Manu. El cielo con las manos

Daniel Frescó

Fragmento

Corporativa

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A mis hijos Alan, Michelle y Georgina.
A Marisa, mi mujer.
Que son lo mejor de mi vida.

PRÓLOGO A LA EDICIÓN DEFINITIVA

Cuando a fines de 2004 comencé a dar forma a la idea de un libro sobre Emanuel Ginóbili, enseguida me convencí de que para poder entender las claves de un fenómeno de tal magnitud tendría que hacer una investigación exhaustiva que no se agotara en el relato de su historia de vida. El hecho de que un jugador argentino hubiese llegado a la elite del básquet mundial y obtuviese logros inéditos hasta entonces hacía imprescindible esa búsqueda. No se trataba sólo de desentrañar la génesis de sus proezas deportivas —muchas de las cuales aún estaban por llegar— sino de intentar una aproximación que pudiera explicar la dimensión que había alcanzado en un plano más integral y completo. Me motivó también una curiosidad personal y profesional de conocer a fondo la historia de quien viniendo del básquet, un deporte que no es de los más populares del país, había logrado conquistar el corazón de los argentinos e ingresar en el reducido círculo de los máximos ídolos. Suponía que detrás de sus resonantes triunfos debía haber una historia que merecía ser contada.

Debo reconocer que los resultados de la investigación superaron ampliamente mis expectativas. Es que el fenómeno Ginóbili sólo resulta entendible buceando en sus raíces más profundas y en el contexto en el que Emanuel nació y se desarrolló. Si su historia fascina, es porque constituye una parábola sobre el destino, la fuerza de voluntad, la obsesión sin límites, el talento, la inteligencia y la paciencia para tejer un objetivo para el cual, de algún modo, se está predestinado. No es la historia de alguien común sino de alguien muy singular.

Hurgar en el surgimiento de Bahía Blanca, su ciudad natal; adentrarme en el mundo de la masiva inmigración italiana de comienzos del siglo XX, época en la que David Nazareno Ginóbili, su bisabuelo, llegó a la Argentina; poder confirmar la voluntad y el esfuerzo de quienes vinieron con una mano atrás y otra adelante para integrarse a un nuevo país y lograr desarrollarse, fueron retazos ineludibles que me permitieron comenzar a encontrar las respuestas que buscaba. Si a eso se suma el surgimiento de los clubes de barrio como una de las formas más acabadas de aquella integración, con dirigentes pioneros como lo fue su abuelo Primo Ginóbili, y vinculado también con la aparición del básquet que llegó de la mano de los ingleses que trabajaban en el ferrocarril y que se ramificó en cada esquina de la ciudad y que su hijo Jorge, el papá de Manu, practicó con pasión, el cuadro empieza a completarse. Y que termina de entenderse en el contexto en el que Manu surgió. Es que Emanuel Ginóbili nació en una familia especial, en cuya casa del Pasaje Vergara 14, de Bahía Blanca —considerada por todos como una prolongación del club de barrio—, se respiraba básquet en cada rincón. El padre, Jorge, fue jugador, técnico y directivo y transmitió a sus hijos a través del ejemplo cotidiano el amor por ese deporte y una filosofía de vida regida por conductas virtuosas sutiles pero rígidas. Raquel, la madre, que acompaña con dulzura el fervor de su familia, se ocupó con gran esmero de la formación intelectual y moral de sus hijos y supo poner límites cuando fue necesario. Los dos hermanos mayores, Leandro y Sebastián, se entusiasmaron desde pequeños con el básquet y lo jugaron con calidad. Fueron dos espejos en los cuales Manu buscó reflejarse. Como si se tratara de una extensión natural de la familia, creció entre un grupo incontable de amigos, muchos de ellos personajes importantes de este deporte, que se reunían en esta mítica casa para seguir los partidos en la charla posterior, las anécdotas y las estrategias.

A ese entorno familiar hay que agregar el club de barrio, Bahiense del Norte, ubicado apenas a cien metros del domicilio de los Ginóbili y segundo hogar de Manu, ejemplar formador de jóvenes, que preserva desde su fundación un clima difícil de encontrar en otros lugares. Todo esto ocurre además en una ciudad, Bahía Blanca, considerada capital nacional del básquet, donde este deporte despierta la misma pasión que el fútbol o incluso más. Así, desde muy chico, Emanuel supo aprovechar al máximo este contexto y extraer lo mejor de él. Si se suman su inteligencia, su mentalidad ganadora, su sacrificio y entrega, no es extraño que Manu haya apostado siempre, con humildad, a ser el mejor de todos.

Poder escribir su vida fue una experiencia que me permitió conectarme con los mejores valores de esa familia, del club de barrio, de su gente y de toda una ciudad. Gracias a ellos, que me abrieron las puertas de sus casas y también sus corazones en prolongadas entrevistas, pude conocer detalles inéditos y reconstruir paso a paso cada una de sus etapas personales y profesionales; en otras palabras, saber cómo se gestó el ídolo.

Cada viaje a Bahía Blanca fue un viaje a ese mundo tan particular que me llevó a adentrarme en los antiguos libros de actividades de la colectividad italiana, conocer en profundidad a la otra rama familiar, los Maccari, de gran influencia en Manu, en especial su abuelo Constantino,

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