El arte del fuego

Daniel Hume

Fragmento

cap-1

INTRODUCCIÓN

El fuego es la energía más antigua de la humanidad.

Seguro que en los genes humanos ha quedado el amor por él.

Lars Mytting

¿Alguna vez te has quedado hipnotizado mirando el parpadeo de las llamas rojas y naranjas de una hoguera? ¿Te han dado energía o inspiración? El fuego se encuentra en el origen del progreso de la humanidad. El impulso de juntarnos a su alrededor, calentándonos las manos y la cara, es uno de nuestros más antiguos y profundos instintos. El fuego fascina, cautiva la imaginación y une familias y comunidades. Como todos los prodigios y misterios del universo, es capaz de llegarnos muy adentro.

Durante cientos de miles de años, en todos los rincones del planeta, el ser humano ha hecho uso del fuego. Desde los bosquimanos del desierto de Kalahari, que bailan en trance alrededor de sus hogueras como modo ritual de curar a un niño enfermo, hasta los pastores de renos sami del norte de Finlandia, que aguardan con paciencia a que rompa a hervir el agua al calor de las llamas, nadie queda al margen de los beneficios del fuego.

El papel del fuego es esencial para cualquiera. El fuego satisface necesidades tan básicas, primitivas y fundamentales como las de tener luz, calor y energía y poder cocer los alimentos. Para muchas personas va mucho más allá y adquiere un significado espiritual y cultural irreemplazable. El fuego nos conecta con nuestros semejantes, nuestras emociones y nuestra historia. Deja huella en nuestros recuerdos, y ayuda a definir nuestras comunidades y nuestras vidas.

Mis recuerdos del fuego son de una cristalina nitidez: instantáneas diáfanas, como las de abrir unos regalos muy ansiados la mañana del día de Navidad, y en los cumpleaños. Me recuerdo apenas tan alto como la propia chimenea, manchándome de tinta mientras ayudaba a mi padre a hacer bolas de papel con periódicos viejos y a distribuirlas con cuidado encima de la reja, antes de cubrirlas minuciosamente con astillas de pino. Vivíamos en una casa del siglo XIX, de techos altos y mal aislada, y en los meses más fríos siempre estaba encendida la chimenea del salón. La alimentábamos sobre todo con carbón, pero de vez en cuando, si había madera que tirar, echábamos un tronco viejo. Las cerillas y los encendedores se guardaban en una lata vieja y oxidada, de color azul, que se dejaba fuera del alcance de las pequeñas e intrépidas manos de un servidor y sus hermanos, en el estante más alto de la cocina.

Soy el mayor de tres, todos varones. Ben, Sam y yo pasamos nuestra infancia en el campo, en el valle del Stour, justo en la frontera entre Essex y Suffolk, y como tantos niños de la zona lo que más hacíamos era rondar por campos y bosques, donde nos ensuciábamos de barro de los pies a la cabeza. Al salir de la bañera me ponía delante de la chimenea, envuelto en una toalla, para secarme bien y entrar en calor. A medida que fui haciéndome mayor, mis padres fueron asignándome deberes relativos al uso del fuego en el hogar, y no tardé en encender yo solo la chimenea del salón, subiéndome a una silla para poder bajar la lata azul y hacer brotar llamas con una cerilla. También encendíamos enormes hogueras en el jardín. A veces mi padre nos fabricaba antorchas: elegía una rama corta en la leñera, envolvía una punta con un trozo de arpillera vieja, la rociaba de aceite vegetal, le prendía fuego y la ponía en mis manos, mientras yo la miraba impresionado. Al mismo tiempo que nos divertíamos, mis hermanos y yo interiorizamos la importancia del respeto, sobre todo en lo tocante al descomunal poder del fuego.

Cuando nos hicimos mayores seguimos jugando y explorando al aire libre, pero nuestro ocio tomó nuevos derroteros. Yo soñaba día y noche con la naturaleza virgen, y aprendía todo lo que pudiera conducirme hacia ella. Nuestra familia llevaba como mínimo trescientos cincuenta años en la zona donde vivíamos. Me obsesioné con recorrer las mismas sendas que mis parientes y mis antepasados, y descubrir todo lo que pudiera sobre la naturaleza. De pequeño devoraba cualquier texto a mi alcance sobre supervivencia y técnicas para hacer fuego. Saber encenderlo con precisión y rapidez es una de las habilidades más importantes para quien se embarca en la aventura de pisar tierras vírgenes. Sin embargo, se ha escrito muy poco sobre el tema de manera exhaustiva y partiendo de experiencias de primera mano.

A los diecisiete años entré a trabajar en Woodlore Limited, la principal escuela de técnicas de supervivencia y de rastreo del Reino Unido, en la que permanecí, y disfruté, hasta 2017, ya en el cargo de director de operaciones. Actualmente sigo dando clases. He dedicado mi vida a aprender lo más posible sobre la naturaleza, y he recorrido el mundo entero buscando información acerca del lugar que ocupa el fuego en nuestra vida, y en la de las comunidades que lo usan.

En este libro expongo paso a paso, de manera práctica, los diversos modos de que prenda una llama, basándome en mis experiencias encendiendo fuego durante mis viajes y mis clases, y en lo que me han enseñado sobre las tradiciones que lo rodean. También abordo cuestiones más generales sobre el fuego, como su lugar en la historia, la cultura y la espiritualidad, y, en última instancia, cómo condiciona nuestro entorno.

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