Salvados por Francisco

Aldo Duzdevich

Fragmento

15 de abril de 2013

[…] Nos llevaste en tu auto a San Miguel. Me pediste que tratara de ocultarme y que no mirara el camino que íbamos a hacer. Pensé: “¿Se habrá dado cuenta este curita del riesgo al que se está exponiendo?”. Entonces no sabía que eras el Provincial de los jesuitas.

En San Miguel me dijiste que me sacara el anillo de casado y simulara que estaba haciendo un retiro espiritual como si fuera a entrar en la Compañía […].

Una mañana me llamaste a tu escritorio. Estabas con mi hermano y nos redactaste el plan que íbamos a seguir. Nos llevaste al aeropuerto en tu auto y nos acompañaste hasta el último momento. El aeropuerto era de esos puntos clave controlados por militares y policías de civil. Pasamos los controles y nada ocurrió. […]

Volamos a Iguazú y nos fuimos caminando hasta la frontera sin tomar taxi ni ómnibus, como nos habías sugerido. Ahí esperamos el último barco, que era el de los contrabandistas, donde los controles militares aflojaban un poco. Pasamos a Brasil y nos tomamos un ómnibus a Río de Janeiro.

Allí me despedí de mi hermano, Juan, que me había acompañado en todos esos difíciles momentos. Al tiempo, me refugié en las Naciones Unidas y volé a Alemania, donde me dieron asilo político…

Hace unos días, yo estaba con unos amigos y sonó el celular. Era mi hermano, que me gritaba del otro lado: “Gonzalo, ¿te enteraste? ¡Han nombrado Papa a Bergoglio!”. Pero casi al mismo tiempo empezaron a salir noticias en los diarios, en programas de radio, donde se te acusaba de haber colaborado con la dictadura, de haber traicionado a dos jesuitas, etc.

Llamé entonces a mis hermanos para que vinieran a cenar a casa y les conté que pensaba salir a la prensa y contar todo lo que habías hecho por mí. En las entrevistas, puse siempre el énfasis en la lucidez y el valor que tuviste no solo en lo personal, sino también en lo institucional, al correr esos riesgos por mí, que era un desconocido. […]

El día de tu asunción pediste que rezáramos por ti. Yo le pido a Dios que en esta vida que comienzas ahora tengas la misma lucidez, valentía y compromiso que tuviste hace treinta y seis años en circunstancias tan difíciles.

Me quedé con ganas de darte un abrazo y las gracias.

GONZALO MOSCA

P. D. Nunca pensé que le iba a escribir una carta al Papa.

El relato de Gonzalo sorprende y motiva a pensar.1 Si no supiéramos que se trata de Jorge Bergoglio, podríamos imaginar que quien lo ayudó fue un experimentado militante revolucionario. Las medidas de seguridad y el plan de fuga no se corresponden con los de una persona que brinda su apoyo a alguien por primera vez. Comienza llevándolo “tabicado” (mirando hacia abajo para que no reconozca adónde lo conducen), realiza maniobras de “contraseguimiento”, lo esconde en el tercer piso del Colegio Máximo de San Miguel, le detalla el plan de fuga al extremo de sugerirle el último barco de los contrabandistas o “bagayeros” y, finalmente, se expone por entero acompañándolo a tomar el avión cuando los aeropuertos eran un hervidero de policías y “marcadores”. Eso significa que el joven Jorge Bergoglio no era un improvisado, sino que poseía cierta experiencia y pericia en protección y fugas. Y utilizó los instrumentos a su alcance para salvar muchas vidas. Seminaristas, sacerdotes y estudiantes cercanos al mundo jesuítico argentino lograron sobrevivir en virtud del coraje de ese sacerdote.

En cada momento de la historia, las personas ocupan un lugar desde el cual tienen mayores o menores posibilidades de lidiar con su contexto. Por eso es equívoco trasladar al actual Papa Francisco, antes cardenal Jorge Bergoglio, a los años de la dictadura sin antes describir ese contexto. Hacerlo llevaría al gravísimo error de confundir el rol de un superior de la orden jesuita con los niveles más jerárquicos de la Iglesia católica argentina. Este libro intenta describir la etapa de la historia de nuestra región en cuyas turbulentas aguas debió navegar el joven sacerdote jesuita Jorge Mario Bergoglio.

Amarás a tu prójimo

En los años setenta, temprana e impetuosamente, una generación se volcó a la confrontación y la lucha en pos de un mundo más justo. Algunos abrazaron el camino de la violencia revolucionaria. Otros, ni mejores ni peores, entendieron que existían diferentes modos de alcanzar el mismo sueño. Pero en 1976 el terrorismo de Estado, con su impronta de persecución y muerte, llegó para imponer un modelo de privilegios e injusticia.

Si bien la ruptura constitucional de 1955 había marcado un hito insoslayable en la sociedad argentina, la etapa de 1970 a 1983 fue la más compleja de nuestra historia reciente. Y justamente por su rol en esos años Jorge Bergoglio recibió cuestionamientos. No soy un observador neutral de aquella década porque fui parte de esa generación. Me crie en un hogar católico y me formé en el precepto “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”; e integré la enorme masa de jóvenes cristianos que abrazaron la militancia política impulsados por esos valores. Ingresé al peronismo y la organización Montoneros de la mano de curas católicos y el azar y las circunstancias hicieron que esos mismos curas me empujaran fuera del camino de la violencia justo a tiempo.

No conocí a Jorge Bergoglio en aquel entonces ni tuve muchas referencias de él, hasta que se convirtió en el Papa Francisco y sorprendió al mundo entero proponiendo un nuevo modelo de Iglesia “pobre y para los pobres”.

Parto de mirar a la Iglesia católica en su concepto amplio de comunidad, integrada por laicos, religiosos, sacerdotes, obispos y demás jerarquías. Por lo tanto, creo que un juicio ecuánime sobre su actuación en distintos momentos históricos debería considerar el comportamiento de esos diversos sectores así como el nivel de responsabilidad particular de cada uno de ellos. Y si bien es cierto que hubo miembros de la Iglesia que colaboraron con la dictadura iniciada en 1976, también lo es que miles de laicos, centenares de religiosos y sacerdotes y una decena de obispos la rechazaron con palabras y con hechos. Y por ello sufrieron persecución, prisión, tortura, exilio, desaparición y muerte. Según la lista verificada por el teólogo José Pablo Martín y el padre Domingo Bresci, hubo veintiún sacerdotes desaparecidos, un centenar de presos, otro tanto de exiliados y dos obispos asesinados.

Bergoglio no tuvo militancia política en los años setenta. Pero, por el papel de responsabilidad que le tocó desempeñar desde 1973 en su cargo como Superior de la Compañía de Jesús, la tragedia lo rozó muy de cerca y lo convirtió en un sobreviviente más. Sin embargo, a partir del miércoles 13 de marzo de 2013, fue sentado sin más en el banquillo de los acusados.

Habemus Papam

Eran las 15.07 cuando de la Capilla Sixtina, en el Vaticano, comenzó a salir el humo blanco que indicaba que los cardenales habían elegido un nuevo Papa. Entonces el protodiácono Jean

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