Lo mejor del amor

Roberto Caballero

Fragmento

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A Cynthia, mi porvenir.

¿Querías una fecha? 7 de noviembre de 2021.
El lugar te lo dejo a vos.

Pour ceux qui ont enduré l’infamie.

PREFACIO
Maneras de ver el mundo

Crear un símbolo es representar un mundo. Asociar una imagen con una ideología, con una memoria o con una religión. No hay símbolos neutrales, no existen imágenes completamente mudas. Todas dicen cosas sobre otras cosas: así es como funciona el lenguaje simbólico.

Antes de que los animalitos de la fauna originaria corrieran a los próceres también autóctonos de los billetes de curso legal en la era Macri, el sillón presidencial acogió en su asiento a un perro callejero. El sillón de Rivadavia pasó a ser, mientras duró la escena, el sillón del jadeante Balcarce. Fabricado en madera de nogal italiano, decorado en láminas de oro, la poltrona que estrenó Julio Argentino Roca a fines del siglo XIX —pero se adjudica por default de los historiadores a Bernardino Rivadavia— es un símbolo. Su boato y opulencia dicen desde el vamos que no es un sillón cualquiera, sino uno destinado a las asentaderas de alguien muy importante. En un régimen presidencialista como el nuestro, está reservado a quien encarna la máxima expresión del poder político.

Sin embargo, mientras Mauricio Macri lanzaba su gobierno firmando decretos de necesidad y urgencia a destajo —entre ellos, algunos tan irritantes como los que designaban a ministros de la Corte Suprema de Justicia sin acuerdo legislativo o suprimían todos los artículos antimonopólicos de la Ley de Medios—, sus equipos de comunicación eligieron, para retratar el momento histórico, viralizar una imagen a través de las redes sociales: la de Balcarce sentado en el sillón presidencial. “Los perros se adueñaron del mundo y son parte de la familia”, justificó Jaime Durán Barba, el publicista alegre del presidente.

En realidad, esa decisión inauguró una estrategia clave de Cambiemos: desacralizar y desdramatizar la acción de gobierno, sustraerla de sus disputas verdaderas. Crear una nueva simbología donde los conflictos inherentes a la política estuvieran ausentes. De todas las decisiones que Macri tomó como jefe de Estado, la que ordenó revertir, a través de la deshistorización y la desideologización de los discursos, símbolos y representaciones, el alto grado de politización que había alcanzado la sociedad argentina durante el período 2003-2015 habla con claridad sobre él, sobre su origen y sus propósitos.

Pero, más que nada, esa decisión habla del kirchnerismo.

Nueve años antes de que Balcarce tuviera sus cinco minutos de fama en la Casa Rosada, cuando todavía no existían ni las redes sociales ni los memes ni Netflix ni Instagram ni el pajarito de la red, un morocho de ojos achinados sonreía sentado en el mismo sillón presidencial. Néstor Kirchner lo tomaba por los hombros desde atrás, con complicidad. Su nombre: Juan Carlos Livraga. Sobreviviente de los fusilamientos de junio de 1956 en los basurales de José León Suárez. Protagonista del libro Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, Livraga era el fusilado que vivió para contarlo. Su imagen también era un símbolo. En este caso, uno que remitía a medio siglo de agitada, convulsionada y, también, sangrienta historia nacional.

El homenaje de Kirchner lo sorprendió. “Pero, señor presidente, eso es para usted”, atinó a decir cuando el entonces jefe de Estado le señaló el sillón. “No, hoy te sentás vos”, ordenó el santacruceño. “Tenía mucha ilusión de conocer al presidente, y es un sueño haber estado con él siendo yo una persona común. Haber recibido su abrazo, cordial y sincero. Estoy orgulloso de tener un presidente tan simple”, les dijo luego Livraga a los periodistas.

Esa imagen, la de Livraga donde jamás pensó que iba a ser homenajeado, explotaba en significados. Aludía a dictaduras, a crímenes de Estado, a resistencias sociales, a persecuciones, a censuras, a peronismo y antiperonismo, a proscripciones y torturas, a detenciones ilegales y decretos prohibitivos, a consignas redentoras, ideales, liderazgos, desaparecidos, llantos colectivos, desgarros y alegrías populares también.

El gesto de Kirchner era una reparación.

El trayecto que va del reconocimiento al sobreviviente mítico de una dictadura, como Livraga, a la celebración trivial de una mascota, como Balcarce, es el que separa dos sensibilidades, tan distintas como distantes. Un gobierno puede ser definido, entre otras cosas, por los temas de conversación que propone y la manera en que lo hace. El macrismo original abrazó intencionadamente lo casual, los cursos de respiración, la conciencia verde y lo apolítico. Por el contrario, el kirchnerismo, también deliberadamente, ancló en imágenes y narraciones de fuerte contenido social, cultural, político e histórico.

La célebre “grieta” también puede leerse como una frontera imaginaria entre estas dos maneras antagónicas de ver el mundo. Una zanja de Alsina conceptual que divide la Argentina kirchnerista de la macrista. Una politizada, otra despolitizada. Una que desborda de palabras y sentidos, otra q

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