2024

Anabella Franco

Fragmento

1

Mike

Mata.

Mata.

Mata.

¿Qué pasa conmigo?

Mis ojos están cerrados, los estoy apretando con demasiada fuerza. Tengo miedo de abrirlos.

Mi mente procesa los datos muy rápido:

Mata.

Mata.

Mata.

Y eso estoy haciendo. Estoy a punto de matar a alguien que el sistema percibe como una amenaza.

Estoy sujetando un cuello, lo sé. Tengo a alguien acorralado contra una pared. No sé quién es. No es mujer. No, su laringe es prominente, y estoy a punto de hundírsela.

Aflojo la mano. «Mata». Esa es la orden. Pero yo no quiero matar.

Tengo que abrir los ojos, no puedo continuar así. No puedo ser tan cobarde.

Voy despegando los párpados despacio. Empiezo a ver mi brazo a través de las pestañas, lo demás está borroso. Se aclara mi muñeca, después, mi mano. Está cubierta de sangre, gruesos hilos rojos recorren mi antebrazo.

Del otro lado, al fin distingo a un desconocido. Intenta liberarse de mi apretón, pero, por supuesto, no lo consigue. Lo suelto de golpe. Cae a mis pies, tosiendo y tocándose la garganta; estuve a punto de matarlo.

Mata.

Mata.

Mata.

¡Maldición! ¡Si tan solo pudiera apagar el chip!

Golpeo la pared con el puño y me tomo la cabeza, doblándome en dos. Otra vez lograron controlarme. Lo sé, estuve bajo su mandato.

Me enderezo y miro alrededor: estoy en un bar. Solo somos ese hombre y yo. Las mesas y sillas de madera están rotas; sus partes, esparcidas por la habitación. La barra está partida en dos, las botellas de vidrio se convirtieron en astillas. Detrás de lo que solían ser estanterías hay un espejo roto.

No soporto verme en él y me doy la vuelta. Tampoco soporto ver al sujeto que casi asesiné, así que giro hacia la puerta. ¿Acaso este bar fue víctima de la guerra? ¿Cayó una bomba? No. Yo lo destrocé.

—¿Dónde estoy? —pregunto.

Miro por error a mi víctima. El miedo hizo presa de él, lo aterroricé de tal manera que intenta huir de mí arrastrándose. Odio esa mirada, odio lo que soy. Lo peor es que no puedo contenerme y todo escapa por mis ojos, reavivando su terror.

Lo dejo arrastrarse y procuro recuperar la compostura: yo domino el chip, no el chip a mí. Pruebo con los ejercicios de respiración que practico desde que me insertaron los implantes. Apoyo las manos en las rodillas y cierro los ojos, cabizbajo. Necesito coordenadas.

Me enderezo dejando escapar el aire despacio y miro a través de las paredes. Poco a poco aparece el campo del otro lado: estoy en un bar de las afueras.

No sé por qué el implante me trajo aquí. Alzo la mano y observo la sangre que recorre mi antebrazo. ¿De quién es? ¿Y si es de Kate?

¡Maldición, Kate!

Vuelvo a agitarme. Por un instante me parece que el cuarto se cerrara en torno de mí, todo se pone negro. Recupero mi posición de emergencia: manos en las rodillas, cabeza encogida hacia el pecho, ojos cerrados. Tengo que controlarme. Uno, dos, tres… Contar me ayuda.

A medida que consigo serenar mis emociones, las coordenadas aparecen. Estoy cerca del rancho. A treinta kilómetros, para ser exactos. Tengo que irme.

En mi camino hacia la puerta paso junto al hombre que todavía intenta arrastrarse para huir. Evito mirarlo para que no vuelva a sentirse aterrado y salgo enseguida.

Afuera hay un automóvil viejo. Me pregunto si entré al bar porque quería la llave. No tiene sentido, puedo encenderlo sin ella.

Abro la puerta a la fuerza, rompo el panel y enciendo el motor uniendo dos cables. Aunque el tanque solo cuenta con el combustible de reserva, alcanzará para llegar al rancho.

Kate. ¡Dios! Si le hice daño, moriré.

Mientras conduzco a toda velocidad, no puedo evitar hacerme preguntas. No recuerdo cuándo me convertí, ni qué hice mientras no fui yo mismo. El sol ya salió, y si me alejé treinta kilómetros caminando, tienen que haber transcurrido algunas horas. Excepto que sea otro día. Presto atención a los datos que arroja el implante: es la fecha siguiente a la última noche que pasé con Kate. Entonces, ¿la encontraré? No tiene sentido sacar conclusiones; hasta que no llegue al rancho, no me enteraré. ¡Si pudiera acelerar más!

Cuando diviso la tranquera abierta, mi corazón late de prisa. Intento ver a través de las paredes, pero aún estoy lejos.

Una decena de insultos se cuela en mi mente en cuanto llego a la casa: una de las paredes está rota, debo haberla atravesado yo. Las trampas fallaron, mi plan fracasó. O Kate nunca las activó.

Abandono el auto y desciendo gritando.

—¡Kate! ¡Kate!

No hay nadie en casa, puedo verlo desde afuera, pero aun así entro. Sigo llamando, aunque mi alma sabe que Kate no responderá.

Ya la extraño. Ya puedo sentir que me arrancaron una parte de mí, que estoy solo en el mundo. Solo me sentí así una vez, cuando me avisaron que mi madre había muerto. Jamás creí que volvería a sentirme de esta manera alguna vez.

Recorro la casa, cada cuarto, cada centímetro del lugar donde Kate y yo vivimos, donde olvidé que la mitad de mí era una máquina. La bañera con hidromasaje donde reímos, la cama en la que dormimos, la cocina donde compartimos la vida cotidiana. No queda rastro de Kate, solo mis recuerdos. Tal como sucedió con mi madre.

Temo haberla matado. Si la maté… No, no lo hice. Espero que no.

¿A dónde fue? ¿Cómo me aseguraré de que esté bien?

Corro al galpón. Aunque desde el exterior puedo ver que la moto no está, de todos modos entro. Tal como me indicaba el implante: nuestro vehículo desapareció. Kate tiene que habérselo llevado.

Miro el suelo y veo una marca. Sé distinguir este tipo de señales: es la huella que dejan las ruedas cuando se acelera de golpe. Sigo la línea y algunas hendiduras en la tierra: van hacia la carretera.

La mancha de agua que encontré delante de la puerta de la habitación y el cable enchufado en la pared de afuera me indican que Kate activó las trampas. Por primera vez respetó lo que le pedí. Se fue. Escapó de mí. Sobrevivió.

Vuelvo a la casa, no sé qué hacer. Mi corazón desolado necesita encontrarla, pero mi razón me dice que no lo haga. Si vuelvo a convertirme en una máquina, quizás termine asesinándola. Una vez se salvó, dos sería tentar a la suerte. La amo. ¡Cielos, la amo! Nunca amé a una chica. Pero, si la amo, tengo que dejarla ir.

Apoyo las manos en una cómoda y me miro al espejo de la sala. Estoy agitado. Ellos tomaron posesión de mí. Poco a poco se van adueñando de mi conciencia. ¿Y si algún día olvido que amo a Kate? Ese día, literal o metafóricamente, habré muerto. Tengo que resolver el problema del control, solo así me permitiré encontrarla.

Subo al baño. Abro la canilla para lavarme las manos y, mientras veo correr el agua con hilos de sangre, vuelvo a preguntarme de quién es. Aunque descubro un pequeño corte en el dorso, es imposible que haya sangrado t

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