Las posibilidades económicas de nuestros nietos

John Maynard Keynes

Fragmento

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adorno

PARTE 1. SMITH, MARX, KEYNES

 

 

 

Los dos errores opuestos del pesimismo se demostrarán equivocados en nuestro propio tiempo: el pesimismo de los revolucionarios, que creen que las cosas están tan mal que no nos puede salvar más que un cambio violento, y el pesimismo de los reaccionarios, que consideran tan precario el equilibrio de nuestra vida económica y social que piensan que no debemos correr el riesgo de experimentar.

 

(«Las posibilidades económicas de nuestros nietos», JOHN MAYNARD KEYNES)

 

 

ALGO MÁS QUE UN ECONOMISTA

 

El mundo moderno no puede entenderse sin tres economistas excepcionales: Adam Smith, Karl Marx y John Maynard Keynes. Aunque en muchos aspectos su obra es casi totalmente incompatible, en otros se complementa e hizo avanzar al planeta hacia el progreso. Dados en numerosas ocasiones por muertos y enterrados, La riqueza de las naciones, El capital y la Teoría general del empleo, el interés y el dinero resurgen en cada mutación, en cada disrupción, en cada crisis económica, y se vuelven a buscar en estos libros (y en otros de los mismos autores) las claves de lo que sucede en cada momento, así como las soluciones para mejorar las cosas y volver a la senda de lo que el último de ellos denominaba «la buena vida».

Los tres padres de la economía como ciencia, Smith, Marx y Keynes, constituyen una buena muestra de que el buen economista es aquel ciudadano cuyos intereses y obligaciones desbordan el terreno de la economía y la imbrican en el seno de otras disciplinas científicas y de la vida. Smith era un moralista, Marx un filósofo y Keynes un hombre muy polivalente que, como veremos, combinó con amplitud la faceta de economista con las de inversor, empresario, académico, animador cultural y artístico, funcionario...

Sylvia Nasar es una periodista estadounidense, colaboradora de The New York Times, que ha escrito una monumental y heterodoxa historia del pensamiento económico que adopta la forma de una crónica (La gran búsqueda). En ella se parte de la idea de que la nueva ciencia económica que emergió después de las dos guerras mundiales, que se identifica en buena parte con el keynesianismo, acabaría transformando la vida de todos los habitantes del planeta. Esa corriente, surgida en los felices veinte, la época dorada posterior a la Primera Guerra Mundial, fue puesta en tela de juicio por las dos grandes conflagraciones, la ascensión de los gobiernos totalitarios y la Gran Depresión, pero tras todo ello adquirió velocidad de crucero y fue hegemónica durante al menos un cuarto de siglo, denominado la edad de oro del capitalismo. En esa aspiración —resolver el problema político de la humanidad combinando la eficiencia económica, la justicia social y la libertad individual— se inspiraron la vida y la obra de Keynes (1883-1946). El texto de Nasar dedica a ellas muchas de sus páginas y muestra cómo Keynes ha sido uno de los hombres más influyentes, de esos a los que les gusta trabajar siempre que pueden entre bambalinas. Hasta sus críticos reconocían que era «lúcido, seguro, de memoria infalible», y la autora le describe físicamente del siguiente modo: «Su nariz respingona y sus labios carnosos le habían valido el apodo de “Morritos” en sus años escolares, y su mirada mostraba la avidez de quien “ansiaba trabajo, fama, influencia, dominio, admiración”, según el desdeñoso comentario de Lady Ottoline Morrell, una de las amantes de Bertrand Russell. La arrogancia de Keynes podía ser cargante, su trato brusco y su forma de vestir desaliñada, pero su mirada luminosa, sus rasgos vivaces y su aplomo lo volvían atractivo. Hombres y mujeres encontraban irresistible su voz melodiosa y profunda».

Su vínculo intelectual le unía a los filósofos más valiosos de la época, como, por ejemplo, G. E. Moore, Bertrand Russell o Ludwig Wittgenstein. Su esposa Lydia Lopokova sentenció que Keynes fue «más que un economista». Y él mismo, al escribir la necrológica de su maestro Alfred Marshall, define esta profesión del siguiente modo: «El gran economista debe poseer una rara combinación de dotes […] Debe ser matemático, historiador, estadista y filósofo (en cierto grado). Debe comprender los símbolos y hablar con palabras corrientes. Debe contemplar lo particular en términos de lo general y tocar lo abstracto y lo concreto con el mismo vuelo del pensamiento. Debe estudiar el presente a la luz del pasado y con vistas al futuro. Ninguna parte de la naturaleza del hombre o de sus instituciones debe quedar por completo fuera de su consideración. Debe ser simultáneamente desinteresado y utilitario: tan fuera de la realidad y tan incorruptible como un artista, y sin embargo, en algunas ocasiones, tan cerca de la tierra como el político». Esta descripción se asemeja bastante a la figura del propio Keynes.

Cualquier estudio o intento de aproximación a ella es deudor, sobre todo, de la monumental biografía escrita por el profesor británico Robert Skidelsky (publicada en su última versión, en castellano, en 2003, tras muchos años de trabajo), que se define a sí mismo «como un historiador que sabe leer y escribir sobre economía». Le debemos mucho del conocimiento de Keynes. Años después de esa biografía canónica, Skidelsky escribió una especie de segunda parte, titulada El regreso de Keynes (2009), que argumentó así:

 

El economista John Maynard Keynes vuelve a estar de moda. El guardián de la ortodoxia del libre mercado, el Wall Street Journal, le dedicó un reportaje a toda página el 8 de enero de 2009. La razón es evidente. La economía global está en recesión; los «paquetes de medidas de estímulo» constituyen el último grito. Pero la importancia de Keynes no estriba en su condición de progenitor de políticas de «estímulo». Los gobiernos han sabido cómo «estimular» economías enfermizas —por lo común mediante la guerra—, suponiendo que hayan sabido hacer algo. La importancia de Keynes radica en el hecho de que tenía que proporcionar una «teoría general» que explicase cómo caen las economías en estos agujeros e indicara las políticas e instituciones necesarias para mantenernos fuera de ellos. En la actual situación es mejor no tener ninguna teoría que tener una mala teoría, pero es mejor tener una buena teoría que no tener ninguna. Una buena teoría puede ayudarnos a evitar respuestas impulsadas por el pánico y darnos una nueva percepción de las limitaciones de los mercados y gobiernos. En mi opinión, Keynes suministra la clase de teoría que es correcta, aun cuando la suya no sea claramente la última palabra sobre los acontecimientos que están sucediendo 63 años después de su muerte.

 

También subraya la elasticidad de su biografiado para diferen

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