Padre Mario

Silvina Premat

Fragmento

Padre Mario

1. Nació en medio de una guerra (1915-1924)

Cuando Mario nació, el 1 de agosto de 1915, la Primera Guerra Mundial estaba por cumplir el primero de sus cuatro años. Sus padres, en tanto, no habían cumplido aún dos años de casados y ya tenían otro hijo de apenas once meses. Vivían en la ciudad de su mamá, Pistoia, en la provincia de Florencia.

Enrico Pantaleo, padre de Mario, había conocido a su mujer a poco de llegar en búsqueda de trabajo a Pistoia desde Pomarico, un pequeñísimo pueblo del sur italiano. Vivieron con cierto bienestar algunos años dado que Enrico administraba los bienes de una familia de nobles cuyo apellido (Pazzi) tenía y tiene peso propio en la historia italiana en virtud de ciertas rencillas en torno a la corona del antiguo reino.

Originarios de Florencia, los Pazzi habían llegado a Pistoia a mediados del siglo XVI tras un intercambio de propiedades dispuesto por el papa y gozaban de un reconocimiento honorífico superior al de caballero. Por las responsabilidades que asumía Enrico Pantaleo tenía derecho a vivir con su familia en la residencia, conocida como “palazzo marchesale”, en la que había funcionado un hospicio y luego una hospedería para los peregrinos que hacían el tradicional camino a Santiago de Compostela desde Roma. Para la traza vial de esa época Pistoia era un punto clave.

Ocupaba un gran predio en la zona más antigua del pueblo, con un amplio jardín interior y una cálida capilla. El ingreso principal, tanto para la casa de los condes como para la capilla y la vivienda de los empleados, era desde una pequeña plaza seca que tomó su nombre, San Esteban, de la primera parroquia que funcionó en ese templo. Allí vivió Mario los ocho primeros años de su vida durante los que tuvo otros dos hermanos: Inés, nacida cuando él tenía un año y medio, y Salvador, dos años más tarde.

El sector donde vivía la familia Pantaleo era de dos plantas con varias habitaciones y acceso directo al templo y al jardín; dos espacios que marcaron la sensibilidad y religiosidad del futuro sacerdote.

La capilla era pequeña y había sido construida en el siglo XI con estilo románico luego intervenido con rasgos góticos. En sus muros había frescos del siglo XVIII con figuras de militares Pazzi. A los lados del altar estaban retratadas Santa María Magdalena de Pazzi —religiosa carmelita cuyo nacimiento se dice que ocurrió allí mientras su madre se encontraba de vacaciones— y Santa Clara de Asís, de quien Magdalena era devota. Esas elocuentes imágenes en las paredes, la solemnidad de las ceremonias y el bullicio y alegría del grupo de niños que concurría a la iglesia los fines de semana hacían de la capilla un centro de atracción para el pequeño Mario. El peor castigo para él era impedirle acercarse a ese espacio.

El jardín, de estilo toscano, tenía senderos marcados con piedras, macetas de barro y una pérgola, conocida también como “cenador”, donde Mario merendaba con sus hermanos y pasaba largos ratos observando las plantas y los pájaros y conversando con sus mascotas: tres tortugas. No jugaba en el parque tanto como sus hermanos porque se le había manifestado un problema respiratorio que muchas veces lo obligaba al reposo y a cuidados especiales.

Un episodio de estos años vinculado con su salud signó su infancia: una neumonitis aguda lo puso al borde de la muerte y la habría superado gracias a la intercesión de Santa Teresita del Niño Jesús pedida por su madre. Según contaba Mario, su mamá le dijo que esa noche luego de rezar había visto la imagen de Santa Teresita reflejada en la pared, cerca de la cama del niño enfermo.

Así, en los primeros años de vida, Mario evidenció dos características que lo marcaron a fuego: un fuerte amor a la Iglesia y un débil sistema respiratorio. También fue testigo, aunque con la inocencia de la niñez, de la crisis sociopolítica provocada por la Primera Guerra Mundial que encontró en Pistoia un centro con gran actividad agrícola y una base industrial en vías de consolidación, bien integrado en la próspera y dinámica región toscana.

Los pistoienses habían aceptado la guerra con la confianza de que duraría pocos meses. Sin embargo, para el verano europeo de 1915, en vez de las cartas de los soldados del pueblo que luchaban en el frente, comenzaron a aparecer las listas de las bajas. Algunas asociaciones ciudadanas liberales, católicas y democráticas que apoyaban la guerra formaron un comité social para fortalecer la resistencia del frente interno y, junto con organizaciones de voluntarios, ayudar a las familias de los combatientes. Se destacó por entonces un grupo de madres, hermanas y esposas de soldados en combate que mandaban al frente de batalla calentadores hechos por ellas mismas con papeles de diarios y aceite de parafina y que expresaron su hartazgo con leyendas escritas con carbón en los muros de la ciudad: “abajo la guerra”, “abajo los señores”.

Enrico Pantaleo trabajaba para una familia de “señores” de la que para entonces quedaba una sola heredera que comenzó a tener problemas económicos. La familia Pantaleo se vio inmersa en un clima social y político enrarecido y complejo.

En tres años de guerra Pistoia vio desarticularse su tejido social por el aumento del costo de vida, el desequilibrio de su balanza comercial, la desocupación generada por la reconversión industrial, los paros de trabajadores pidiendo un mejor salario y poniendo en discusión el derecho de propiedad. Regresados los que habían sido obligados a ir al frente de batalla no solo no encontraron fácilmente trabajo, sino que además muchos de ellos se percibieron como chivos expiatorios por el sufrimiento padecido durante la guerra y por una victoria cuyas ventajas no parecían alcanzar la vida cotidiana de la sociedad. Con el fin de la guerra se terminó también la colaboración entre los católicos y los liberales que mal o bien habían gestionado el municipio de Pistoia. Se disolvió el comité social y comenzaron a verse a los sindicalistas católicos o populares en las “ligas blancas” en contra de las “ligas rojas” de los socialistas que habían ganado las elecciones en noviembre de 1919 y se generó en los vecinos de Pistoia, como en los italianos en general, la falsa imagen de una revolución proletaria similar a la que estaba viviendo Rusia. De actos de violencia leves se pasó a violencia explícita.

La crisis del municipio de Pistoia se prolongó hasta agosto de 1922, cuando los fascistas obtuvieron su conducción por la fuerza. Surgido en Milán en 1919, el fascismo había tomado forma en Pistoia en 1921, en la sede de la asociación de combatientes, con el discurso de seguir contra los enemigos internos la misma guerra combatida contra los externos, con todos los medios, lícitos e ilícitos. Enfrentaron a los socialistas y comunistas intentando ocupar los espacios públicos durante un período que se recordará en Pistoia como el bienio negro. Pero la violencia no era un fenómeno solo de esa ciudad. Se dividieron pueblos enteros de Italia en bandos antagónicos entre fascistas y comunistas.

A p

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