Diarios (1992-2006)

Abelardo Castillo

Fragmento

Nota

Cuando el 2 de mayo de 2017 Abelardo murió, no para él de manera impensada —sus Diarios son testigo de lo mucho que pensó la muerte—, pero sí de manera imprevista y, para mí, brutal, había terminado de revisar las entradas de este segundo volumen hasta la última página. Digo imprevista porque a los ochenta y dos años estaba en plena posesión de su lucidez y de su memoria, daba semanalmente el taller, acababa de ser jurado del premio Borges de la Feria del Libro, y tomaba apuntes para una nueva novela, que había empezado hacía años, Los ángeles azules. Aunque el cuerpo central del diario estaba revisado, quedaron, sin embargo, innumerables cuestiones pendientes. La intención de esta nota es dar cuenta de cómo llega este volumen al editor y luego al lector.

Ese verano de 2016/2017 trabajamos juntos en la revisión de este tomo, que Abelardo tenía planeado entregar en abril. Yo le dictaba lo que él había marcado en el impreso, él lo volvía a pensar y resolvía si lo volcaba al texto o no; yo buscaba en la biblioteca los libros que citaba, y luego incorporábamos los datos exactos (fechas, ediciones, traducciones, páginas). Si le dolía la espalda, cambiábamos de lugar: yo pasaba a la máquina, él dictaba desde su sillón Voltaire. La alegría final a la que ahora puedo apelar es la imagen de esos últimos meses, uno junto al otro, frente a la pantalla de su computadora.

Los Diarios concluyen, como él lo decidió, en 2006, cuando su escritura no estaba, a sus ojos, “contaminada” con la idea de publicación. Como dijo tantas veces, sus diarios no fueron escritos con la intención de ser publicados. Y aunque la cuestión de si un diario se escribe para uno mismo o para otro es materia de reflexión en varias de sus páginas, yo creo que estos Diarios son, esencialmente, un espejo; un acto privado de autoconocimiento. Y que ahí reside una parte central de su valor. El lugar, además, donde anotaba ideas para cuentos, escenas de teatro o fragmentos de ensayos. Desde mucho tiempo atrás, yo le insistía con la idea de publicarlos; el argumento de más peso fue que les iba a interesar a los escritores jóvenes. Sus alumnos del taller terminaron de convencerlo. Esto fue en 2012; en 2013 preparó el primer volumen.

Este segundo tomo abarca los años de un hombre que entra en la madurez y luego en la vejez, y las reflexiones que esos temas le ocasionan a alguien que no le huía al pensamiento. Son las anotaciones puntuales de cómo, muchas veces, debió sobreponerse al dolor físico para poder escribir. Es el registro de nuestra vida cotidiana y el testimonio de parte de la historia reciente de nuestro país: la crisis del 2001 y los hechos máximos y mínimos por los que atravesamos y que, arrollados por las circunstancias siempre cambiantes de la Argentina, vamos olvidando. Es un diario político, tema que desde siempre lo apasionó, a pesar de que renegó de la política en los últimos diez años. Son las observaciones que un irónico corrosivo lanza sobre algún hecho o sobre sí mismo, y nos hace reír: el humor fue uno de los modos fundamentales que tuvo para comunicarse. Pero, sobre todo, es la conversación consigo mismo de un escritor obsesionado por la sinceridad, por dar cuenta de sus movimientos mentales, de sus miedos y debilidades sin concesiones, acechándose en cada página en busca de algún rastro de mala fe. Pienso que una parte especial de estos Diarios está en sus lecturas; las lecturas de un lector apasionado para quien los libros fueron el eje capital de su existencia.

El volumen II continúa cronológicamente el I, pero corresponde al momento en que comenzó a llevar el diario en la computadora. Conservó sin embargo el hábito del cuaderno al lado de la cama, donde, a veces, cuando le daba pereza levantarse, anotaba líneas que después pasaba a la máquina. Siempre confió más en la escritura manuscrita. Todos sus libros, del primero al último, empezaron siendo borradores a mano. Recelaba de la escritura digital: decía que su velocidad tiende a engañarnos, nos da la sensación de que el texto puede derivar de un tema a otro y que, por mera contigüidad, parece estar bien. En este sentido, su revisión del original consistió en suprimir líneas que sentía innecesarias o sin interés, precisar datos o alguna palabra y cambiar algunos verbos: del pretérito perfecto (tan sampedrino) al simple: del “he leído” al “leí”.

Quedó a mi cuidado cumplir en soledad con sus recomendaciones específicas de lectura, algo que yo iba a hacer cuando concluyéramos la revisión del original. Y me quedó la responsabilidad de completar el volumen con todo lo que él decidía y yo iba anotando en mi bitácora del diario: los ensayos, notas y reportajes de “Otras páginas”; las múltiples búsquedas de citas, referencias, datos para las notas al pie, remisiones al primer tomo y detalles de todo tipo que me encomendaba apuntar. Tuve que realizar sola la selección de las fotografías. Llevé adelante estos encargos fiel y amorosamente hasta en sus mínimos detalles, y puedo confesar que hasta el límite emocional de mis fuerzas. Tributo que me resulta insuficiente, nimio, ante la lectura de este diario en el que me encuentro a cada paso y cuya voz escuché y me acompañó a lo largo del último año y medio.

Mi agradecimiento a Josefina Itoiz, nuestra sobrina amada, y a Gabriela Franco, amiga benéfica y editora rigurosa del primer tomo junto a Abelardo y de éste junto a mí en la tarea de completarlo, está infinitamente más allá de lo que las palabras pueden decir. Ellas lo saben. Su apoyo y sostén en los momentos de flaqueza crearon las condiciones para que, juntas, lográramos que este volumen final se publique.

Dejo constancia también aquí de mi agradecimiento especial a Julieta Obedman, por su respaldo, cálido y constante, y al sello Alfaguara.

SYLVIA IPARRAGUIRRE

1992

mayo 27

En San Pedro, probando la computadora. Se me ocurrió la idea de aprender a valerme de este aparato un poco irreal mientras voy escribiendo en él por lo menos una parte de mi diario —que debería llamarse periódico, muy periódico—, y al anotar la fecha me pareció recordar que el 27 de mayo (¿es así?, ¿lo estoy inventando ahora?) era el aniversario de algo que tenía que ver con ella, con Ruth. Yo tenía diecisiete años cuando, en este mismo pueblo, nos conocimos. Era hija de alemanes; y ésa fue mi época de los poetas alemanes. De

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