
CHORICHIPÁ CON CHIMICHURRI CLÁSICO
CHURROS PARRILLEROS: MANJAR DE MUSULMANES
LA MEJOR HAMBURGUESA DEL MUNDO
ENTRAÑA DE WAGYU CON CHIMICHURRI FRITO
RUEDA DE CHINCHULÍN CON CHIMICHURRI DE TOMATES DESHIDRATADOS
LOMITO DULCE PICANTE AL PAN-PAN
BIFE DE COSTILLA CON LOMO MADURADO (A LA GRINGA)
BIFE A CABALLO (COMO LO PIDE EL PUEBLO)
COSTILLAR DE WAGYU: LA MAGIA DE ORIENTE
EMPANADA DE MATAMBRE FRITA EN GRASA:
EL SABOR DEL ÉXITO
ROMÁNTICAS CHULETAS DE CORDERO CON TOMATE DULCE
BIFE PERFECTO: ¡CON HUESO, MARINADO Y A PURA PAPA!
CERDO, HUESO Y UN SUSPIRO CALIENTE DE LA PATAGONIA
COSTILLAS DE CERDO AHUMADAS AL CARAMELO

PRÓLOGO

Viernes por la tarde. Faltaban apenas unos minutos para que sonara el último timbre del día, el que nos liberaría de nuestra prisión adolescente para poder disfrutar de un fin de semana sin ataduras ni preocupaciones. Sin embargo, yo estaba nervioso. Mi hermano se había ido de casa hacía poco y este era ya el tercer finde sin fuego en la parrilla.
A esa edad, cuando uno se acostumbra a algo, cree que durará para siempre, y eso hace que la decepción sea durísima. La casa se veía distinta después de esos veinte días sin el ritual. Se la notaba desanimada, sin energía, como más vieja. Hasta mi madre, que tanto renegaba de esos asados, parecía extrañar nuestras carcajadas, que muchas veces mutaban en gritos de alegría, lo cual hacía que algún vecino se quejara. Igual, yo triste no estaba. Sabía que esa tarde todo iba a volver a la normalidad, solo tenía miedo de que mis nervios me traicionaran.
No sé desde qué edad está permitido jugar con fuego, pero a mis trece yo estaba decidido a romper las reglas para preparar mi primer asado. La pregunta era cómo. Recordaba poco de la técnica de mi hermano para asar, no tenía idea de cómo elegir la carne ni mucho menos de encender el fuego… Pero había algo que sí había aprendido bien: que él nunca hizo un asado sin compañía.