Diarios 1984-1989

Sándor Márai

Fragmento

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1 de enero

Por la noche Berzsenyi, Vörösmarty. Después de 1800, en la lírica húngara la tónica general era fustigar el «esqueleto del repugnante sibarita». En las décadas anteriores al gran estallido,[10] ese tono era consecuente. Fustigaban la «holganza», el rechazo de «las antiguas virtudes», la imitación mecánica de lo extranjero, la indiferencia cínica de la alta nobleza hacia cuanto se consideraba un problema húngaro. Berzsenyi, Vörösmarty, Károly Kisfaludy, Garay, Czuczor, Bajza, Eötvös… Todos ellos se percataron de que la nación se estaba hundiendo en un estado de indiferencia y cinismo. Dominaban los patéticos y sin embargo sinceros gritos de dolor del emblemático verso de Dániel Berzsenyi: «Húngaros, antes fuertes, hoy cada vez más menguados.» La lírica húngara de esas décadas nos muestra cómo era la atmósfera social en los tiempos que precedieron a la guerra de Independencia, a diferencia de la prosa húngara, que raras veces aborda ese período. Es la nostalgia de la clase noble cada vez más burguesa; es una crítica amarga y a la vez una exigencia sentimental. El poeta no sólo se queja por la situación social de la «gente humilde», sino que describe la lucha interior y la crisis de conciencia de los intelectuales, la admiración que le inspira el enorme cambio occidental, el terremoto social provocado por la Revolución Francesa.

Y el miedo al cambio. Las meditaciones lóbregas de Berzsenyi son sinceras, ofuscadas. Desprecia lo que tiene, pero al mismo tiempo teme el porvenir. Es lo mismo que le pasa hoy en día a la intelectualidad húngara.

Es una especie de sorpresa para mí, para nosotros, haber llegado al Año Nuevo. Prácticamente ninguno de los escritores que fueron mis coetáneos vive ya. Y la literatura de la que yo formaba parte también se está muriendo. Soy un espantapájaros, un cachivache destinado a los estantes de un museo, un insecto enclaustrado en ámbar.

Lectura: paralelamente a la teoría del alma de Aristóteles, las reflexiones de un filósofo americano, John Dewey (murió hace poco a los noventa y tres años), sobre los sabios griegos. Vivió veinte años en China, donde practicó la docencia y colaboró con diversos medios de Pekín, en los que publicaba estudios filosóficos. Acaban de editar sus escritos, que durante el período de la Revolución Cultural fueron prohibidos. Dewey afirmaba que «el alma es verbo».

La radio y la tele difunden la noticia de los cuatros chicos —entre siete y catorce años— que el día siguiente de Año Nuevo mataron a golpes a su compañero de seis años, sordomudo e idiota. L. se acordó de una amiga suya cuya familia tenía una granja de pollos: entre los infinitos pollitos nació uno diferente, de color y plumaje muy distintos a los del resto; los demás atacaron al polluelo que acababa de salir del cascarón y lo despedazaron con los picos y garras.

11 de enero

Casi nunca vuelvo a abrir mis libros publicados hace tiempo, pero hoy estaba buscando algo en Diarios 1943-1944 y en un momento determinado leí las siguientes líneas: «He vivido cuarenta y tres años. ¿Y si me queda lo mismo por vivir? ¿Llegaré a los ochenta y seis? ¿Seré más sabio? ¿Más feliz? ¿Habré resuelto mis dudas sobre Dios, sobre la gente, sobre la naturaleza y lo sobrenatural? No creo: la experiencia requiere tiempo; sin embargo, el tiempo —más allá de cierto conocimiento— no ofrece una experiencia más profunda. Simplemente seré mayor, ni más ni menos.» Las líneas de 1943, cuando el libro fue impreso, resuenan con un timbre extraño ahora que las leo, en 1985. La hipótesis casi se ha cumplido: sólo me falta un año para cumplir los ochenta y seis. Y resulta que no soy más sabio. Mejor dicho, más bien intento retener a duras penas lo que sabía hace cuarenta y tres años, pero desde entonces lo voy perdiendo, se me olvida.

Me llama un periodista de Nueva York que se ofrece a venir a visitarme, pero respeta mis reservas: como sabe que no me prodigo con los medios, sólo pretende hacer una «entrevista póstuma», cuya publicación se retrasará hasta que yo haya pasado a mejor vida. La oferta es cortés y discreta. En cualquier caso, el optimismo del periodista me sorprende, sobre todo su seguridad en eso que ha dado en llamar «entrevista póstuma» y en que me sobrevivirá a mí, al anciano. Aunque esa certidumbre está refrendada por los datos que proporcionan las estadísticas, en la práctica no es tan seguro que el entrevistador, que tiene veinte años menos, sobreviva al anciano de ochenta y cinco años. Tal vez ocurra que sea yo quien escriba su necrológica. No es que lo considere probable, pero ¿quién puede descartarlo?

Aristóteles no creía en la supervivencia del alma: cuando el cuerpo deja de vivir y se descompone, el alma muere con él; ya nada será lo que fue antes. Para Aristóteles el alma es motion, «acción»; el espíritu es estático y pertenece a la persona.

12 de enero

Hoy L. se ha desmayado de nuevo, como hace dos semanas. Consigo llevarla a la cama y después de dormir unas horas se siente mejor. Por lo visto, todo se debe a una bajada inesperada de la tensión arterial. En los últimos años le había pasado ocasionalmente, pero esta vez ya es el segundo desmayo en dos semanas.

La vida es casual, no tiene sentido ni utilidad alguna. La muerte es la consecuencia inevitable de la casualidad, y tampoco tiene sentido ni utilidad.

18 de enero

Las páginas de Diarios 1943-1944 me evocan la matanza de locos cometida hace cuarenta años. A veces me sorprende la mesura de mis escritos… El mundo de Horthy, el señoritismo neobarroco, el falso señorío. El jactarse de los privilegios de raza y linaje. La avaricia sanguinaria. La conducta de la «clase media». Y todo lo que vino después… En Hungría mucha gente sigue ignorando que ser «burgués» era una profesión, mientras que la clase media surge de una alianza de intereses.

A veces Aristóteles, el capítulo sobre el alma. Me parece extraordinariamente aburrido, el discurso algo osado de un sabio sobre un tema del que carece de conocimientos. No es el cuerpo el que contiene el alma, sino ésta la que da cohesión al primero… Si el cuerpo muere, el alma se va… (¿adónde?). Cuando Aristóteles analiza el mundo real, sus observaciones son magníficas como nebulosas, pero cuando anda a vueltas con la metafísica, es innegable que sus análisis flojean.

Simultáneamente, Types of thinking: las reflexiones de John Dewey sobre algunos personajes de la filosofía y el pensamientos occidentales. Aristóteles, Descartes, Locke (y tres pensadores más: William James, Bertrand Russell y Henry Bergson). Entre 1919 y 1921 este autor fue invitado a impartir un ciclo de conferencias en la Universidad de Pekín, pero tras la Revolución Roja se vio obligado a abandonar esta actividad: la filosofía occidental no encajaba con las asignaturas de la

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