Made in Spain

James Rhodes

Fragmento

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RABIA

Capítulo 1

España es un paisito de mierda, infame, mezquino. Un sitio que en su momento fue un peso pesado mundial, en todos los aspectos posibles, ha mutado, se ha marchitado y ha menguado hasta convertirse en un país que apenas es una sombra de su antiguo ser. Sus ciudadanos son superficiales, egoístas y, en buena parte, incultos.

El panorama político es tan aterrador como vergonzoso para todos aquellos que participan en él: una desagradable mezcla de postureo, racismo, comunismo, machismo, chorradas progresistas, alarmismo, reproches, zancadillas, mezquindad y estupidez. Por no hablar de la indecente corrupción, las mentiras y la manipulación que han invadido la Moncloa como un cáncer y que han metastatizado hasta convertirse en el grotesco espectáculo que nos vemos obligados a presenciar día a día.

Los perroflautas progresistas vomitan sus políticas culturales y en favor del colectivo LGTB a la mínima que pueden, e intentan metérselas con calzador a nuestros hijos antes incluso de que estos sepan hablar. La derecha quiere acabar con todo y volver a la situación que se vivía con Franco. A los inmigrantes que les den; a los pobres que les den; las mujeres, que se dediquen a cocinar y follar y cerrar la puta boca; los discapacitados, físicos y mentales, que se las apañen solos; y mejor aislémonos por completo de los extranjeros y hagamos las cosas a nuestra manera.

En lo económico, España es lamentable. Un hazmerreír en la escena mundial. Por Dios, aquí, si tienes la suerte de ganar mil euros al mes, se te considera de clase media. Todos los bancos son unos cabronazos, el 1 por ciento más rico se dedica a robar, sobornar y delinquir para no perder su dinero sucio. La galopante desigualdad queda de manifiesto en todos los barrios de todas las ciudades, y quienes tienen el poder de cambiarla la ignoran alegremente.

Dependemos de borrachos turistas de piel quemada para sostener la economía. Llegan por millones, todo lo piden con ketchup, buscan cualquier restaurante en el que haya patatas fritas, vomitan, se pelean y luego se tiran por los balcones.

Aunque, a decir verdad, a cualquiera que pase una temporada en este país le entran ganas todos los días de lanzarse grácilmente al vacío desde un edificio alto.

El tema de la prensa, pues bueno, es que es de coña. Hay dos bandos, la derecha y la izquierda, ambos financiados por expertos manipuladores. Los dos bandos mienten, crispan, atacan y sueltan opiniones y comentarios que no se basan en los hechos, sino en lo que dictan sus gerifaltes. Lanzan acusaciones, se indignan a gritos y promueven de forma activa la xenofobia, la homofobia, el racismo y el troleo. Aquí el periodismo murió hace décadas. Lo que tenemos es una versión chunga de un toreo hecho de tinta, con el público de Las Ventas drogado, un público que recibe una y otra vez las estocadas de los mismos gilipollas que llevan demasiada gomina y que se empalman de solo pensar en el escándalo.

La educación es de chiste. Aquí la gente apenas sabe lo que es la ortografía, así que de construir una frase o utilizar el imperativo con corrección ni hablamos. Sobre todo cuando hay tantas putas lenguas distintas. Y mejor no entremos en el tema de las artes. Antes la cultura española era la envidia del mundo. Hoy lo mejor que pueden ofrecer es el reguetón, que viene a ser la fusión más fea, cutre y horrísona de rap y hip hop que hay en el mundo. La tierra de Cervantes, Lorca, Albéniz, Velázquez y Picasso nos ha acabado dando a Bisbal y Zara. Felicidades, cabrones.

¿Y lo de Cataluña? ¿En serio? No sé a quién le importa una mierda. A no ser que hables catalán sin acento y que nunca sonrías, te tratan como si fueras basura. Que se independicen y que se conviertan en un factor de progreso, lleno de prosperidad, orgullo y cultura soberana, como un faro mundial de la excelencia. O veamos cómo lo intentan y fracasan, cómo acaban degenerando en una ciénaga de brutalidad policial, sectarismo y recesión. O, si no (por Dios, qué aburrimiento de tema), que Cataluña siga formando parte de España y, bueno, sus ciudadanos acompañen al resto del país a la hora de quejarse todo el día del pozo de mierda en el que están metidos. No va a cambiar nada.

Por no extenderme más: España es una puta vergüenza y un desastre.

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Capítulo 2

Lo siento.

Perdonadme. He estado oyendo demasiadas charlas de bar, viendo demasiados programas de tertulias en horario matutino y leyendo demasiadas opiniones de españoles de verdad, y está claro que, por un momento, me he creído que yo también era realmente español, en lugar de un guiri que ha acabado aquí y que ha hecho todo lo posible por convertirse en español de adopción. No hagáis caso de las páginas anteriores; es evidente que me estoy integrando a marchas forzadas.

La verdad es que llevo tres años esperando para escribir este libro. Muriéndome de ganas de desatarme y dejar que todos los sentimientos que me inspiran este país y su gente caigan sobre la página en una fabulosa cascada de alegría y energía. Todas las palabras van a ser un puto placer. Esto es una carta de amor, un discurso nupcial, un panegírico, un canto de alabanza que prácticamente se escribe solo.

La mayoría de los libros empiezan a redactarse con el peso inconsciente de las expectativas. El autor, que padece el síndrome del impostor, se desespera por repetir al fin el éxito de su primer libro, ocurrido hace muchos años; le invaden el pánico y la ansiedad de los plazos de entrega mientras da los primeros pasos en el campo base del Everest. Bueno, pues no es mi caso. De eso nada. La única ansiedad que me produce este libro es saber que solo hay ochenta y ocho mil palabras en el diccionario de la RAE y que no podré encontrar, ni juntar, suficientes combinaciones de ellas que le hagan justicia a lo que siento por España, por mi nuevo país.

Y tranquilos. Ya sé que parece que me dejo llevar un pelín por el entusiasmo. Que lo veo todo de color de rosa. La fase de luna de miel. El autoengaño. Decid lo que queráis. Se dará la reacción, quizá comprensible, de sentir vergüenza ajena y rechazar ciertas cosas que digo al considerarlas absolutamente exageradas y cursis hasta lo insoportable. Pero he visto España. A estas alturas he visto hasta la España profunda. Llevo aquí el tiempo suficiente para percibir tanto las luces como las sombras. Y, si seguís leyendo, lo que espero es que entendáis los motivos de mi entusiasmo. Porque os prometo una cosa: está completamente justificado.

Nunca había entendido en qué consiste el patriotismo hasta que llegué aquí. Para mí, la idea de amar tanto a mi país —ese orgullo creciente que surge al contemplar nuestro esplendor colectivo y nuestros asombrosos logros— me parecía una cosa aborrecible. A ver, que soy inglés, coño. ¿De dónde podría salir exactamente la sensación de orgullo? ¿De una victoria en la Copa del Mundo hace cincuenta años? ¿De una sanidad pública que se está cayendo a pedazos? ¿Del tremendo racismo? ¿De la mierda de comida? ¿De Benny

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