Y a mí, ¿quién me asiste?

Lilit Marcus

Fragmento

1

EL DÍA A DÍA DE UN ASISTENTE

Cuando creía ver la luz al final del túnel, resultó que era un cabrón con una linterna que me traía más trabajo.

David Brent The Office (serie emitida en Reino Unido)

Todo comienza con una mesa. Tal vez no sea nada del otro mundo; de hecho, es posible que se encuentre en un cubículo de la oficina. Pero es tuya. No tardarás en aprender (tal vez lo aprendas la primera vez que tengas que tragarte las lágrimas en el baño cuando oigas que entra otra persona o cuando tu jefe te siga por el pasillo a grito pelado) que tu mesa es tu única pertenencia en la oficina, el único lugar que te ofrece un mínimo de seguridad.

Las mesas nos resultan conocidas. Al fin y al cabo, ¿no tenías algo parecido en la universidad? Y en la universidad eras genial: si te levantabas a las once en vez de hacerlo a mediodía, significaba que eras una persona ambiciosa. Tu capacidad para escribir sobre tu complicada adolescencia se consideraba un talento valiosísimo. Y a nadie le importaban las horas que le dedicabas al proyecto de fin de curso de cada asignatura siempre y cuando lo entregaras a tiempo. Ya que por fin has acabado tus estudios, es hora de buscar trabajo. Es el orden natural de las cosas, ¿no? Me refiero a que es lo que hace todo el mundo. Porque, además, los préstamos universitarios no van a pagarse solos.

Así que consigues trabajo. Y resulta que durante la entrevista nadie se interesa por tu nota media ni por el detalle de que organizaras en el campus un grupo extracurricular de repostería. Tampoco les importa que fueras una estrella del deporte o que formaras parte de la directiva de tu fraternidad. De repente, la única habilidad que interesa es que sepas preparar una buena taza de café mientras retienes cuatro llamadas al mismo tiempo. ¡Alucinante!

Al principio, cuando te ofrecen ese puesto de trabajo tan poco definido, lo único que piensas es: «¡Sí, me han contratado, me han elegido!» y se te va la pinza comprando bolígrafos nuevos mientras intentas decidir si la americana negra te da un aspecto profesional y eficiente, o repelente y clásico. Al fin y al cabo, has enviado cientos de currículos con sus correspondientes cartas de presentación que solo te han servido para garantizarte unas cuantas entrevistas, y por fin una de ellas ha dado resultado y has conseguido un puesto de trabajo remunerado. No paras de pensar en el dinero que vas a ganar y en lo que vas a hacer con él. Pagarás el préstamo del coche o pondrás al día las letras atrasadas del préstamo de la universidad... o a lo mejor te compras esos zapatos que tanto te gustan o quizá te des el capricho de comprarte la Wii que pensabas pedirles a tus padres como regalo de Reyes. Has llegado a lo más alto y de ahí no te moverá nada ni nadie. Voy a decirte una cosa: empieza a trabajar y luego me lo cuentas.

No vas a tardar mucho en darte cuenta de que hay una diferencia abismal entre las descripciones que aparecen en las ofertas de empleo o lo que te han contado en la universidad y la vida real. Es normal deprimirse y sentirse infeliz, o sufrir un bajón más o menos importante cuando empiezas a trabajar; sobre todo si es tu primer empleo. En la serie The Office (al menos en la versión americana) las tramas giran en torno a las relaciones interpersonales de los personajes que nunca están trabajando por más horas que pasen en la oficina; ¿te has fijado? Ver a la gente haciendo presentaciones en Power Point o clasificando archivos sentados frente a un ordenador durante cinco horas es aburrido y ninguna serie de televisión va a centrarse en eso. Y resulta que aunque sea divertido ver a Dwight Schrute en la tele, sería bastante irritante trabajar con él en la vida real.

Tal vez creas que un trabajo se parece mucho a unas prácticas laborales. En realidad, he descubierto que las prácticas en las empresas son a menudo mucho mejores que los empleos en sí. Sí, es posible que no te paguen, pero precisamente porque no te pagan, no sufres la presión, las fechas tope y el miedo al despido que acompaña siempre a un asalariado. Aunque la gran mayoría de las prácticas en empresas sirven para enseñarte de qué va el tema e incluso te ofrecen una visión del funcionamiento de una oficina, el hecho de pasar cuatro horas a la semana en ella y compartir dicho tiempo con unos cuantos empleados concretos no se parece en absoluto a una jornada laboral de nueve a cinco. Es raro que se te permita asistir a las reuniones, que te garanticen el acceso a la contabilidad o que te ofrezcan tareas de cierta responsabilidad, por la sencilla razón de que no eres un asalariado o de que eres un trabajador temporal. Y no lo hacen porque carezcas de la preparación, sino porque ninguna empresa dejaría jamás tareas tan importantes en manos de una persona que no forma parte de su plantilla. Para ser sinceros, la mejor forma de aprender lo que es un trabajo es conseguir uno. ¿Te acuerdas de tu primer polvo? Pues un empleo es más o menos igual: lo idealizas, fantaseas con él, te convences de que una vez que lo hagas te sentirás diferente, importante... y después... ¡Bah! Sin embargo, y con un poco de suerte, tu vida laboral, al igual que la sexual, mejorará con el tiempo. Todo es cuestión de práctica.

Lo primero que necesitas saber es la diferencia entre un empleo y una carrera profesional. Un empleo es algo que realizas para ganar pasta y pagar las facturas. Una carrera profesional es el rumbo concreto que va a tomar tu vida laboral. Y deberías preocuparte más de la carrera profesional que de tu empleo. No te tomes tu primer empleo como si fuera la realización de tu carrera profesional, porque para conseguirla tendrás que esforzarte a fondo. Si el trabajo de tus sueños es el de editor de una revista, tal vez empieces como asistente editorial, lo que significa que más bien tendrás que atender las llamadas del editor en vez de asistir a la sesión de fotos de algún famoso o de idear titulares brillantes para la portada. No te vengas abajo por el hecho de que la transformación de universitario ambicioso a jefe de redacción en Cosmo no sea inmediata. Las cosas no funcionan así. La mejor forma de superar los malos momentos que atravesarás durante tu etapa como asistente es ver ese empleo como el primer paso en el camino de tu carrera profesional. Tal vez te ayude solo un poquito, enseñándote una habilidad que te será muy útil cuando llegues a lo más alto, o tal vez te ayude muchísimo, porque puede significar la entrada en la empresa de tus sueños, aunque tu puesto sea administrativo en vez de directivo. Quédate con la idea fundamental: cualquier empleo que aceptes es crucial para comenzar a darle forma a tu carrera profesional. Así que no lo menosprecies. En este capítulo trataremos sobre cómo sacar provecho hasta del trabajo más espantoso. Al fin y al cabo, si aborreces tu trabajo actual, tu prioridad será encontrar algo mejor la próxima vez.

La escritora Barbara Kingsolver abordó la noción del empleo contrapuesta a la de carrera profesional, y también el estado depresivo en el que se sumen los licenciados en muchos ámbitos artísticos cuando les dicen que sus licenciaturas o sus estudios superiores «no sirven para nada» y que les conviene «madurar» y pensar en el dinero. Durante el discurso que pronunció en Duke University para inaugurar el curso académico, dijo:

Nos lo repiten a todas horas, es lo que respiramos y lo aceptamos como una verdad universal: los resultados dependerán del dinero que te gastes. El éxito es lo más importante. El trabajo es el medio para obtener dinero, que es lo esencial. ¿Cómo no va a serlo? Y si aplicamos la teoría a la inversa, resulta que si no te pagan por hacer algo, es porque ese algo no es importante. Si un niño escribe un poema y

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