Hambre de Lobo. Mi biografía

Sebastián Torok

Fragmento

INTRODUCCIÓN
Un mundo nuevo, una aventura apasionante

El court número 17 de Wimbledon, pequeño y coqueto, solo cuenta con tribunas laterales. Es una de las primeras canchas con las que el público se encuentra después de ingresar al All England por la puerta principal, sobre Church Road, por donde camina la mayoría de la gente después de llegar en metro a Southfields, la estación más próxima al complejo. De un lado, el famoso Centre Court. Del otro, la magnífica cancha número 1. En el medio, casi hundido y protegido por esas dos joyas arquitectónicas, el court 17.

Es julio de 2017, y hace, verdaderamente, mucho calor. Las temperaturas extremas quemaron y desgastaron más de la cuenta el césped de las canchas del torneo de tenis más prestigioso del mundo; las bases están agrietadas, son tierra pura. Mujeres, hombres y niños siguen con atención lo que sucede en una de las semifinales de la competencia sobre silla de ruedas. La mayoría, como es lógico por una cuestión sentimental y de ubicación geográfica, apoya a Alfie Hewett, un muchacho nacido en Cantley, un pueblito de 800 habitantes del condado británico de Norfolk. Lo hace con respeto y sin dejar de reconocer al rival del jugador local: un tal Gustavo Fernández, de la Argentina, que acaba de llegar a lo más alto del ranking.

El partido es súper ajustado y tenso. En el ambiente hay nervios, dientes apretados y puños crispados. Los puntos se resuelven en pequeños detalles. El público aplaude hasta enrojecerse las palmas de las manos, una y otra vez. En un momento de definición, llega el turno de saque de Fernández: pica cinco veces la pelotita, la lanza y golpea. Hewett le devuelve rápido hacia el drive, el cordobés se esfuerza y alcanza a responder con la cabeza de la raqueta, pero queda comprometido, en mala posición, y un nuevo tiro del británico, a contrapié, provoca que luego de un giro brusco del argentino las dos rueditas delanteras que compensan el equilibrio de la silla se claven en la tierra y se dé vuelta. La raqueta vuela al demonio; Gusti queda desparramado sobre la tierra por un instante. Una mujer, sentada en la primera fila a la misma altura de la posición en la que quedó el argentino, de inmediato se lleva la mano izquierda a la boca, asustada. Pero se calma cuando observa que el tenista reacciona, se ayuda con los brazos que parecen de acero y salta como un resorte recuperando su posición en la silla. Automáticamente, una ovación endulza los oídos de Fernández.

El Lobito, corajudo y sin escatimar esfuerzos, recibe la raqueta de manos del ball boy, se ajusta las cintas que lo amarran a la silla, pide que le entreguen pelotas y muy pronto se dispone a sacar de nuevo, como si nada hubiera sucedido. Como si su audacia no hubiera maravillado a los que están allí. Esa escena recorrerá programas de televisión y será viralizada en redes sociales en las semanas siguientes. Así lo vive él, incluso, ante las dificultades que genera hacer deportes de alto rendimiento sin poder caminar y sentado en una silla. No entiende el deporte —ni la vida, claro— sin empuje, sin pasión, sin exámenes a la vuelta de cada esquina. Si el infarto medular que sufrió de niño no lo detuvo ni le generó trastornos más que el evidente, ¿por qué debería hacerlo el deporte que tanto ama? Imposible.

* * *

Brad Parks tenía 18 años, en 1976, cuando sufrió un accidente que lo dejó parapléjico. Este talentoso esquiador estaba compitiendo en Utah cuando un salto equivocado lo hizo caer mal sobre una superficie congelada. La caída le provocó un daño irreparable. Pese a todo, no se resignó a abandonar el deporte. Probó con el básquetbol en silla de ruedas por un tiempo, hasta que visitó un centro de rehabilitación en California que le modificó el escenario. Allí conoció a Jeff Minnebraker quien, tras haber quedado parapléjico luego de un accidente automovilístico, había diseñado su propia silla de ruedas a medida, liviana y maniobrable, con el propósito de jugar al tenis. Según escribió alguna vez el periodista Andrew Friedman en el portal Tennis.com, aquel encuentro fortuito “fue el equivalente al de John Lennon y Paul McCartney para The Beatles o al de Steve Jobs con Steve Wozniak para Apple, creando una alquimia que cambió las cosas para siempre”.

Parks y Minnebraker se fusionaron, empezaron a pensar juntos con creatividad, a perfeccionar las características de las sillas y a jugar al tenis. Se entusiasmaron y crecieron de tal manera que comenzaron a promocionar el deporte de las raquetas a través de la costa este de los Estados Unidos con clínicas y exhibiciones. En mayo de 1977 organizaron el primer torneo, con unos 20 jugadores, y el tenis adaptado fue tomando forma. Hasta que a principios de los 80 constituyeron la National Foundation of Wheelchair Tennis (NFWT), con una junta de directores incluida, y se organizó un circuito de diez torneos en Norteamérica. Ese fue, sin duda, un paso muy valioso, porque a fines de la década de los 80 ya eran unos 300 los jugadores de tenis adaptado que competían en los Estados Unidos.

El movimiento que impulsaron Parks y Minnebraker empezó a generar contagio, a cruzar las fronteras. La movida llegó a Europa y, también, a Oceanía (puntualmente a Sydney). Francia se transformó en el primer país europeo en poner en marcha un programa de tenis sobre silla de ruedas, con la colaboración y la promoción de dos figuras del tenis convencional del país como Yannick Noah y Henri Leconte. El circuito se empezó a expandir; aumentó el boca a boca. Everest & Jennings, una popular empresa mundial fabricante de silla de ruedas, se convirtió en uno de los auspiciantes de la NFWT. Para 1985, aproximadamente 1500 jugadores estaban participando de 40 torneos solo en los Estados Unidos. La difusión llegó a Japón. La Federación Internacional de Tenis entró en conexión. Nacieron las primeras reglas. El tenis adaptado llegó a los Juegos Paralímpicos de Seúl 1988, aunque solo en modo de exhibición; pero la experiencia fue tan positiva que el deporte se incluyó en el programa oficial cuatro años después, durante los Juegos de Barcelona 1992. Se formó la Asociación Internacional de Tenis en Silla de Ruedas (IWTA, por sus siglas en inglés) y se integró a la Federación Internacional de Tenis en 1998. Dos años más tarde se introdujo el programa antidopaje. El Abierto de Australia se convirtió, en 2002, en el primer Grand Slam convencional en incluir un evento de tenis adaptado. Atenas 2004 se cristalizó como el mayor evento de tenis paralímpico, con competencias cuádruples de single y dobles. Wimbledon organizó el primer torneo de tenis adaptado en 2005 para los mejores ocho jugadores del mundo, algo que calcó el US Open esa misma temporada. Roland Garros, en 2007, fue el último Grand Slam en integrar la competencia en silla de ruedas a sus dos semanas de acción habitual. Para ese momento, aquel sueño osado de Parks y Minnebraker a fines de los 70 ya había entrado, definitivamente, en una nueva era.

En la actualidad, el circuito tiene unos 170 torneos de distintas categorías en

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