ÍNDICE
Portadilla
Índice
Introducción
Preludio: Asoman las grietas
Las consecuencias económicas del señor Bush
Unos locos capitalistas
Anatomía de un asesinato: ¿Quién destruyó la economía estadounidense?
Cómo salir de la crisis financiera
Primera parte. Grandes ideas
Del 1 por ciento, por el 1 por ciento, para el 1 por ciento
El problema del 1 por ciento
El crecimiento lento y la desigualdad son decisiones políticas. Podemos escoger otra cosa
La desigualdad se globaliza
La desigualdad es una opción
La democracia en el siglo XXI
Capitalismo de pacotilla
Segunda parte. Reflexiones personales
La influencia de Martin Luther King en mis ideas económicas
El mito de la Edad de Oro de Estados Unidos
Tercera parte. Dimensiones de la desigualdad
Igualdad de oportunidades, nuestro mito nacional
La deuda de los estudiantes y el fin del sueño americano
Justicia para algunos
La única solución que queda para el problema de la vivienda: la refinanciación masiva de las hipotecas
Las desigualdades y el niño estadounidense
El ébola y la desigualdad
Cuarta parte. Las causas de que aumenten las desigualdades en Estados Unidos
El socialismo para ricos en Estados Unidos
Un sistema fiscal en contra del 99 por ciento
La globalización no es una simple cuestión de beneficios; también es una cuestión fiscal
Falacias de la lógica de Romney
Quinta parte. Consecuencias de la desigualdad
La lección equivocada de la bancarrota de Detroit
En nadie confiamos
Sexta parte. La política
Cómo ha contribuido la política a la gran brecha económica
Por qué Janet Yellen, y no Larry Summers, debería dirigir la Reserva Federal
La demencia de nuestra política alimentaria
Del lado malo de la globalización
La farsa del libre comercio
Cómo la propiedad industrial reafirma la desigualdad
La patente prudencia de la decisión de la India
Eliminar la desigualdad extrema: un objetivo de desarrollo sostenible, 2015-2030
Las crisis después de la crisis
La desigualdad no es inevitable
Séptima parte. Perspectivas regionales
El milagro de Mauricio
Las lecciones de Singapur para un Estados Unidos desigual
Japón debería estar alerta
Japón es un modelo, no una fábula moralizante
La hoja de ruta de China
La reforma del equilibrio entre Estado y mercado en China
Medellín: una luz para las ciudades
Delirios estadounidenses en Oceanía
Independencia escocesa
Depresión en España
Octava parte. Poner a Estados Unidos a trabajar de nuevo
Cómo volver a poner a trabajar a Estados Unidos
La desigualdad está retrasando la recuperación
El libro del empleo
Escasez en una era de abundancia
Para crecer, gire a la izquierda
El enigma de la innovación
Epílogo
Notas
Notas a pie de página
Créditos de los textos
Sobre el autor
Créditos
INTRODUCCIÓN
Nadie puede negar hoy que existe una gran brecha que separa a los muy ricos —ese grupo al que a veces se denomina el 1 por ciento— de los demás. Sus vidas son diferentes: tienen distintas preocupaciones, distintas angustias, distintos estilos de vida.
A los ciudadanos corrientes les preocupa cómo van a pagar la universidad de sus hijos, qué pasará si algún miembro de la familia cae gravemente enfermo, cómo saldrán adelante cuando se jubilen. En los peores momentos de la Gran Recesión, hubo decenas de millones de personas que no sabían si iban a poder conservar su casa. Varios millones no pudieron.
Los que pertenecen al 1 por ciento —y, mucho más, los que pertenecen al 0,1 por ciento superior de ese 1 por ciento— hablan de otras cosas: qué tipo de avión se van a comprar, cuál es la mejor manera de proteger su dinero de los impuestos (¿qué ocurrirá si Estados Unidos obliga a Suiza a terminar con el secreto bancario? ¿Las Islas Caimán serán las siguientes? ¿Es Andorra segura?). En las playas de Southampton, Long Island, se quejan del ruido que hacen sus vecinos cuando llegan en helicóptero desde Nueva York. También les preocupa qué pasaría si se cayeran de su pedestal, porque la caída sería muy grande y, en ocasiones, se produce.
Hace no demasiado tiempo estuve en una cena organizada por una persona inteligente y preocupada que pertenece al 1 por ciento. Consciente de la gran brecha que existe, nuestro anfitrión había reunido a destacados multimillonarios, intelectuales y otros a quienes preocupaban las desigualdades. Durante las primeras conversaciones, oí sin querer a un multimillonario —cuyo punto de partida para triunfar había consistido en heredar una fortuna— comentar con otro el problema de la gente vaga que trataba de salir adelante aprovechándose de los demás. De ahí pasaron sin interrumpirse a hablar de paraísos fiscales, sin que parecieran darse cuenta de la ironía. En varias ocasiones, a lo largo de la velada, se evocó a Maria Antonieta y la guillotina, cuando los plutócratas reunidos se recordaban mutuamente los peligros de dejar que las desigualdades aumentaran hasta el exceso. «Recordad la guillotina» se convirtió en el lema de la noche. Al emplearlo, estaban reconociendo uno de los mensajes fundamentales de este libro: el grado de desigualdad que existe en el mundo no es inevitable, ni es consecuencia de leyes inexorables de la economía. Es cuestión de políticas y estrategias. Aquellos hombres tan poderosos parecían estar diciendo que podían hacer algo para remediar las desigualdades.
Esta no es más que una de las razones por las que las desigualdades se han convertido en una preocupación verdaderamente acuciante incluso para el 1 por ciento: cada vez son más los que comprenden que no puede haber un crecimiento económico sostenido, necesario para su prosperidad, si los ingresos de la inmensa mayoría de los ciudadanos están estancados.
Oxfam utilizó una imagen muy poderosa para ilustrar la dimensión de las desigualdades en el mundo durante la reunión anual de la élite mundial en Davos en 2014: un autobús que transportara a 85 de los mayores multimillonarios del mundo contendría tanta riqueza como la mitad más pobre de la población, es decir, unos 3.000 millones de personas(1). Un año después, el autobús era aún más peque