PRÓLOGO
“Empecé mal el día; la vi a Sarlo en el bondi.” Encontré la frase hace unos meses en Twitter. Yo no empiezo mal el día si me cruzo con un kirchnerista en el subte. De mañana, leo diarios sobre papel, y muchas veces ese principio es duro; otras veces, desconcertante. Siempre me obliga a pensar.
Si alguien busca un panfleto, no lo encontrará en este libro. Mejor sería que lo abandonara en la mesa de la librería donde lo esté hojeando. Traté de ver los últimos ocho años como si formaran parte de una serie que no rinde su sentido en términos simples. Quizá sea más complicada de lo que yo pueda explicarme hoy, pero hice el esfuerzo de entenderla. Busqué la perspectiva de un historiador de la cultura al que le ha tocado como objeto el presente. Para entender hay que describir: captar un hecho en sus aspectos menos previsibles, sobre todo, descubrir los detalles, el revés de las generalizaciones y de las ideas recibidas.
Deseché la tentación de recordar sólo lo sucedido la semana previa. Lo que pareció importante hace tres o cuatro años no debería pasarse por alto ahora. Hay que frenar la velocidad de la rotación simbólica. Además, si el presente argentino comparte rasgos con otras situaciones latinoamericanas, esto no es un pase libre a un comparatismo que, como las cosas serían de este modo en todas partes, vuelve aceptable lo inaceptable. Saber que no somos originales no le quita dramatismo a la experiencia. Sólo implica saber que otros pueblos conocen desgracias o fortunas similares.
Kirchner fue un hombre del presente. Por eso este libro lo observa allí donde la política se entreteje con la cultura contemporánea. Hice el recuento de las desventuras de lo político cuando se adapta a un medio televisivo que impone su estética, su velocidad y su ideal de casting, provocando equivocaciones como las de los candidatos pop e importando figuras como las de los neopolíticos que, antes que cualquier otra cosa, aprendieron televisión con sus asesores de imagen. Recorrí los blogs, las redes sociales, las guerrillas simbólicas oficialistas u opositoras enfrentadas en Twitter, donde los 140 caracteres hierven todo el día, comentando noticias verdaderas, falsas o aproximativas, difundiendo el rumor, el capricho, la propaganda y la opinión. Busqué entender la novedad de la movilización a través de Facebook y la organización de la polémica en 6 7 8. Los rasgos de la política cocinada en los medios le tocaron a Kirchner como habrían podido tocarle a otro. Durante los primeros años, su estrategia comunicativa fue más bien tradicional y clásicamente populista: hostilidad con la crítica, comunicación directa con el “pueblo”. Luego ascendió, a través de un batallón de intermediarios, a la constelación web-tv.
Seguí atentamente los discursos intelectuales que fueron la atmósfera en la cual avanzó la idea de que el kirchnerismo era el progresismo a la medida de la época, antes de que la agitara la militancia. Recostado en las organizaciones de derechos humanos, a las que introdujo en la casa de gobierno, y en un grupo de escritores y académicos que se reúne en la Biblioteca Nacional y al cual Kirchner distinguió con su visita, el kirchnerismo tiene su brigada simbólica. Leí bien los documentos de Carta Abierta, porque allí está la última versión de un viejo tema: la capacidad del peronismo para transformarse en un imán de los progresistas que deciden pasar por alto muchos de sus rasgos y bajar algunas banderas.
Finalmente, el hombre que sorprendió a casi todos en el 2003. El kirchnerismo ha ganado una batalla cultural y traté de explicarme justamente eso en términos políticos (este libro no habla ni de la pobreza ni de la corrupción, ni de la economía). Para ganar una batalla es tan necesaria la audacia como el cálculo. Las dos palabras describen a Kirchner. Entendió mucho de política. Sus tácticas fueron irritantes y, muchas veces, equivocadas incluso para sus propios objetivos e intereses. Pero los errores nunca mostraron a alguien que no sabía dónde estaba parado, cuál era el suelo que pisaba. Despótico, decidido,