Somos la última generación que puede salvar el planeta

Carlota Bruna
Claudia Ayuso
Patricia Ramos
Monica Rosquillas
Connie Isla

Fragmento

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Antes de que empieces el viaje de leer este libro, quiero recordarte algo importante:

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Me di cuenta de esto cuando el científico Johan Rockström, entre otros, dijo que tenemos dos años para revertir el crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero si queremos cumplir el acuerdo de París[1].

Descubrir estos otros datos que comparto a continuación también me ayudó a darme cuenta de que somos la última generación que puede salvar el mundo:

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Cada día se extinguen 200 especies de animales y vegetales. En los últimos 40 años hemos perdido más de la mitad de las especies animales.

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La ONU prevé 200 millones de refugiados climáticos para el año 2100.

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A día de hoy, mientras escribo esto, la Amazonia se sigue quemando y los científicos llevan tiempo diciendo que estamos en un punto crítico, con una altísima probabilidad de que el daño sea irreversible. La agricultura animal es responsable del 70 % de la deforestación del pulmón del planeta. Y se están calcinando también aún más hectáreas de terreno en Australia.

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Según un estudio de la revista Epidemiology, la polución del aire que respiramos, sobre todo la causada por la combustión de diésel de los vehículos, aumenta las probabilidades de padecer cáncer cerebral, pero además está relacionada con daños en cada órgano de nuestro cuerpo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), es una «emergencia pública silenciosa».

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El 90 % del plástico que se ha creado jamás ha sido reciclado. Cada año ocho millones de toneladas de plástico terminan en el mar. Es como si cada minuto, un camión de basura arrojara plástico al mar.

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Cada año, 640.000 toneladas de redes de pesca acaban en los océanos y ahogan a 130.000 mamíferos marinos. Ya se ha visto que todas y cada una de las tortugas marinas vivas han ingerido plástico, sobre todo las del Mediterráneo, uno de los mares más contaminados del mundo.

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El 77 % de la tierra (excluyendo la Antártida) y el 87 % del océano ha sufrido modificaciones como consecuencia directa de las actividades humanas, según Nature Research. Apenas quedan zonas salvajes en el planeta.

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La agricultura animal representa el 18 % de los gases de efecto invernadero (metano, óxido nitroso, amoniaco, etc.) que se emiten a la atmósfera. Son más emisiones que las de todo el sector del transporte junto (13-14 %). También ocupa el 70 % de toda la tierra destinada a la agricultura y el 30 % de toda la superficie del planeta.

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El verano de 2019, Groenlandia perdió dos billones de toneladas de hielo en un solo día debido al calentamiento global. Además, el primer glaciar que hubo en Islandia se perdió para siempre durante esos meses. ¿Qué pasará el próximo verano?

La lista podría continuar sin fin, hablando de personas, animales y pérdida de ecosistemas enteros.

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Algunas son la proliferación de hambrunas, millones de pérdidas de vidas humanas y de animales, la aparición de nuevas enfermedades y de otras que se creían erradicadas, la subida del nivel de los océanos y la pérdida de kilómetros de costa, con lo que cientos de miles de personas perderán su hogar… De hecho, se estima que, en 2030, la crisis climática podría llevar a la pobreza a 120 millones de personas.

Además, seguirán produciéndose desastres climáticos en forma de riadas, inundaciones, sequías y un largo etcétera que se volverán mucho más frecuentes en los próximos años.

Somos ya testigos de la desaparición masiva de especies naturales, pero se irá haciendo aún más evidente con el paso del tiempo. Estamos viviendo lo que se conoce como «la sexta extinción masiva», y más de un millón de especies están en riesgo de extinción, según Naciones Unidas. La población mundial de abejas, por ejemplo, ha decrecido a un nivel extremo.

Es una certeza cada vez mayor: la vida humana en el planeta se hará más difícil, más dura, con una atmósfera nociva (como en la India, donde se han cerrado los colegios de Nueva Delhi por culpa de la contaminación atmosférica), en algunos lugares del planeta la vida cotidiana será insoportable por las condiciones ambientales, la comida será carísima porque costará horrores cultivarla… Si seguimos así, la humanidad corre el riesgo real de extinguirse. Y con ella, gran parte de la vida del planeta.

Estamos enfrascados en uno de los experimentos más peligrosos del planeta, que consiste en ver cuánto CO2 aguanta la Tierra antes de que se produzca una catástrofe climática.

Cuando fui consciente de la realidad sentí rabia, tristeza y frustración. Pensé que todo esto me iba demasiado grande y que yo no era más que un grano de arena en una playa gigantesca, que mis actos como persona insignificante no tendrían ninguna importancia.

Después leí muchos libros de Jane Goodall; ella me enseñó que cada día establecemos una gran diferencia en el mundo y que en nuestras manos está decidir qué tipo de diferencia queremos marcar. Y luego llegó Greta, demostrándome que nunca se es demasiado joven para actuar.

Ahora te estarás preguntando:

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Mi respuesta, después de mucho tiempo preocupada e informándome sobre estos temas, es: por supuesto que sí.

Siempre digo que la mejor manera de canalizar esa rabia, tristeza y frustración es actuando. Hacer frente a los problemas en vez de quedarse paralizado por el miedo, el pesimismo y el cinismo resulta reconfortante y revitalizador para nosotros y para nuestro entorno; descubres que cada pequeña acción cuenta y tiene un eco beneficioso. Cuando ves las consecuencias de tus actos es cuando te sientes útil, además de inspirar a la gente de tu alrededor a hacer lo mismo.

No no

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