Emprender para cambiar el mundo

Andy Freire
Santiago A. Sena

Fragmento

Introducción
El futuro como meta

Viejas fábricas abandonadas, edificios a medio hacer y un gobierno local literalmente en bancarrota. Esas imágenes son parte de las postales de esta década de Detroit, la ciudad estadounidense que supo ser la cuna de la innovación mundial en el siglo XX y hoy enfrenta gravísimos problemas sociales y económicos.

Gran parte de la economía de Detroit dependía de la industria automotriz. Fue punta de lanza, en términos de tecnología, durante décadas, pero siempre dentro de ese eje productivo. La ciudad desarrolló una industria pujante y rentable que le permitió crecer de manera explosiva durante años. Así como fue innovadora y vanguardista, la llamada Rock City también se caracterizó por ser rígida. Cuando el paradigma cambió, la ciudad no pudo acompañar esa transformación.

Ejemplos como el de Detroit enseñan cómo no poner la mirada en el futuro y en la innovación nos lleva inevitablemente al abandono y al colapso. La clave es abandonar la posición de víctimas y asumir la responsabilidad frente al cambio. La evolución es inevitable y tomar una posición reactiva significa aislarse. Para adaptarse a los cambios que se vienen se necesita a los emprendedores sociales.

¿Quiénes son los emprendedores sociales? Como veremos a lo largo del libro, son actores incipientes capaces de generar valor económico y social de manera sustentable, y de abrazar la innovación con la meta puesta en solucionar problemas. Porque en un mundo de evolución constante, no faltarán desafíos.

Un dato que puede parecer escalofriante: en 1990, las tres mayores empresas de Detroit generaban ingresos por 250.000 millones de dólares y contaban con 1,2 millones de empleados. En 2014, las tres mayores empresas de Silicon Valley generaban unos 247.000 millones de dólares, una cifra parecida, pero generaban sólo 137.000 puestos de trabajo, casi 10 veces menos.

El futuro, cuando aparecen estos datos, luce amenazante. La Cuarta Revolución Industrial, como la llama Klaus Schwab, fundador del Foro Económico de Davos, incluye la fusión de tecnologías en los mundos físicos, digitales y biológicos para revolucionar la forma en la que vivimos y producimos. Y el trabajo, tal como lo conocemos hoy, puede ser una de sus víctimas.

Un informe de la Universidad de Oxford dice que en los próximos 20 años la mitad de los trabajos que hoy realizan los humanos serán llevados adelante por máquinas. La investigación es de 2013 y algunos de los vaticinios se están cumpliendo, como lo que sucede con el avance de los autos autónomos y el reemplazo de algunos choferes profesionales, por poner un ejemplo.

¿Esto significa que todas nuestras ciudades serán Detroit? Nuestra respuesta, para no dejar dudas, es mucho más optimista. Bill Drayton, fundador de Ashoka, una organización internacional que impulsa a emprendedores sociales, dice que parte del problema es la incapacidad de esa ciudad de salir de la lógica en la que estaba inmersa, de innovar.

Por eso, más que acusar a los nuevos mundos económicos como los que propone Silicon Valley, tenemos que ver qué podemos hacer para abordar el cambio y, en el camino, que nadie quede afuera.

“Lo que está ocurriendo nos pone ante la urgencia de avanzar en una valiente revolución cultural”, escribe el papa Francisco en la encíclica Laudato Si. Aunque está en las antípodas ideológicas en muchos temas, el físico teórico Stephen Hawking tiene una opinión similar: “Estamos en el momento más peligroso en la historia de la humanidad”.

Hawking, uno de los astrofísicos y divulgadores más valorados del mundo, insiste en el problema que significa la pérdida de empleos por la automatización técnica y el ascenso de la inteligencia artificial.

La mayoría de los expertos coincide en que se asegurarán un trabajo los más creativos y aquellos con capacidad de liderazgo. Por eso es tan importante una transformación que sea acompañada por todos los actores sociales.

El futuro ofrece, sin embargo, oportunidades para esta reconversión. Un ejemplo surge de un estudio de James Bessen, de la Universidad de Boston. Cuando los cajeros automáticos comenzaron a consolidarse hace unas décadas, muchos pensaban que los trabajadores bancarios ya no serían necesarios, pero eso no sucedió.

Según su investigación, entre 1988 y 2004 las sucursales pasaron de tener un promedio de 20 empleados a 13, pero, en el mismo período, el número de sucursales se amplió un 43%. Los cajeros automáticos no sólo no destruyeron los empleos, sino que cambiaron la naturaleza del trabajo y esto hasta benefició tanto a los clientes como a los empleados, que pudieron dejar algunas tareas rutinarias.

Eso no significa desconocer los riesgos. “Existe un efecto de destrucción a medida que la disrupción y la automatización generadas por la tecnología sustituyen el capital por el trabajo”, dice el citado Schwab en su libro La Cuarta Revolución Industrial. Este efecto de destrucción está acompañado por un efecto de capitalización, en el que la demanda por nuevos bienes y servicios aumenta y conduce a la creación de nuevas ocupaciones, empresas e incluso industrias.

Por ejemplo, en 2008, Steve Jobs, fundador de Apple, abrió por primera vez a desarrolladores externos la posibilidad de crear aplicaciones para el iPhone. Y recién hace cinco años nació Play Store, el espacio de apps de Android. Sin embargo, en 2016, la economía global de las apps generaba alrededor de 75.000 millones de dólares en ingresos. La consolidación del smartphone abrió nuevos mercados y nuevas posibilidades.

Los emprendedores fueron fundamentales en este proceso y serán cada vez más importantes. Un informe de la consultora internacional McKinsey muestra que el poder relativo en la torta mundial económica de multinacionales tiende a reducirse: surgen nuevas empresas y en los sectores más dinámicos las pequeñas empresas hacen punta.

Las pymes y los emprendedores son los actores claves para adaptarse y responder a las necesidades del futuro. Como agentes de innovación, como creadores y fuentes de empleo, estos actores impulsan el desarrollo global, encuentran nuevos caminos y fortalecen las economías. Los ecosistemas que cuentan con el activo de los emprendedores o una economía descentralizada tienen la potencialidad de responder a los desafíos que plantea el futuro.

Fueron los emprendedores quienes concibieron el mercado de las apps y de las redes sociales. Instagram, por poner un ejemplo paradigmático, fue adquirida por Facebook por 1000 millones de dólares. La red social basada en la imagen tenía en ese momento sólo 13 empleados. Estos emprendedores de escala pequeña y mirada ambiciosa son fundamentales en los nuevos escenarios. Ellos siempre enfocan en la innovación por su vocación de encontrar nuevos nichos y oportunidades y de generar valor.

La destrucción creativa inherente al modelo capitalista de la que hablaba el economista austríaco y profesor Joseph Schumpeter significa que para que sucedan innovaciones y nazcan industrias, otras deben morir. Le sucedió al productor de ruedas de carretas cuand

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