Retorno a cero (Los nuevos legados de Lorien 3)

Pittacus Lore

Fragmento

cero-5

1

DANIELA MORALES

MANDO DE LA GUARDIA DE LA TIERRA
WASHINGTON, DC

Daniela levantó la mirada hacia el holograma del globo terráqueo que rotaba perezoso sobre la brillante mesa de caoba. Las luces del techo abovedado de la sala de conferencias se apagaban automáticamente cuando se desplegaba el mapa de operaciones, así que allí estaba Daniela, bañada por el intenso brillo azulado de la proyección. Pasó los dedos por el respaldo de una de las veinte sillas de vinilo que había dispuestas alrededor de la mesa. Hacía apenas unos meses, cuando la habían asignado al equipo de «buenas acciones y relaciones públicas» de Melanie Jackson, se había sentado justo allí. Aún se acordaba de la energía positiva que flotaba en el ambiente ese día: todo el mundo sonreía, incluso ella. La Guardia de la Tierra iba a permitirle colaborar en la reconstrucción de la ciudad de Nueva York. Su hogar.

Ahora, en cambio, la sala estaba vacía. No había programada ninguna reunión para ese día y en la sede central de la Guardia los ánimos estaban muy decaídos.

Daniela sacudió la cabeza y se recordó a sí misma que, a pesar del delirio de los últimos tiempos, la vida no estaba nada mal. Esbozó una sonrisa asombrada, como cada vez que pensaba en lo lejos que quedaba Harlem. Aunque no físicamente, al menos no en esos momentos. Al fin y al cabo, Nueva York estaba a tres horas en tren, y podía llegar en menos si la Guardia de la Tierra le asignaba un helicóptero. Cosa que hacía a menudo. ¿No estaba mal, eh? Debería solicitar permiso para ir a visitar a su madre en cuanto dejara de estar confinada en la sede central. Ya había pasado demasiado tiempo y seguro que la mujer estaría preocupada. Sobre todo si había visto las noticias.

Cuando pensaba en su madre, le resultaba difícil asimilar el abismo que había entre su vida actual y la anterior. ¿Dónde estaba hacía dos años? ¿Ligando con chicos en Harlem River Park? ¿Perdiendo el empleo por haber sido maleducada con los clientes? Tal vez, pero seguro que no en una sala de conferencias militar equipada con alta tecnología y situada en un edificio de última generación, a una manzana del Pentágono.

La invasión, por supuesto, lo había cambiado todo. Daniela había desarrollado legados. Había robado un banco —o tal vez no, según cómo se mirara—. Había conocido a John Smith. Había contribuido a salvar a la humanidad.

¿Y últimamente? Había estado por todo el mundo. Había visto cosas que parecían sacadas de esas penosas películas de ciencia ficción que tanto le gustaban a su padrastro (que descansara en paz). Había hecho amigos que no eran humanos. Había ayudado a reconstruir lo que los mogadorianos se habían cargado.

A Daniela le gustaba pensar que lo que hacía era importante, aunque a veces se limitara a estar sentada en una playa, haciendo de niñera de Melanie. Frunció el ceño, todavía contemplando el globo holográfico, todos los lugares a los que podía ir, todo el bien que podría estar haciendo. Pero se encontraba atrapada en esa sede central. Castigada. Al menos hasta que las consecuencias de lo ocurrido en Suiza pasaran al olvido.

En su momento, esa misión le había parecido pan comido: pasar un tiempo en la mansión de Wade Sydal, un millonario gurú de la tecnología que, por supuesto, era amigo de la familia de la bien relacionada Melanie; pasearse en su nueva nave espacial, que había creado con tecnología mogadoriana; y comer langosta.

Daniela aún no comprendía cómo había podido irse todo al garete. Al parecer, Sydal se codeaba con gente turbia que lo había ayudado a conseguir tecnología alienígena en el mercado negro. Sin decirles lo que se traía entre manos, se llevó a Suiza a Daniela y a sus dos compañeros de la Guardia de la Tierra —Melanie y Caleb— para que le hicieran de guardaespaldas. La mujer inglesa que le vendía el lodo mogadoriano también había viajado hasta allí acompañada de algunos mercenarios y un par de miembros de la Guardia —Nigel y Taylor— que, en realidad, eran agentes dobles. Antes de que el trato pudiera cerrarse, el pirado de Número Cinco y ese maníaco de Einar aparecieron con la intención de arrestar a todos los adultos. Y la cosa se les fue de las manos. Se pusieron a pelear unos con otros y aparecieron más miembros de la Guardia que se unieron a la batalla.

—¡Fue de locos! —exclamó Daniela.

Sydal murió mientras trataba de escapar como una rata asustada, dejando en la estacada a su escolta de la Guardia de la Tierra. En televisión le dedicaron un montón de tributos edulcorados. La historia oficial era que lo había matado Einar, pero Daniela estaba bastante segura de que se lo había cargado uno de los mercenarios ingleses con un misil. En la sede central, no obstante, nadie estaba interesado en su versión de lo ocurrido, sobre todo después de haber visto el vídeo del discurso desquiciado de Einar que las noticias por cable retransmitían las veinticuatro horas de los siete días de la semana.

A Daniela le sorprendía lo a menudo que pensaba en la diatriba de Einar. Parecía el tipo de chico capaz de mandar cartas bomba desde el sótano de su casa, pero parte de lo que había dicho tenía sentido, sobre todo después de descubrir que Sydal era un corrupto de altura. Daniela no sabía nada de conspiraciones. Nadie la había informado de ese tipo de cosas cuando trabajaba de compinche de la cara bonita de la Guardia de la Tierra. Aun así, le parecía que Einar y los suyos tenían razón al quejarse del trato que estaba recibiendo la Guardia Humana. Al fin y al cabo, ese chico había convencido a algunos de los miembros de la Guardia para que huyeran con él; y entre esos miembros estaba Caleb, al que Daniela nunca habría creído capaz de romper una sola norma y aún menos de desobedecer a las Naciones Unidas.

Al final, Número Nueve había dejado escapar a Einar y a sus seguidores. Después de haber lidiado una batalla espantosa, ninguno de ellos quería empezar una nueva contra sus compañeros. En aquel momento, Daniela ni siquiera consideró la posibilidad de alinearse con Einar. Su intuición le dijo que se quedara con Nueve y su gente. Él no le fallaría.

Pero Nueve había regresado a la Academia con sus estudiantes y Daniela se había quedado atrapada en la sede central de la Guardia de la Tierra con un montón de adultos que la miraban con suspicacia y que nunca la dejarían marchar.

Resopló por la nariz. ¿Cuándo empezarían a ser más fáciles las cosas?

¿Cuándo le permitirían salir de allí?

El globo terráqueo seguía girando: ahora Daniela tenía Europa justo delante. Presionó un botón y se activaron los indicadores de las operaciones en curso. Un punto empezó a parpadear sobre Suiza. Daniela acercó el dedo al holograma y apareció un texto:

OPERACIÓN DE LIMPIEZA EN PROGRESO.

SE SOSPECHA DE PRESENCIA DE SUSTANCIA EXTRATERRESTRE.

En el holograma, podía consultarse en qué punto se encontraba cualquiera de las operaciones de la Guardia de la Tierra. A veces los detalles eran vagos, debido a los límites de las autorizaciones de seguridad, pero, aun así, podía hacerse una idea bastante aproximada de las misiones en las que trabajaba la Guardia de la Tierra. En ese momento, parpadeaban muy pocos puntos en el mapa. Para empezar, la Guardia Humana solo contaba con unas cuantas decenas de miembros entrenados y el número de

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