Judeofobia

Gustavo Perednik

Fragmento

AGRADECIMIENTOS

Primeramente, vaya mi agradecimiento a quienes ya no están. Ningún investigador de la judeofobia puede omitir la obra de quien fue su máxima autoridad, el profesor Robert Wistrich, cuya compañía y aliento en Barcelona en 2012 me fueron muy significativos. También lo fue el aporte del filósofo asturiano Gustavo Bueno, quien siguió mis presentaciones en la Escuela de Filosofía de Oviedo en 2015 y una década antes en los Encuentros Filosóficos de Gijón.

José Caro, Haim Zohar, Mordecai Dayan y Haim Atzitz son algunos de quienes vehiculizaron los contenidos de este libro. El profesor Oscar Martínez, de la ciudad uruguaya de Durazno, quien falleció a fines de 2017 a los 37 años de edad, colaboró en una reciente investigación mía sobre los prejuicios en marcos educativos.

Siempre activo, mi colega y amigo Manfred Gerstenfeld es un referente internacional. Las traducciones de este libro han sido posibles gracias a Wenxing Li, Rubén Najmanovich y Moshé Nissim, y las ediciones en español fueron impulsadas por Charlotte de Grünberg, Natalio Steiner, Xavier Torrens, Johnny Czarninski y Miguel Alonso Boó.

En mi último estudio de campo me han asistido Federico Agustín Pelli, Adriana Camisar, Paulo Otero, María Cristina Rodríguez Cartagena, Ezequiel Eiben y María Victoria Raffo. A todos ellos, mi gratitud.

Entre los amigos que me han alentado institucionalmente, menciono agradecido a Ezequiel Finkelberg, Felipe Zak, Néstor Engelsberg, Sheila Brezinski, Ana Caprav, Ricardo Reisin, Fabián Neiman, Ellen Popper, Horacio Barenbaum, Samuel Turgman, David Vainer y Alan Futerman.

Retroalimentaron los contenidos del libro mis alumnos de judeofobia, desde los distantes cursos juveniles en la Argentina de la década del ochenta (Ioná, Hacoaj y Macabi) hasta las diez camadas de estudiantes del Instituto de Líderes de Jerusalén que dirigí en los años noventa, y mis discípulos más recientes del Ibn Gabirol de Madrid, de Nanjing en China, y del grupo Abras en Buenos Aires.

Mi editor, Roberto Montes, ha sido una fuente de estímulo desde el momento en que Juan Ignacio Boido comenzó a considerar esta publicación. A ambos, mi reconocimiento.

Con mi esposa Ruth nos conocimos hace más de treinta años, cuando la judeofobia ya habitaba en mis inquietudes. Durante estas felices décadas juntos, ha incentivado mi trabajo con amor, que es muy recíproco.

CAPÍTULO 1

¿QUÉ ES LA JUDEOFOBIA?

Presencia y complejidad

La voz judeofobia viene difundiéndose en el mundo hispanohablante para denominar el odio contra los judíos, habitualmente llamado “antisemitismo” —un término inapropiado, como veremos—.

En el último lustro ha sufrido un documentado incremento. Una mega-encuesta de 2014 reveló estadísticamente que más de la cuarta parte de la población mundial alberga prejuicios antijudíos.1 Otro estudio ha mostrado que Israel es el país que más despierta asociaciones negativas, aun detrás de Corea del Norte e Irán.2

Más específicamente en la Argentina, en el último bienio hubo más de ochocientas denuncias por actos judeofóbicos, cuyo grado de violencia aumentó con el tiempo.3 Varios incidentes tuvieron como protagonistas a estudiantes secundarios, en el marco de los tradicionales viajes de egresados al Sur.4 Durante noviembre de 2017 se produjo una serie de seis episodios públicos de corte judeofóbico que llamaron la atención de los medios.5

A pesar de lo antedicho, muchas personas sienten que el asunto ha quedado obsoleto, o que se exagera el problema. Después de todo, arguyen razonablemente, ya casi no existen comunidades hebreas6 oprimidas, y nunca antes los judíos gozaron de tanta libertad para desarrollarse en las ciencias, las artes, la economía, la política. La discriminación contra ellos parece en camino a desvanecerse, así como la percepción de los judíos como si fueran advenedizos o extranjeros.7

Más aún, jamás su prosperidad fue tan conspicua, con comunidades que vibran por doquier, incluso en entornos relativamente rezagados o difíciles. Asimismo, hay cada vez más interés en estudios del judaísmo, sea en universidades y escuelas como en academias talmúdicas; jamás se produjeron tantas publicaciones judaicas como hoy en día, en decenas de idiomas.

Si bien podría argumentarse que este libro se dedica a lo ya superado, intentaremos demostrar que, lejos de ello, la judeofobia es uno de los motivos más persistentes que permea el discurso del odio, y suele ser el principal.8 La demostración no será fácil, debido a que trata de un fenómeno tan complejo que ha hecho que muchos, no-judíos y judíos, lo minimicen.

A pesar de que los israelitas son un grupo pequeño, sobre ellos se escribe y habla considerablemente. Hay apenas un poco más de trece millones en el mundo; la mitad de ellos reside en Israel (seis millones y medio), y el resto distribuidos como sigue: más de cinco millones en los EE. UU.; más de un millón en tercios en Francia, Canadá y Gran Bretaña; y más de cien mil en cada uno de los siguientes: Rusia, Argentina, Alemania, Australia y Brasil. En suma: más del 95% de los judíos se concentran en catorce países,9 y los demás residen en comunidades pequeñas en cien Estados más.

Es notable que en ningún país, ni aun en los que albergan comunidades muy grandes, éstas conformen siquiera el 1% de la población. Las únicas dos excepciones son: los EE. UU., donde se acercan al 2%, y obviamente Israel, donde constituyen alrededor del 80%. En la Argentina se acercan al 0,2% (2 judíos por cada mil habitantes) que es aproximadamente el porcentaje de judíos en el mundo entero.

La exigüidad de los israelitas llama la atención, sobre todo porque en casi todas las sociedades son percibidos como si fueran hasta cinco o diez veces más.10

Su sobrepercepción resulta de por lo menos tres razones históricas, a saber:

  • son eminentemente urbanos (el 90% concentrado en una o dos de las ciudades principales de cada país);
  • son muy activos en aspectos sociales visibles (comercio, artes, ciencias); y
  • su historia se transformó en relato religioso de una buena parte de la humanidad.

Por esas causas —cada una con explicaciones históricas—, los hebreos suelen estar mentalmente presentes antes de ser personalmente conocidos. Su sobrepercepción, empero, no está necesariamente ligada a la judeofobia.

Por ejemplo, uno de los m

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