La generación despierta

Bruno Rodríguez
Eyal Weintraub

Fragmento

Eduardo Galeano solía decir que la utopía es como el horizonte. No importa cuánto te esfuerces en alcanzarla, no importa cuántos pasos des, la cantidad de tiempo que corras ni la velocidad a la que avances. Hagas lo que hagas, el horizonte sigue ahí. A la misma distancia que se encontraba antes de que empezaras a caminar.

¿Entonces? ¿Para qué sirve el horizonte? La respuesta que encontró Galeano es sencilla. Sirve simplemente para eso. Para caminar. Para recorrer el largo e interminable camino que representa la lucha por una sociedad mejor.

Las utopías son inalcanzables por definición. La palabra fue creada por Thomas Moore en el siglo XVI. La eligió para bautizar la isla ideal que creó para su obra literaria más conocida, llamada también Utopía. Combinó dos palabras del griego: ou, que significa “no”, y topos, que quiere decir “lugar”. O sea, lugar que no existe.

¿Por qué entonces tantos militantes estamos enamorados del término? ¿Por qué nos entusiasma la idea de convertir las utopías en realidad?

Cuando nos invade la indignación, tenemos dos opciones. Podemos permanecer estáticos ante la bronca que nos provocan las injusticias sociales o podemos transformar esos sentimientos en acción. La búsqueda colectiva hacia ese horizonte del que hablaba Galeano se vuelve un antídoto ante la angustia que genera la realidad.

Salvador Allende decía que ser joven y no ser revolucionario “es una contradicción hasta biológica”. Hay una relación intrínseca entre juventud y cambio. Porque la juventud es un momento de la vida en el que todo parece posible. El futuro es un conjunto de páginas vacías que esperan ser llenadas.

No quisiéramos generalizar, pero parece que algo pasa entre los 18 y los 35 años que hace que muchos y muchas dejen de ser jóvenes idealistas para convertirse en “adultos” y “adultas” que llaman idealistas a los nuevos jóvenes.

LA CRISIS CLIMÁTICA Y ECOLÓGICA ES EL DESAFÍO MÁS GRANDE QUE VAMOS A ENFRENTAR ESTE SIGLO. SI QUEDA ALGUNA DUDA DE ESTO, BASTA CON PRESTAR ATENCIÓN A LA CIENCIA. LOS ESTUDIOS CIENTÍFICOS MÁS IMPORTANTES HASTA EL MOMENTO NOS INFORMAN QUE PARA 2030 LA HUMANIDAD DEBE REDUCIR LAS EMISIONES DE GASES DE EFECTO INVERNADERO (GEI) POR LO MENOS EN UN 45%, COMPARADAS CON LOS NIVELES DE 1995, SI SE QUIERE EVITAR UN COLAPSO ECOSISTÉMICO A ESCALA MASIVA.

Tomate un segundo para asimilar lo que acabamos de decir.

Esto significa que para 2030 el planeta debe tener la mitad de GEI concentrados en la atmósfera, tomando como punto de comparación la cantidad de estos gases presente en 1995. Si no lo logramos, la Tierra entrará en un período de retroalimentación de catástrofes, cada una más grande que la anterior, lo que provocará la siguiente. Un efecto dominó. Esto generará decenas de millones de refugiados climáticos, millones de especies extintas, países enteros bajo el agua y, obviamente, caos social.

Gases de efecto invernadero. Un gas de efecto invernadero es un gas atmosférico que absorbe y emite radiación dentro del rango infrarrojo. Son la principal causa del calentamiento global.

Todo lo que conocemos corre peligro. ¿Entonces qué hacemos?

A los y las jóvenes del mundo nos legaron irresponsablemente un futuro invivible, construido sobre la base de decisiones de las que no fuimos ni somos parte. Los “adultos” de este mundo nos sentencian a vivir en una distopía que no tiene nada que envidiarle a Los juegos del hambre y nos excluyen de las mesas en las que se toman las decisiones. Somos acreedores de una deuda socioambiental que nunca van a poder pagarnos.

Por muchos años se trató de instalar la fantasía de que las problemáticas ambientales se solucionan solas mediante avances tecnológicos y la creencia dogmática de que el mundo avanza en un progreso constante, casi como si ese fuera su destino inevitable. La evolución es siempre hacia adelante, el mundo siempre tiende a mejorar, por lo tanto, no hay de qué preocuparse.

¿En serio?

Mientras tanto, los pueblos que viven en territorios con petróleo, oro, plata, litio o… ingresá aquí cualquiera de los llamados “recursos no renovables” que se la fumen en pipa. Esas son las zonas de sacrificio de nuestra era. Templos donde realizamos ofrendas para complacer al todopoderoso dios “desarrollo”, quien promete, a cambio de la explotación de los recursos naturales, mayor felicidad, bienestar y un incremento en la calidad de vida de toda la población. AH, NO, PARÁ.

En Latinoamérica venimos tratando de hacer que la fórmula mágica “extractivismo = mayor bienestar” funcione, hace décadas, sin resultados contundentes que signifiquen una mejora perdurable en la calidad de vida de los latinoamericanos y las latinoamericanas. Es más, la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), un organismo de Naciones Unidas, declaró en febrero de 2020 que el proyecto extractivista de desarrollo fracasó justamente porque “concentra riqueza en pocas manos y apenas tiene innovación tecnológica” (Fuente: El País).

Actualmente, en pleno siglo XXI, 400 millones de pibes y pibas de todo el mundo viven en una situación de pobreza extrema. Mientras tanto, en nuestro propio país, más de 3 millones de personas viven en barrios populares, lugares donde la desidia estatal tiene consecuencias fatales. Las cloacas no existen. Para saber si ese día vas a tener luz lo mejor que podés hacer es tirar una moneda al aire. El agua potable parece un derecho solamente si vivís fuera de la villa, y cuando instalaron la red de distribución de gas deben haberse olvidado de algunas partes porque hay muchísimas familias que cocinan con leña o con garrafa.

Extractivismo. El extractivismo es el proceso de extracción o eliminación de recursos naturales y materias primas de la tierra para vender en el mercado mundial. Algunos ejemplos de recursos que se obtienen a través de la extracción son: oro, diamantes, madera y petróleo.

¿Nos fuimos de tema? Para nada. ¿Qué tiene que ver la pobreza con bajar las emisiones de gases de efecto invernadero? Absolutamente todo.

Durante demasiados años en nuestro país, la unión que debería ser inseparable entre problemáticas sociales y ambientales no quedó suficientemente clara. Todavía hay muchas personas con el prejuicio de que el ambientalismo es una cosa de chetos, de hippies con OSDE que pueden preocuparse por cuidar al yagua

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