La sociedad cómplice

José Luis Espert

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

A José, mi padre, el hombre más extraordinario

que conocí en mi vida. Te amaré infinito, siempre.

AGRADECIMIENTOS

Ha sido clave la colaboración de los licenciados Ana Julia Aneise (UBA), Nicolás Charo (UCEMA), Eric Grosembacher (UCEMA) y Esteban Leguizamón (UNLP).

Tengo un especial agradecimiento al doctor Daniel López Rosetti por sus comentarios sobre inteligencia emocional y a mis colegas de la UCEMA con los cuales he tenido fructíferos intercambios sobre distintos temas del libro, en particular al director de la Maestría en Economía (MAE), el profesor Julio Elías (UChicago).

Gracias a mi amada esposa, Mechi, la genial @ladivagante en la red social Twitter, por su infinita paciencia para esperarme y comprender mis angustias y temores ante el torbellino de obligaciones en las cuales siempre estoy involucrado.

Gracias a mis hijos María Belén e Ignacio, por su infinito amor que me hace mejor persona y me llenan de felicidad.

Gracias finalmente a mi madre Norma y mis hermanos Alejandra y Gustavo que me hacen saber a diario cuáles son mis orígenes, mi querida Pergamino (provincia de Buenos Aires) donde nací hace cincuenta y siete años y Castelló de Farfaña (provincia de Lérida, Cataluña, España), la tierra natal de mi padre, José, que Dios lo cuide y proteja.

INTRODUCCIÓN
LA CULPA ES TUYA

No te está yendo bien, querido lector, pero la culpa es tuya. Lamento decírtelo, pero es la verdad. Este país te devora. Pero vos te dejás devorar.

Tenés razón, vivir en la Argentina no es fácil. Trabajás más de la mitad del año sólo para pagar impuestos. Te obligan a comprar carísimo lo que en Chile o Miami se encuentra mejor y más barato. Tu salario de bolsillo es una miseria y encima se evapora con la inflación. Te matan a impuestos y te ofrecen servicios públicos del Tercer Mundo. No caminás tranquilo por la calle, porque pueden matarte para robarte el celular, que igual te sirve de poco, porque la señal es pobre. Dormís mal, porque tus hijos pueden estar en la droga, o los pueden matar los que están en la droga. Te cortan la calle día por medio cuando vas a trabajar; porque vas a trabajar, vos, mientras otros (no todos), en el Estado, cobran mejores sueldos por rascarse todo el día, o por hacer entre veinte tipos lo que podría hacer uno. Los sindicalistas que dicen defenderte viven como magnates con la plata que te roban. Los políticos que dicen cuidarte amasan fortunas a costa tuya. Los empresarios que dicen darte trabajo producen bienes muy malos que te cobran a precio de oro, total la economía está cerrada y no tienen que temer a la competencia. En otras palabras, cazan en el zoológico. ¿A quién cazan? A vos.

Tenés razón, pero vos te lo buscaste.

No es lo que querés oír, seguramente. Es más cómodo pensar que te engañaron, que la Argentina es así, que la culpa es de los que votaste y no cumplieron, o los que no votaste y arruinaron el país cuando eran gobierno, o de los militares, o de los piqueteros, o de tus conciudadanos que son brutos, que son deshonestos, que no quieren trabajar. O que nada puede cambiar porque, gobierne quien gobierne y prometa lo que prometa, la estructura del país es ésta y nadie puede hacer nada al respecto. Es más cómodo pensar eso, pero es mentira. La culpa no la tiene nadie más. Ni siquiera los sindicatos, los políticos y los empresarios prebendarios que te devoran. La culpa es tuya. Y te voy a explicar por qué.

La culpa es tuya porque compraste mitos. Hacés tuyas las ideas que nos devoran. ¿Un ejemplo? Votaste a Cambiemos en 2015, esperando que te bajaran los impuestos, dejaran de perseguir opositores y modernizaran el país. ¿Qué pasó? Al final mantuvieron las retenciones a las exportaciones, crearon un impuesto a la renta financiera —después de haber prometido a los que blanquearon capitales que no se alterarían las reglas de juego—, subieron el impuestos a los bienes personales, aumentaron el gasto público, y a los que criticaron estas cosas los demonizaron y los acusaron de plateístas, de funcionales al golpismo y de liberalotes. ¿Y vos? Ni parpadeaste. Te dijeron que no se podía reducir el gasto público porque el país se incendiaba. Y vos, manso, lo repetiste. Los políticos ni siquiera tuvieron que hacer un esfuerzo para convencerte: dejate exprimir a impuestos, querido, porque el gasto público no se puede achicar. Vos mismo lo convertiste en tu cantito preferido: es verdad, repetís, los impuestos me matan, pero no hay que echar a nadie, no se puede bajar el gasto público porque el país

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