Puta feminista

Georgina Orellano

Fragmento

INTRODUCCIÓN

Somos ese insulto

Durante mucho tiempo, cuando alguien aludía al que es mi trabajo desde hace quince años lo hacía con el eufemismo del oficio “más antiguo”, pero para mí lo más antiguo de la humanidad es condenar a las mujeres, las lesbianas, las travestis, las trans y las prostitutas, que vaya si hemos sido —y seguimos siendo— condenadas en esta sociedad machista y patriarcal.

Al comenzar mi militancia en AMMAR, el sindicato de lxs trabajadorxs sexuales de la Argentina, lo primero que noté era el peso de los prejuicios sobre nuestro trabajo. Los prejuicios nacen del desconocimiento. Y sobre las putas, desconocimiento es lo que sobra.

Por eso me decidí a escribir en primera persona: para poner a circular otras voces, voces acalladas y silenciadas. Nuestras voces.

Aunque me sobran motivos para poner en palabras tantos años de yiro, a la vez me desborda la rabia. Se ha pensado por y sobre nosotras y se han diseñado políticas públicas en las que la salvación y el rescate son las únicas ideas. ¿Y si quienes dicen querer mejorar nuestro destino nos consultaran y nos hicieran parte?

Los años de activismo también me revelaron la molestia que genera que queramos agarrar la batuta y recuperar la voz. Se espera que reforcemos discursos punitivos, que posicionemos a nuestras salvadoras y pidamos trabajo digno. Nada más lejano de todo lo que tenemos por aportar y decir.

Los discursos dominantes sobre la prostitución que dieron lugar al borramiento de nuestras decisiones y voluntades son aquellos que nos consideran siempre desde el lugar de víctimas, esas que no pueden pensar por sí solas, esas que necesitan ayuda, esas que buscan salir de un infierno.

Como si las putas no pensáramos.

Yo reniego de las etiquetas impuestas sobre nuestros cuerpos durante siglos.

Yo no soporto la idea de que seamos pensadas solo como víctimas.

Yo combato nuestro aislamiento.

Yo alzo la voz para que seamos escuchadas.

Porque siempre importó más la palabra de las expertas: mujeres blancas que hablan con términos muy técnicos para posicionar un solo discurso hegemónico en la academia, en el feminismo e incluso en el Estado. A ciertos marcos teóricos les falta calle y clase obrera, esa a la que las putas orgullosamente pertenecemos.

Después de tantos papers en los que nos leí en un lugar secundario, hoy vine por la revancha. Si van a leer deberán leer a las putas; si van a estudiar será con la puta delante del grabador y con los pies embarrados en el territorio. Si van a transcribir, serán nuestros saberes. Si van a escribir papers, que incluyan nuestros conocimientos y nuestra experiencia.

Pasar de ser objeto de estudio a ser sujeto político.

Sí. Nosotras somos.

Somos las que quisieron ocultar debajo de la alfombra.

Somos aquellas en las que se han depositado todas las miserias.

Somos ese insulto.

Somos esa palabra que da pudor y vergüenza.

Somos ese volante que infinidad de veces despegaste y tiraste al suelo.

Somos esas esquinas y esos barrios por los que te da miedo transitar, somos las excluidas que solo tenemos permiso para habitar las noches y los lugares en los que no quede tan a la vista nuestra putez.

Somos el puterío prendido fuego, somos lo que no te imaginás y mucho más.

Somos trabajadorxs, laburantes de carne y hueso.

Somos putas. Prostitutas. Cabareteras.

Ojalá que después de leer estas páginas abandones los prejuicios de una buena vez y para siempre.

CAPÍTULO 1

Un trabajo como el tuyo

Putas nos decían a las cinco integrantes del grupo rebelde y provocador de mi curso en la escuela secundaria. Así que cuando en el último año tuvimos que elegir una problemática social para hacer un trabajo práctico optamos por la de la prostitución. El profesor iba preguntando el tema equipo por equipo. Unos habían decidido investigar sobre los cartoneros, otras sobre el aborto y cuando nos tocó a nosotras gritamos nuestra elección bien alto y claro.

—No esperaba otra cosa de ustedes —respondió, mientras las risas retumbaban fuerte en el aula.

Después no supimos por dónde arrancar. Una de mis compañeras propuso poner un peso cada una para pagarle a una chica y que hiciera la tarea. Yo desistí. Decidí que si llegaba a tener el dinero, lo iba a usar para ir a bailar a José C. Paz. Otra propuso ir al ciber y buscar en internet. Empezamos por precisar qué significaba ser prostituta: copiamos y pegamos lo que arrojó el buscador de Google. No estaba “trabajadora sexual” entre las definiciones. Era el año 2004 y por entonces la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR) ya llevaba nueve años de organización.

Se nos ocurrió agarrar el diario y llamar al teléfono que salía en uno de esos avisos clasificados de antes, en los que las prostitutas podían hacer públicos sus servicios. Y sucedió lo esperado: del otro lado del teléfono nos dijeron de todo y nos cortaron. Esto así no va, pensamos; y tratamos de buscar otras herramientas.

Ninguna de nosotras se animaba a consultarle a su entorno familiar, nos daba vergüenza. Una de mis compañeras nos contó que, en una cena frente al televisor, al ver la noticia de una violación, su madre preguntó al aire: “¿Por qué no violan a las prostitutas, que andan buscando eso, en vez de arruinarle la vida a esta pobre mujer?”. ¿Se merecían eso las prostitutas?, nos preguntábamos. Teníamos muy pocas herramientas para complejizar el problema social que habíamos elegido.

Entrevistar a una prostituta era imposible. ¿Dónde la conseguíamos? ¿Cómo podíamos saber si en el barrio donde vivíamos había alguna mujer que se dedicaba a eso? De algunas se decía que eran putas y no precisamente porque cobraban, sino porque cogían con todxs. De hecho, eso mismo se decía de nosotras.

De vuelta en el ciber, con el buscador de Google encontramos charlas, debates e informes televisivos. Todxs hablaban de las prostitutas, todxs menos ellas. Hasta que dimos con una entrevista a Margarita Carreras, prostituta y activista incansable de Barcelona. En el programa no estaba sola: había otra mujer a la que los periodistas escuchaban con mucha más atención que a Margarita. A ella le p

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