piso en el que está la oficina siempre hay un guardia. Tiene algo así como un pequeño escritorio, con una mesita y su silla. La gente pasa a su lado y ni siquiera lo mira. Y eso que pasa muchísima gente. Es como si fuera una estatua o parte del decorado. ¿Te imaginás trabajar todos los días así? Tal vez haya veces en las que te parezca que dejaste de existir.
—¡Buen día! ¿Cómo le va? —le dije por primera vez hace unas semanas.
—¡Buen día! —me respondió un poco serio.
Entonces comencé a saludarlo a diario. Noté que al verme llegar, roja como un tomate y casi sin aliento, sonreía. Lo sigo haciendo, aunque vaya apurada, porque sé que después pasa un montón de gente para la que es invisible. O eso me parece a mí.
Es como si quisiera decirle: “Eh, yo te veo. Tal vez no hables con muchas personas acá, pero yo paso y te deseo un buen día”. Es probable que para él no haga la diferencia, quizás esté acostumbrado y mi saludo sea una pavada. Pero sonríe, y eso es genial.
LO QUE SUCEDE EN TU MUNDO COMIENZA EN TU CABEZA
Tal vez en este momento estás en la búsqueda de certezas que no llegan. Quizás la falta de respuestas te llena de ansiedad, y te sentís frágil, solo, a la deriva, con la impresión de que no hay nada que puedas controlar. Te preguntás por qué la vida te la hace tan difícil, por qué las personas que te rodean no colaboran. Por qué para otros parece ser fácil, por qué hay gente que no se preocupa tanto por todo como vos. Más que preocuparte, te agobiás. Te aterrorizás. Te bloqueás. Sufrís.
Es probable que pienses que tenés mala suerte o que los demás son más afortunados, pero ¿qué pasaría si descubrieras que lo que sucede en tu mundo comienza en tu cabeza?
Durante una época de mi vida —o durante varias— me rodeé de personas que me perjudicaron en muchos aspectos. Me sentía poco valorada, pisoteada y mal querida. Y me parecía lo más injusto del mundo. ¿Por qué me pasaba eso si yo daba lo mejor de mí? ¿Por qué siempre me tocaban trabajos horribles y amigos egoístas? Porque yo lo permitía. Porque pensaba que eran los demás quienes tenían que cambiar. ¡Y cómo sufría esperando que lo hicieran! Porque suponía que era mi obligación adaptarme siempre a las elecciones de los otros, como si no pudiera elegir. Porque creía que la culpa era de los demás, que eran “malos”, cuando la responsabilidad de irme o permanecer era pura y exclusivamente mía. Creía que me iba a quedar sola, y eso me aterraba. No me daba cuenta de que más sola no podía estar. Tenía que cambiar mi cabeza. Tenía que cambiar yo.
No estás solo, jamás podés estar solo. Estás con vos, y esa es la relación en la que más tenés que invertir.
Gran parte de lo que somos y tenemos, de la gente que está a nuestro lado y también de la que se va es producto de nuestras decisiones. Tal vez en este momento no puedas verlo, pero creeme: hay un antes y un después de empezar a hacerse cargo.
No esperes a que cambie el mundo, cambiá vos.