Mentes poderosas 2 - Nunca olvidan

Alexandra Bracken

Fragmento

Índice

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PRÓLOGO

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VIDA

AGRADECIMIENTOS

Notas

A LA MEMORIA DE MI PADRE,

CUYO AMOR POR LA VIDA Y CORAJE INQUEBRANTABLE

SIGUEN INSPIRÁNDOME CADA DÍA.

PRÓLOGO

PRÓLOGO

El sueño apareció por primera vez durante mi segunda semana en Thurmond, y venía a visitarme al menos dos veces al mes. Supongo que tiene sentido que naciera allí, detrás de la valla eléctrica que zumbaba alrededor del campo. Todo en aquel lugar te marchitaba hasta sacarte lo peor de ti, y no importaba cuántos años pasaran, dos, tres, seis. Con aquel uniforme verde, encerrada en la misma rutina monótona, el tiempo se había detenido y traqueteaba como un coche destartalado a punto de detenerse para siempre. Sabía que me estaba haciendo mayor, veía atisbos de mi rostro cambiante en las superficies metálicas de las mesas del comedor militar, pero yo no lo sentía así. ¿Quién era yo, y por qué había sido desconectada, quedándome varada en medio de ninguna parte? Me preguntaba si seguía siendo Ruby. En el campo, no tenía un nombre escrito en la parte exterior de la puerta de mi compartimento. Yo era un número: el 3285. Yo era una carpeta en un servidor o simplemente estaba encerrada en un archivador de metal gris. Las personas que me habían conocido antes del campo ahora ya no me reconocían.

Siempre empezaba con el mismo trueno, la misma explosión de ruido. Yo era vieja, estaba retorcida, encorvada y dolorida, de pie, en medio de una calle muy transitada. Puede que fuera en algún lugar de Virginia, de donde era yo, pero había pasado tanto tiempo desde que estuve allí por última vez que no podía decirlo con seguridad.

Los coches pasaban en ambas direcciones por un tramo de carretera oscura. A veces oía el trueno de una tormenta que se acercaba, otras veces el estruendo de los cláxones de los automóviles aumentando cada vez más, y más, y más, a medida que se acercaban. A veces no oía nada en absoluto.

Pero, aparte de eso, el sueño siempre era el mismo.

Un grupo de coches negros idénticos frenaban derrapando hasta detenerse cerca de mí, y luego, tan pronto como levantaba la vista, invertían la dirección. Todo lo hacía. La lluvia se elevaba desde el gomoso asfalto negro, flotando en el aire en forma de perfectas gotas brillantes. El sol se deslizaba hacia atrás a través del cielo, persiguiendo a la luna. Y, a medida que pasaba cada ciclo, podía sentir mi vieja y encorvada espalda estirarse hueso a hueso hasta que me ponía de pie, de nuevo erguida. Al elevar las manos hasta mis ojos, las arrugas y las abultadas venas azuladas se desvanecían, mientras la vejez desaparecía de mi cuerpo.

Y luego las manos se me hacían más y más y más pequeñas. Mi visión de la carretera cambiaba; mi ropa parecía tragarme entera. Los sonidos eran ensordecedores, cada vez más molestos y más confusos. El tiempo corría hacia atrás más deprisa, enmarañándome, estrellándose contra mi cabeza.

Solía soñar con que volvía atrás en el tiempo, para recuperar las cosas que había perdido y la persona que yo era antes.

Pero ya no he vuelto a soñar.

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El hueco de mi brazo presionaba contra la garganta del hombre, apretando mientras las suelas de goma de sus botas empujaban contra el suelo. Clavó las uñas en el tejido negro de la camisa y de los guantes, arañando desesperadamente. Empezaba a faltarle el oxígeno en el cerebro, pero eso no mantuvo a raya los destellos de sus pensamientos. Lo vi todo. Sus recuerdos y pensamientos ardieron al rojo vivo detrás de mis ojos, sin darme tregua, ni siquiera cuando la mente aterrorizada del guardia de seguridad trajo una imagen de sí mismo a la superficie, con los ojos muy abiertos y fijos en el techo del pasillo oscuro. ¿Muerto, tal vez?

Sin embargo, no iba a matarlo. El soldado me pasaba una cabeza entera, y sus brazos eran del tamaño de mis piernas. La única razón por la que había conseguido saltarle encima era porque estaba de espaldas a mí.

El instructor Johnson llamaba a esa llave el Bloqueo de Cuello, y él mismo me había enseñado toda una colección. El Abrelatas, el Crucifijo, la Maniobra de Cuello, la Doble Nelson, el Tornado, el Bloqueo de Muñeca y el Chasquido de Columna, solo por nombrar unos cuantos. Todos los medios por los que yo, una chica de uno setenta de estatura, podía inmovilizar a alguien que me superara físicamente. Suficiente como para no tener que usar un arma.

Ahora el hombre estaba medio alucinando. Deslizarme en su mente fue rápido y fácil; todos los recuerdos y pensamientos que emergieron a la superficie de su conciencia se tiñeron de negro. El color sangraba a través de ellos como una mancha de tinta sobre papel mojado. Y fue entonces, solo después de haberme introducido en él, cuando aflojé mi brazo en su cuello.

Probablemente eso no era lo que se esperaba cuando salió por la entrada lateral oculta de la tienda para fumarse un cigarrillo.

El mordisco del aire gélido de Pensilvania había enrojecido las mejillas brillantes debajo de la barba pálida de aquel hombre. Dejé escapar un solo resoplido d

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