Revolución 2035

Pablo Agustín

Fragmento

Si en algo puede coincidir toda la raza humana —y que haya una coincidencia ya es un logro muy grande— es que el mundo cambió radicalmente desde que estalló la pandemia por el SARS-CoV-2, COVID-19 o coronavirus (como lo terminamos llamando todos) en marzo del 2020.

Los argentinos, que vivimos en el culo del mundo y nos creemos los mejores en todos los aspectos de la vida, empezamos a recibir noticias sobre un extraño virus que había surgido en un mercado de Wuhan, en China, pero nadie le prestó mucha atención hasta que llegó a Europa. ¿Qué podría hacernos un bichito si nosotros tenemos el mejor asado y el mejor jugador de fútbol del mundo? “No hay ninguna posibilidad de que el coronavirus exista en la Argentina”, aseguraban los especialistas.

Al poco tiempo vimos cómo empezaba a circular en Italia y España, de repente los casos en el Primer Mundo se multiplicaban como conejos, cuando había conejos. Y enseguida lo tuvimos entre nosotros; y aunque algunos se querían sacar las pulgas de encima, no podían esconder que ese virus lo trajeron entre las valijas de sus viajes a Miami, Francia, Inglaterra, Brasil y donde se les ocurra.

Poco a poco, sin darnos cuenta entramos en la cuarentena más larga del mundo, se sentía como una prisión domiciliaria que nos prometía una protección contra un virus extraño que funcionaba como una ruleta rusa: podía ser como una gripeciña, tal como se burlaba el presidente de Brasil, podías terminar intubado peleando por los pocos respiradores que había en el país o, en el peor de los casos, en un cementerio y en forma de cenizas, porque claro que no podían enterrar tu cuerpo, era peligroso. Todo esto se transitaba en la más absoluta soledad mientras algunos hacían fiestas clandestinas o viajaban a cualquier lado sin ningún miramiento.

Al principio todo eran memes, chistes, festejos por la cuarentena y el encierro. El aburrimiento generaba nuevas habilidades, unos cocinaban o hacían pan de masa madre, otros se la pasaban chupando o empezaban y abandonaban las más innovadoras rutinas de ejercicios, los más aventajados compraban pelotudeces compulsivamente, pero llegó un punto en el que todo resultaba aburrido y agobiante, vivíamos en un vacío permanente y nadie se imaginaba lo que se desataría después.

No podías salir, ni encontrarte con tu familia si vivía en otro lado, tampoco verte con amigos, las fiestas se terminaron, claro que quedaron algunas clandestinas para los más valientes —o los más boludos dependiendo de quién opinara— porque si algo pasa en nuestro país es que todo es negro o blanco, extremos y puras peleas entre los que tenían más poder; y hablo en pasado, porque eso cambió.

Cuando por fin se pudo vacunar a la mayor parte de la población aparecieron nuevas cepas, explotaron otra vez los contagios y ya ni las tan preciadas vacunas servían.

Todo se fue a la mierda.

Caos.

Caos.

Y más caos.

La gente salió a la calle a protestar, a luchar por los derechos arrebatados, a repudiar las decisiones del gobierno y la crisis extrema que había generado y colapsado un sistema entero. Las acciones y las medidas desesperadas que tomaban los políticos alentaban a la gente a protestar cada vez más, fueron perdiendo poder y ya nadie los respetaba, la Constitución dejó de ser el documento por el cual todo se regulaba, pero esto no sucedió únicamente en la Argentina, sino en el mundo entero.

El coronavirus solo fue el comienzo del declive de la humanidad.

A las ya mencionadas cepas, en el año 2025 se sumó la Omega, la variante más incontrolable de todas, que arrasó en un abrir y cerrar de ojos con un tercio de la población mundial.

Los cálculos de los científicos que hablaban del cambio climático quedaron cortos y todos los vaticinios se aceleraron. Los mares crecieron e inundaron las costas. En América del Sur, Chile fue uno de los países más perjudicados, perdió casi todo su territorio, pero con la ayuda de los Estados Unidos invadió parte de Bolivia y del noroeste argentino.

Los incendios también hicieron lo suyo y las personas tuvieron que huir de sus viviendas. Creíamos que eran intencionales, pero el gobierno se empecinaba en decir que eran accidentales. También, por la falta de regulaciones las mineras contaminaron muchos ríos y los habitantes tuvieron que concentrarse en puntos claves. No había mucha información porque todo se censuraba, pero quienes teníamos algún contacto con el exterior sabíamos que todos los países estaban sufriendo debacles similares y los gobiernos estaban colapsando sin poder controlar sus propios territorios.

Ante semejante caos, los líderes de los países más fuertes crearon el Nuevo Orden Mundial, más conocido como NOM, un solo gobierno para todo el mundo, es decir, la tiranía en su estado más puro. Ellos mismos se encargaron de designar nuevos líderes de zona para controlar localmente los distintos territorios.

La gente estaba harta y agotada, y las protestas les cedieron lugar al tedio y la resignación.

Ya no alcanzaba con vacunarse una vez al año, había que hacerlo una vez por mes y como la demanda era muy alta, todos querían sacar ventaja de la miseria ajena. La cocaína, la heroína y el éxtasis ya no eran negocio, así que los narcos se reinventaron y empezaron a traficar vacunas de todas las variedades, y por supuesto lo que llamaban “la píldora”, creada por un laboratorio de México, que se hizo mundialmente famoso porque logró un fármaco capaz de bloquear la depresión que una persona podía experimentar. Quien la ingería aumentaba sus capacidades al máximo y sentía que todo era posible, por supuesto, solo mientras durara el efecto. Las farmacias ya no existían como tales y no había casi medicamentos, así que si podías conseguir una de las famosas píldoras eras un afortunado o mejor dicho… millonario.

Por supuesto el aislamiento seguía siendo un tema primordial por una cuestión de salud, pero también por seguridad. Las grandes desigualdades generadas por la pandemia aumentaron significativamente los robos y los secuestros entre muchas otras cosas. Podían llegar a matarte porque volvías a tu casa con un kilo de carne en una bolsa.

Las diferencias sociales comenzaron a ser cada vez más notorias y provocaron que los centros habitables se dividieran dependiendo de tu estatus social. En el centro, y protegidas por un gran muro y mucha seguridad, estaban las personas más adineradas. Cada habitante podía tener su espléndida mansión construida a su propio gusto, con sus propias reglas y los terrenos eran lo suficientemente grandes como para no cruzarte con nadie y tener privacidad total. A esta región solo tenían permitido acceder las celebrities y los millonarios; todos la conocían como El Domo por su seguridad infranqueable.

Por otro lado, aquellos que tenían que acceder a sus lugares de trabajo, obreros, operadores de máquinas, docentes, médicos y todos los que debían estar cerca de las plantas, los hospitales y las escu

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