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Gerónimo Frigerio

Fragmento

1

América Latina: fracaso y pobreza

Los países de América Latina han transitado su historia buscando un modelo de desarrollo económico y social que les permita progresar. Desde diferentes enfoques se intentó alcanzarlo, pero los resultados son malos.

La búsqueda del modelo de desarrollo de América Latina trasciende los signos políticos de los gobiernos. En la actualidad, Chile experimenta una tensión política y social que evidencia la desigualdad de la que en algún momento fue considerada una economía de mercado “exitosa”. A su vez, Venezuela atraviesa una crisis estructural que evidencia que el socialismo del siglo XXI tampoco pudo resolver el desafío del desarrollo.

Más aún, las democracias de la región no han encontrado un modelo de desarrollo y, en consecuencia, continúan fracasando en resolver el problema más grave de América Latina: su pobreza.

La persistencia de la pobreza refleja la incapacidad de los gobiernos para resolver otros problemas asociados: el desempleo y la informalidad. Cuando hay pobreza, desempleo e informalidad en la sociedad, los problemas asociados a esa realidad afectan el progreso de todos.

Encuesta | Los resultados del Informe Latinobarómetro 2018 indican que, en los 23 años que se ha realizado la encuesta, nunca antes se presentó un retroceso como el experimentado en 2018: la percepción de “progreso neto” —diferencia entre progreso menos retroceso— en los ciudadanos de América Latina cayó 8 puntos porcentuales. El informe señala que, desde que empezó la década, los ciudadanos de la región se quejan del retroceso experimentado.

La ausencia de progreso expresa el nivel de malestar generalizado en todo el pueblo latinoamericano. Específicamente, el informe destaca que, si bien los indicadores económicos no reflejan una situación técnica de crisis —recesión—, más de la mitad de la población de la región percibe que la situación es “mala”.

El 35% de los encuestados señala que los “problemas económicos” —desempleo, pobreza, alimentación, bajos salarios, economía en general— son el tema más importante en su país. El 42% declaró tener miedo de quedarse sin trabajo. El 27% de las personas encuestadas señaló no tener suficiente comida al día, y el 51% se autoclasifica como “clase baja”.

La conclusión es clara: la búsqueda del progreso de América Latina ha fracasado.

Ese fracaso se torna aun más contundente ante la irrupción de la pandemia de COVID-19 en marzo de 2020. En épocas de crisis —sanitaria, humanitaria y económica— como la experimentada durante esta pandemia (“coronavirus”), el fracaso regional se hace evidente, al mismo tiempo, para todos los habitantes de la región.

En tiempos de crisis se necesita que el Estado gerencie medidas eficientes para toda la población a fin de mitigar impactos en la actividad productiva. Sin embargo, la elevada pobreza, el desempleo estructural y la informalidad dificultan la implementación de políticas económicas orientadas a amortiguar el golpe de la crisis sobre la población más vulnerable. En términos simples, las crisis —como la del coronavirus— solo amplifican la realidad de la pobreza.

¿Cómo implementar un seguro de desempleo de forma eficiente si la informalidad laboral promedio de la región es del 53%? ¿Cómo implementar medidas de alivio fiscal para las micro, pequeñas y medianas empresas (MIPYMES) si un gran porcentaje de ellas no está legalmente registrado? ¿Cómo implementar políticas públicas para contener una crisis económica y social de forma eficiente si no hay información completa ni registros actualizados y la población más vulnerable se pone en riesgo para acceder a ellos?

Ejemplo | Cuando el coronavirus llegó a América Latina en marzo de 2020, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, realizó la siguiente reflexión en su cuenta personal de Instagram: “Hemos cometido errores, demasiados. Hemos tratado de hacer lo mejor y hemos fallado. Nuestro país es demasiado pobre, el 90% de la población no está bancarizada y no tenemos un censo hace catorce años. Estamos haciendo lo posible para arreglar todo lo que estuvo mal por décadas, en una semana. […] Conseguimos dinero, que no fue el que aprobó la Asamblea, porque ese ni siquiera se ha conseguido, y mucho menos han aprobado gastos —que, por decreto, ellos son los únicos que lo pueden aprobar—. Del dinero que conseguimos por nuestra cuenta decidimos darle 300 dólares a cada familia necesitada, pero ha sido casi imposible. Porque no tenemos censo, porque no tenemos cuentas de banco donde depositar, porque si decimos que vayan en orden, llegan todos a cobrar en desorden porque tienen hambre y viven en pobreza y se entiende […]”.

La crisis del coronavirus aceleró cambios estructurales que ya estaban en marcha en la última década (CEPAL, 2020). La virtualización de las relaciones económicas y sociales, el teletrabajo y la digitalización cobraron mayor relevancia para facilitar la vida cotidiana ante las medidas de aislamiento social implementadas a fin de prevenir la expansión de la pandemia.

Sin embargo, América Latina se encuentra rezagada en estas transformaciones, especialmente en inclusión financiera, digitalización y teletrabajo.

La crisis del coronavirus no solo puso en evidencia el fracaso de la región en términos de reducción de la pobreza, sino que hizo evidente la agenda de reformas que deben profundizarse para que la región crezca sobre la base del desarrollo del sector privado: simplificar la regulación y digitalizar los trámites para que las empresas de la región, en particular las MIPYMES, puedan continuar trabajando aun en épocas de crisis excepcionales.

El desafío: dejar de ser pobres

El libro hace foco en la realidad más dolorosa en América Latina: cómo dejar de ser pobres. No enuncia teorías de desarrollo ni recetas de crecimiento económico, sino que provee una visión práctica a fin de contribuir a que se pueda entender el tipo de cambios necesarios para lograrlo.

América Latina está siempre a tiempo de eliminar su pobreza estructural. Pero cuanto más tiempo pase, más estructural se hace la pobreza. Un tema de esta magnitud requiere tener prioridad a nivel regional, porque toda Latinoamérica transita un destino económico y social en el que los países están hermanados geográfica y culturalmente. Cuando sea una prioridad regional, genuinamente compartida, todas las decisiones de política pública se alinearán con ella.

América Latina puede salir de la pobreza liderando su propio proceso de desarrollo. Los Estados latinoamericanos pueden crear —en conjunto— el mejor clima de negocios, es decir, la regulación más simple y con menores costos para que el sector privado de la región pueda hacer cualquier emprendimiento en todos los sectores.

El desafío es claro. Generar la solución depende de América Latina.<

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