Mi camino

María Eugenia Vidal

Fragmento

Prólogo

Cuando terminé de leer, de un modo entusiasta, este libro de María Eugenia, sentí que se confirmaban mis expectativas —que, aclaro, eran exigentes— respecto de todo lo que volcó en él.

En sus páginas vemos el testimonio de una invitación a un diálogo personal con todos nosotros a través de sus motivaciones, deseos, reflexiones y vicisitudes que hacen a su condición de dirigente política y a su vocación de gobernar nada menos que la provincia de Buenos Aires en un tiempo donde la transformación, el cambio y lo nuevo eran un imperativo colectivo.

Por primera vez, dicha función realmente problemática y míticamente compleja estaba en manos de una mujer. Llegaba nutrida de una tabla de valores e ideales que pretendían modificar estructuralmente vicios y frustraciones tanto tiempo padecidas por los bonaerenses y que, muchas veces, se las había naturalizado de un modo que las hacía suponer insuperables.

María Eugenia sabía que comenzaba una gran aventura, un trabajo en el cual el aprendizaje iba a ser permanente, y que los imprevisibles voluntarios e involuntarios pondrían a prueba su capacidad para ofrecer respuestas originales, su autocrítica frente a sus propios errores, su autoestima frente a las frustraciones y su paciencia frente a las demoras que muchas veces la realidad obliga.

A medida que iba leyendo me preguntaba si había podido anticipar la crudeza de la lucha que la esperaría cada día. Logros y frustraciones; confianzas y desengaños; criterio de realidad e ilusiones; alegrías compartidas y una soledad muchas veces inevitable. Aliados y enemigos cuyo color a veces era difícil de precisar.

Desde el primero hasta el último día de su gobernación sintió imprescindible como alimento emocional e intelectual formar parte de aquellos que habían depositado en ella la responsabilidad de conducir los destinos de la provincia. Tenía que compartir con los bonaerenses su cotidianidad, aun cuando muchas veces eso fuera solo parcialmente posible. Y cuando la dureza de aquellas dificultades que no podía modificar aparecía al desnudo, no pudo evitar el dolor, un sentimiento de impotencia, y aunque equivocado muchas veces, de autorreproches; fue necesario en esos momentos no resignarse ni apelar a minimizar o negar la situación para que la zona de confort opacara la verdad. Había que levantarse, recoger el guante y seguir adelante.

Me pregunté en aquel entonces si en algún momento había supuesto que tendría que dejar la casa donde vivía con sus hijos porque estaba permanentemente amenazada en su seguridad personal y de su familia. ¿Cómo poder incluir a los hijos en ese extraño argumento que la violencia y la corrupción habían escrito?

¿Cómo no perder de vista la humildad que exige poder pedir ayuda cuando el conflicto supera nuestra comprensión?

Yo no solamente creo, sino que sé que una de las herramientas principales de las que dispuso María Eugenia Vidal para caminar a lo largo de este paisaje desconcertante fue la facultad de escuchar al otro, lidiando con inevitables resistencias y deseos que a veces pretenden desoír o rebatir lo que no se quiere aceptar. No hay relación posible si no hay un otro a quien reconozca la capacidad de decir algo diferente a lo propio. El pensar y el saber del semejante es el límite y la riqueza de cada uno.

Elijo como ejemplo de muchos de los planteos que tuvo que enfrentar en su gobernación el conflicto con el gremio docente. En una honesta autocrítica nos confiesa que, en ciertos sentidos, el debate tomó un camino ajeno a lo que ella hubiera esperado y piensa que fue corresponsable al respecto. Hoy, aclara, utilizaría esa experiencia para encararlo de otro modo.

Un aspecto importante que vemos que late en el texto es su preocupación y angustia ante la idea de que la gente que confió en ella y la eligió pueda sentirla ajena a sus sufrimientos. Siente fundamental la necesidad de que estén seguros, de que no perdió la memoria de lo que les/se prometió. ¿Cómo explicar a veces, se preguntaba, que lo imposible gana ciertas batalla? Sabía que muchos adversarios con colores y ambiciones diferentes estaban esperando la ocasión de desacreditarla. Comprendió que ocupar ciertos lugares y ejercerlos con seriedad tiene un costo injustamente alto.

Qué duda cabe que también transcurrieron en esos años acontecimientos en su vida personal, cambios en su vida afectiva (nada menos que un divorcio) y una refundación de muchos de sus espacios privados que fueron fundamentales. Pudo timonear este tránsito de un modo equilibrado y responsable, sin perder de vista sus compromisos políticos. Las sombras, aceptó, también están presentes en la ecuación personal de todo ser humano.

Finalmente, el poder. Del que se dudó de que ella sería capaz de ejercer, del que se supuso solo eran dueños los que tantas veces habían ejercido la política bonaerense, con resultados conocidos. Antiguo prejuicio de que ella, una joven mujer, pudiera enfrentar semejante prueba. La realidad fue categórica. Quiso y pudo. Gobernó, con aciertos y errores, pero conquistando la confianza y el cariño de aquellos que creyeron en ella. Sin pretensiones omnipotentes, que hacen de la mentira y de la apariencia su vestimenta, pienso que María Eugenia logró hacer del poder un verbo y no un sustantivo. El poder en democracia, en una república, es brindar al otro y no encarnarse en él como un eterno propietario.

Pero el libro deja claro una decisión y tal vez una promesa. Seguirá ejerciendo su vocación, su voluntad de trabajar política y socialmente, y sobre todo saber que una presencia útil exige creatividad, imaginación y un permanente aprendizaje. María Eugenia no quiere repetir. Aspira y se exige a innovar.

JOSÉ EDUARDO ABADI

Introducción

Cuando hace tiempo me preguntaban de qué se trataba este libro, me costaba decirlo sin dar una larga explicación. Siempre empezaba describiendo lo que no era. “No es un largo reportaje.” “No es un autoelogio.” “No es un relato detallado de la gestión.” “No es una autobiografía.”

Desde la elección de 2019, quería hacer un libro que pudiera reflejar lo que había vivido y aprendido como gobernadora en la provincia de Buenos Aires durante cuatro años y, sobre todo, lo que había sentido.

Para mí, gobernar no es un trabajo como cualquier otro. Exige una entrega total y permanente porque es imposible resolver problemas serios que afectan a mi

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