Trilogía de la Fundación

Isaac Asimov

Fragmento

PRIMERA PARTE

LOS PSICOHISTORIADORES

5

1

HARI SELDON – …Nació el año 11988 de la Era Galáctica; falleció en 12069. Las fechas suelen expresarse en términos de la Era Fundacional en curso, como –79 del año 1 E. F. Nacido en el seno de una familia de clase media en Helicón, sector de Arturo (donde su padre, según una leyenda de dudosa autenticidad, fue cultivador de tabaco en las plantas hidropónicas del planeta), pronto demostró una sorprendente capacidad para las matemáticas. Las anécdotas sobre su inteligencia son innumerables, y algunas contradictorias. Se dice que a la edad de dos años…

…Indudablemente sus contribuciones más importantes pertenecen al campo de la psicohistoria. Seldon conoció la especialidad como poco más que un conjunto de vagos axiomas; la dejó convertida en una profunda ciencia estadística…

…La más autorizada fuente de información sobre su vida es la biografía escrita por Gaal Dornick, que, en su juventud, conoció a Seldon dos años antes de la muerte del gran matemático. El relato del encuentro…

Enciclopedia Galáctica1

1. Todas las referencias a la Enciclopedia Galáctica aquí reproducidas proceden de la 116.a edición publicada en 1020 E. F. por la compañía editora de la Enciclopedia Galáctica, Términus, con autorización de los editores.

Se llamaba Gaal Dornick y no era más que un campesino que nunca había visto Trántor. Es decir, no realmente. Lo había visto muchas veces en el hipervídeo, y ocasionalmente en enormes noticieros tridimensionales que informaban sobre una coronación imperial o la apertura de un consejo galáctico. A pesar de haber vivido siempre en el mundo de Synnax, que giraba alrededor de una estrella al borde del Cúmulo Azul, no estaba desconectado de la civilización. En aquel tiempo, ningún lugar de la Galaxia lo estaba.

Por aquel entonces, había cerca de veinticinco millones de planetas habitados en la Galaxia, y absolutamente todos eran leales al imperio, con sede en Trántor. Fueron los últimos cincuenta años en que pudo decirse tal cosa.

Para Gaal, aquel viaje era el punto culminante de su juventud y de su vida estudiantil. Ya había salido al espacio con anterioridad, de modo que el viaje, en sí mismo, no significaba gran cosa para él. En realidad, hasta entonces, sólo había ido al único satélite de Synnax para obtener unos datos sobre la mecánica de los desplazamientos meteóricos que necesitaba para una disertación; pero los viajes espaciales eran exactamente iguales tanto si se recorría medio millón de kilómetros como la misma cantidad de años luz.

Se había preparado un poco para el salto a través del hiperespacio, un fenómeno que no se experimentaba en simples viajes interplanetarios. El salto seguía siendo, y probablemente lo sería siempre, el único método práctico para viajar a las estrellas. Los viajes a través del espacio ordinario no podían realizarse a una velocidad superior a la de la luz ordinaria (un conocimiento científico que formaba parte de las pocas cosas serias desde el olvidado amanecer de la historia humana), y esto hubiera significado años de viaje para llegar incluso al sistema habitado más cercano. A través del hiperespacio, esa inimaginable región que no era ni espacio ni tiempo, ni materia ni energía, ni algo ni nada, se podía atravesar la Galaxia en toda su longitud en el intervalo comprendido entre dos instantes de tiempo.

Gaal había esperado el primero de estos saltos con el temor contraído en la boca del estómago, y no resultó ser más que una insignificante sacudida, una conmoción interna sin importancia que cesó un instante antes de que pudiera darse cuenta de haberla sentido. Eso fue todo.

Y después de eso, sólo quedó la nave, grande y brillante; la fría producción de 12.000 años de progreso imperial; y él mismo, con su doctorado de matemáticas recién obtenido y una invitación del gran Hari Seldon para ir a Trántor y unirse al vasto y algo misterioso Proyecto Seldon.

Lo que Gaal aguardaba después de la decepción del salto era contemplar Trántor por primera vez. No dejaba de entrar en el mirador. Las láminas de acero se enrollaban en determinados momentos y él siempre estaba allí, contemplando el frío brillo de las estrellas, admirando el increíble enjambre nebuloso de un racimo de estrellas, como una conglomeración gigante de luciérnagas sorprendidas en pleno vuelo y detenidas para siempre. En cierta ocasión vio «el frío humo de color blanco azulado de una nebulosa a cinco años luz de la nave, que se extendía sobre la ventanilla como una mancha de leche distante, llenaba la habitación de un matiz helado, y desaparecía de la vista dos horas después, tras un nuevo salto.

La primera visión del sol de Trántor fue la de una mota dura y blanca, perdida completamente en una miríada de otras iguales, y sólo reconocible porque estaba señalada en la guía de la nave. Las estrellas eran numerosas allí, en el centro de la Galaxia. Pero a cada salto, su brillo se incrementaba, haciendo que el resto se apagara, se enrareciera y empalideciera.

Un oficial se acercó diciendo:
–El mirador estará cerrado durante el resto del viaje. Prepárense para aterrizar.

Gaal le siguió, y agarró la manga del uniforme blanco con el distintivo de la nave espacial y el sol del imperio.

Preguntó:
–¿No podrían dejarme? Me gustaría ver Trántor.

El oficial sonrió y Gaal se sonrojó ligeramente. Se le ocurrió pensar que hablaba como un provinciano.

El oficial dijo:
–Aterrizaremos en Trántor mañana por la mañana. –Me refería a que quiero verlo desde el espacio.
–Oh, lo siento, muchacho. Si esto fuera una nave de recreo no habría inconveniente, pero estamos bajando en picado, de cara al sol. Seguramente no te gustaría quedarte ciego, quemado y afectado por la radiación todo al mismo tiempo, ¿verdad?

Gaal se alejó de él.

El oficial siguió hablando:
–De todos modos, Trántor no sería más que una mancha gris, muchacho. ¿Por qué no haces un viaje espacial turístico cuando llegues a Trántor? Son baratos.

Gaal miró hacia atrás.
–Muchísimas gracias.

Era infantil sentirse decepcionado; pero el infantilismo afecta casi con la misma facilidad a un hombre que a un niño, y Gaal tenía un nudo en la garganta. Nunca había visto Trántor extendido ante él en toda su magnitud, tan grande como la vida, y no había creído tener que aguardar aún más.

2

La nave aterrizó en medio de numerosos ruidos. Hubo el lejano silbido de la atmósfera hendida, que se deslizaba a lo largo del metal de la nave. Hubo el monótono zumbido de los acondicionadores que luchaban contra el calor de la fricción, y el rugido más amortiguado de los motores que aminoraban la velocidad. Hubo el sonido humano de hombres y mujeres que se amontonaban en las salas de desembarco y el crujido de grúas que levantaban el equipaje, el correo y el cargamento hasta el gran eje de la nave, desde donde, más tarde, serían trasladados a las plataformas de descarga.

0

Gaal experimentó una ligera sacudida indicadora de que la nave había dejado de moverse con independencia propia. La gravedad de la nave hacía horas que daba paso a la gravedad planetaria. Miles de pasajeros habían estado pacientemente sentados en las salas de desembarco, que se balanceaban con suavidad a impulsos de campos de fuerza para acomodar su orientación a la dirección cambiante de las fuerzas gravitacionales. Ahora descendían lentamente por las rampas que les llevarían a las grandes y abiertas compuertas.

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