Juana Azurduy

Pacho O'Donnell

Fragmento

Prólogo

De pocos libros puede decirse que son necesarios. Este lo era. Poco y nada se sabía de Juana Azurduy, salvo la referencia de la bella zamba de Félix Luna y Ariel Ramírez. “Tierra en armas que se hace mujer/ Amazona de la libertad/ Quiero formar en tu escuadrón/ Y al clarín de tu voz atacar”.

Cuando fui designado embajador en Bolivia decidí profundizar en su vida y obra aprovechando los momentos libres que dejaba mi tarea diplomática. Para ello conté con los ricos aportes, en conversaciones y textos, de destacados historiadores bolivianos. Debo especial gratitud a su biógrafo principal, don Joaquín Gantier, quien ante mi imposibilidad de conseguir su libro agotado me obsequió el suyo personal, con anotaciones y subrayados de su mano, que guardo en lugar privilegiado de mi biblioteca.

Juana fue una heroína mayúscula por su coraje y su convicción que no había recibido el reconocimiento merecido por su participación decisiva, junto con su esposo, Manuel Ascensio Padilla, en las guerras de nuestra independencia. Ello se debe a que nuestra historia oficial, liberal, oligárquica, porteñista, extranjerizante, suele devaluar el aporte de mujeres y de pueblos originarios, categorías a las que Juana pertenecía.

Otro oscurecimiento de su memoria se debe a que la geografía de sus acciones es hoy parte de la hermana república de Bolivia. Pero en aquellos tiempos, desde 1810 hasta 1820, era territorio de las Provincias Unidas que luego devendrían en nuestra Argentina. Ello ha influido en algunos historiadores que parecen haber renunciado a la argentinidad de nuestra protagonista como en su momento los unitarios rivadavianos y directoriales renunciaron ominosamente al Alto Perú. Es necesario entonces corregir ese malentendido y aceptar que Juana debe ser compartida por ambos espacios historiográficos nacionales.

Ese es también motivo para reivindicar el fundamental aporte de los postergados caudillos altoperuanos, Juana y Manuel Ascencio lo eran, quienes, según Mitre, sumaban ciento tres al comenzar la rebelión contra España y sólo contaban nueve al terminar, víctimas de una despiadada y dispar guerra de guerrillas contra ejércitos entrenados y bien armados. Arenales, Warnes, Umaña, Cumbay, Camargo, Zárate, Pedro Padilla, Fernández, Torres, Rabelo, Cueto, Carrillo, Callisaya, Miranda, Serna, Polanco, el cura Muñecas, Betanzos, Uriondo, Méndez en Tarija, Camargo, Lanza, son nombres para rescatar de la avaricia ideológica de la historia que siempre nos contaron y nos enseñaron.

Lo que se cuenta aquí es tarea indelegable de la versión nacional, popular, federal e iberoamericana de nuestra historia, tradicionalmente llamada revisionismo histórico.

Introducción

Las calvas laderas de las montañas devolvían el eco de la batalla, borroneando el metálico fragor de las culebrinas, el agudo rasguido de las flechas y los bufidos aterrados de los caballos. Juana avanzaba casi en línea recta, rodeada por sus feroces amazonas, descargando su sable a diestra y siniestra, matando e hiriendo. Cuando llegó a donde quería llegar, junto al abanderado de las fuerzas enemigas, sudorosa y sangrante, lo atravesó con un vigoroso envión de su sable, lo derribó de su caballo y estirándose hacia el suelo aferrada del pomo de su montura conquistó la enseña del Reino de España que llevaba los lauros de los triunfos realistas en Puno, Cuzco, Arequipa y La Paz.

La batalla duró un rato más hasta que los godos se retiraron dejando en el campo quince muertos, veinte heridos y todo su equipamiento bélico, bajas que aumentaron con la persecución ordenada por Padilla.

—¡Mueran los godos, viva el coronel Padilla! —gritó la Azurduy.

Su aspecto no podía dejar de impresionar, sobre el caballo caracoleante y teñido de sudor blancuzco, su brazo en alto blandiendo triunfalmente la bandera, su chaqueta azul agrisada por el polvo y salpicada de sangre propia y ajena, flanqueada por sus partidarios que la vitoreaban eufóricos.

El deán Funes en su Historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata relata esa batalla:

Aquí los esperaba Padilla que había confiado la defensa de varios puestos a sus capitanes, uno de ellos, que le parecerá al lector algo raro, al mando de su esposa, mujer extraordinaria, Doña Juana Asurdui (sic). El enemigo fue completamente rechazado después de haber dado furioso ataque, y esta mujer heroica tuvo la satisfacción de presentar a su esposo la bandera enemiga tomada con sus propias manos.

La acción mereció el oficio que el General en Jefe del Ejército del Norte, Manuel Belgrano, dirigió a Juan Martín de Pueyrredón, entonces Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de La Plata:

Exmo. Señor:

Paso a manos de V.E. el diseño de la bandera que la amazona doña Juana Azurduy tomó en el Cerro de la Plata como once leguas al este de Chuquisaca, en la acción a que se refiere el comandante don Manuel Ascencio Padilla, quien no da esta gloria a la predicha su esposa por moderación, pero por otros conductos fidedignos me consta que ella misma arrancó de manos del abanderado este signo de tiranía, a esfuerzo de su valor y de sus conocimientos en milicias poco comunes a las personas de su sexo.

Los españoles que hacen alarde de su crueldad, que derraman la sangre americana en nuestros días, hasta comprobarnos con sus hechos las relaciones que parecen fabulosas del obispo Las Casas, promueven y exitan (sic) las almas a tal grado con sus atrocidades, que nos dan la complacencia de que presentemos al mundo entero estos fenómenos, para que se convenzan las naciones europeas y principalmente esa obstinada, que cada vez más gana nuestro odio, de que ya la América del Sud no será más presa de su codicia rastrera.

Recomiendo a V.E. a la señora Azurduy ya nominada, que continúa en sus trabajos marciales del modo más enérgico, y a quien acompañan algunas otras más en las mismas penalidades, cuyos nombres ignoro, pero que tendré la satisfacción de ponerlos en consideración de Vuestra Excelencia, pues que ya los he pedido.

Dios guarde a V.E. muchos años.— Tucumán, 26 de julio de 1816.— Manuel Belgrano.

Pueyrredón responde de inmediato confiriendo a doña Juana Azurduy de Padilla el grado de Teniente Coronel de Milicias Partidarias de los Decididos del Perú:

Buenos Aires, Agosto 13 de 1816.

El Exmo. Señor Director Supremo del Estado se ha impuesto con satisfacción del oficio de V.E. y parte que acompaña pasado por el Comandante Don Manuel Ascencio Padil

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