¡Al agua Patatús!

Gabriela Keselman

Fragmento

¿Me prestás tus uñas?

Víctor era muy despabilado. Iba nadando al colegio y odiaba las milanesas de renacuajo.

Es decir, era un castor igualito a los demás.

Solo que cuando se aburría de roer ramas, astillas y piñas se mordía las uñas.

Un día, se aburrió mucho más que los otros. Y se las comió de un bocado. Pero esto no disipó su terrible aburrimiento y encima ya no tenía uñas que morder.

Así que se fue a buscar a alguien que le prestase las suyas.

Para comérselas, claro.

Se encontró con Pino, el hijo del guardabosques.

—¿Me prestás tus uñas? —pidió Víctor.

—Imposible. Las necesito para rascarme la cabeza, para metérmelas en la nariz, en las orejas...

—¿Y eso es divertido? —preguntó Víctor.

Pero Pino no le respondió.

Estaba muy entretenido con sus uñas para arriba y para abajo.

En la esquina del río, Víctor vio a Cebito, el hijo del pescador.

—Necesito tus uñas —dijo Víctor.

—Estás chiflado... Yo también las necesito.

—¿Te las mordés? —preguntó el castor.

—No, son para ensuciármelas hasta que se pongan negras y asquerosas —rio Cebito.

Al pasar junto a la cascada, Víctor se topó con Deliciosa, la hija de la hortelana.

—¿Me dejás tus uñas un rato? —pidió

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