La gran brecha

Joseph E. Stiglitz

Fragmento

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ÍNDICE

Portadilla

Índice

Introducción

Preludio: Asoman las grietas

Las consecuencias económicas del señor Bush

Unos locos capitalistas

Anatomía de un asesinato: ¿Quién destruyó la economía estadounidense?

Cómo salir de la crisis financiera

Primera parte. Grandes ideas

Del 1 por ciento, por el 1 por ciento, para el 1 por ciento

El problema del 1 por ciento

El crecimiento lento y la desigualdad son decisiones políticas. Podemos escoger otra cosa

La desigualdad se globaliza

La desigualdad es una opción

La democracia en el siglo XXI

Capitalismo de pacotilla

Segunda parte. Reflexiones personales

La influencia de Martin Luther King en mis ideas económicas

El mito de la Edad de Oro de Estados Unidos

Tercera parte. Dimensiones de la desigualdad

Igualdad de oportunidades, nuestro mito nacional

La deuda de los estudiantes y el fin del sueño americano

Justicia para algunos

La única solución que queda para el problema de la vivienda: la refinanciación masiva de las hipotecas

Las desigualdades y el niño estadounidense

El ébola y la desigualdad

Cuarta parte. Las causas de que aumenten las desigualdades en Estados Unidos

El socialismo para ricos en Estados Unidos

Un sistema fiscal en contra del 99 por ciento

La globalización no es una simple cuestión de beneficios; también es una cuestión fiscal

Falacias de la lógica de Romney

Quinta parte. Consecuencias de la desigualdad

La lección equivocada de la bancarrota de Detroit

En nadie confiamos

Sexta parte. La política

Cómo ha contribuido la política a la gran brecha económica

Por qué Janet Yellen, y no Larry Summers, debería dirigir la Reserva Federal

La demencia de nuestra política alimentaria

Del lado malo de la globalización

La farsa del libre comercio

Cómo la propiedad industrial reafirma la desigualdad

La patente prudencia de la decisión de la India

Eliminar la desigualdad extrema: un objetivo de desarrollo sostenible, 2015-2030

Las crisis después de la crisis

La desigualdad no es inevitable

Séptima parte. Perspectivas regionales

El milagro de Mauricio

Las lecciones de Singapur para un Estados Unidos desigual

Japón debería estar alerta

Japón es un modelo, no una fábula moralizante

La hoja de ruta de China

La reforma del equilibrio entre Estado y mercado en China

Medellín: una luz para las ciudades

Delirios estadounidenses en Oceanía

Independencia escocesa

Depresión en España

Octava parte. Poner a Estados Unidos a trabajar de nuevo

Cómo volver a poner a trabajar a Estados Unidos

La desigualdad está retrasando la recuperación

El libro del empleo

Escasez en una era de abundancia

Para crecer, gire a la izquierda

El enigma de la innovación

Epílogo

Notas

Notas a pie de página

Créditos de los textos

Sobre el autor

Créditos

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INTRODUCCIÓN

Nadie puede negar hoy que existe una gran brecha que separa a los muy ricos —ese grupo al que a veces se denomina el 1 por ciento— de los demás. Sus vidas son diferentes: tienen distintas preocupaciones, distintas angustias, distintos estilos de vida.

A los ciudadanos corrientes les preocupa cómo van a pagar la universidad de sus hijos, qué pasará si algún miembro de la familia cae gravemente enfermo, cómo saldrán adelante cuando se jubilen. En los peores momentos de la Gran Recesión, hubo decenas de millones de personas que no sabían si iban a poder conservar su casa. Varios millones no pudieron.

Los que pertenecen al 1 por ciento —y, mucho más, los que pertenecen al 0,1 por ciento superior de ese 1 por ciento— hablan de otras cosas: qué tipo de avión se van a comprar, cuál es la mejor manera de proteger su dinero de los impuestos (¿qué ocurrirá si Estados Unidos obliga a Suiza a terminar con el secreto bancario? ¿Las Islas Caimán serán las siguientes? ¿Es Andorra segura?). En las playas de Southampton, Long Island, se quejan del ruido que hacen sus vecinos cuando llegan en helicóptero desde Nueva York. También les preocupa qué pasaría si se cayeran de su pedestal, porque la caída sería muy grande y, en ocasiones, se produce.

Hace no demasiado tiempo estuve en una cena organizada por una persona inteligente y preocupada que pertenece al 1 por ciento. Consciente de la gran brecha que existe, nuestro anfitrión había reunido a destacados multimillonarios, intelectuales y otros a quienes preocupaban las desigualdades. Durante las primeras conversaciones, oí sin querer a un multimillonario —cuyo punto de partida para triunfar había consistido en heredar una fortuna— comentar con otro el problema de la gente vaga que trataba de salir adelante aprovechándose de los demás. De ahí pasaron sin interrumpirse a hablar de paraísos fiscales, sin que parecieran darse cuenta de la ironía. En varias ocasiones, a lo largo de la velada, se evocó a Maria Antonieta y la guillotina, cuando los plutócratas reunidos se recordaban mutuamente los peligros de dejar que las desigualdades aumentaran hasta el exceso. «Recordad la guillotina» se convirtió en el lema de la noche. Al emplearlo, estaban reconociendo uno de los mensajes fundamentales de este libro: el grado de desigualdad que existe en el mundo no es inevitable, ni es consecuencia de leyes inexorables de la economía. Es cuestión de políticas y estrategias. Aquellos hombres tan poderosos parecían estar diciendo que podían hacer algo para remediar las desigualdades.

Esta no es más que una de las razones por las que las desigualdades se han convertido en una preocupación verdaderamente acuciante incluso para el 1 por ciento: cada vez son más los que comprenden que no puede haber un crecimiento económico sostenido, necesario para su prosperidad, si los ingresos de la inmensa mayoría de los ciudadanos están estancados.

Oxfam utilizó una imagen muy poderosa para ilustrar la dimensión de las desigualdades en el mundo durante la reunión anual de la élite mundial en Davos en 2014: un autobús que transportara a 85 de los mayores multimillonarios del mundo contendría tanta riqueza como la mitad más pobre de la población, es decir, unos 3.000 millones de personas(1). Un año después, el autobús era aún más peque

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