Argentina primero

Martín Redrado

Fragmento

PREFACIO
El mundo después de la pandemia

Escribo este libro inmerso en la pandemia que azota al mundo. Se trata de una crisis inédita por su magnitud y simultaneidad. En efecto, estamos en presencia de un fenómeno nuevo porque se registra, en forma conjunta, un shock de oferta —es decir, una caída estrepitosa en la producción de bienes y servicios— junto a un shock de demanda —debido a que más del 70% de la población mundial debe permanecer en sus casas—. Sin embargo, lo hago con una mirada hacia las megatendencias que emergerán en el mundo y sus consecuencias para la Argentina.

La génesis de esta crisis se ubica en Wuhan, una ciudad con once millones de habitantes, capital de la provincia de Hubei en la República Popular China, que es el epicentro de la industria electrónica mundial, ya que provee de no menos del 30% de los componentes de las manufacturas de este rubro. La cuarentena total en esta provincia comenzó a romper esa cadena de valor, mientras que los millones de chinos que salieron al mundo, junto a los millones de extranjeros que visitaron el país milenario, se ocuparon del resto.

El presente escenario nos obliga a repensar varios paradigmas a la vez que nos plantea desafíos sin precedentes. No se compara ni con el colapso financiero de 2008-2009, ni con nuestro episodio de 2001-2002, ni con la caída del sudeste asiático en 1997. Tampoco con el “efecto Tequila”, originado en México en 1995. Ni siquiera con la hecatombe del petróleo en 1973. Por lo tanto, las tradicionales referencias a las soluciones del pasado no aplican para encontrar salidas a esta nueva situación.

Más aún, estoy convencido de que tanto el mundo público como el privado serán distintos cuando finalice esta pandemia. Los gobiernos deberán focalizar sus inversiones en mejorar los sistemas de salud y la trazabilidad de los alimentos, y en generar incentivos para la investigación científica en prevención de enfermedades y en infraestructura básica, higiene y redes de agua potable. Y, fundamentalmente, en conectividad digital, incorporando nuevas tecnologías, como la 5G, como un eje cultural de políticas que impulsen una mejor distribución del ingreso. Por su parte, los sectores productivos reverán el modo de llegar a los clientes utilizando inteligencia artificial,1 análisis de datos en forma agregada y segmentación de consumidores de acuerdo con sus preferencias, entre otras maneras de encarar las tareas diarias.

Frente a esta crisis, las respuestas de los países han sido disímiles. En un mundo que se ha alejado del multilateralismo y donde cada país profundiza su mirada hacia adentro, no hubo el grado de coordinación que tuvimos en 2009 a través del G20. Sin embargo, las medidas tomadas han sido contundentes. Para poder evaluar cada una de ellas, quiero acercarles un enfoque que desarrollé desde la teoría y la práctica. Se trata de una prueba que muestra que, para ser efectiva en una crisis, la política económica debe tener tres componentes, a saber:

  • sobrerreacción, es decir, sorprender por su magnitud;
  • simplicidad, a través de instrumentos sencillos y entendibles por toda la población;
  • ejecución, en particular la rapidez en la implementación.

Sin querer repetir experiencias pasadas, pero sí revalorizando miradas conceptuales, recuerdo que en marzo de 2009, bajo el liderazgo intelectual y operativo de Ben Bernanke —presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos—, fuimos convocados en Londres los presidentes de los principales Bancos Centrales en el elegante palacio de Whitehall, a orillas del río Támesis, y durante un día de intercambio de experiencias Bernanke propuso lo siguiente: “Colegas, debemos pensar fuera de la caja de herramientas tradicionales”. Y nos invitó a imaginar nuestras políticas públicas desde esa perspectiva. Así fue que ese año el Banco Central de la República Argentina generó una red de liquidez en pesos y en dólares que no solo nos permitió amortiguar y salir de la crisis en dos trimestres, sino que lo hicimos con una inflación anual del 13,5% (medida por entidades independientes, privadas y provinciales).

Si bien es cierto que las estrategias no podrían ser las mismas que las de aquel momento, es interesante destacar que ese marco conceptual está presente hoy más que nunca. Las principales entidades monetarias han recurrido a instrumentos jamás utilizados, como prestarles directamente a las empresas. Un hecho inédito lo protagonizó la entidad monetaria americana al comprar, por primera vez en su historia, títulos de empresas grandes, medianas y pequeñas. Más aún, también comenzó a dar auxilio a los estados y municipios. La combinación de políticas fiscales de asistencia directa a las familias y empresas con políticas monetarias muy expansivas le ha dado a la economía mundial una red de contención que, si bien no evita la recesión, disipa el fantasma de una depresión económica como la de 1930.

Podemos proyectar un mundo con tasas de interés cero para el futuro inmediato, es decir, un costo de dinero prácticamente inexistente. Esto significa una oportunidad única de financiamiento para aquellos sectores productivos y regiones del planeta que interpreten estos vientos de cambio. Los países que generen programas económicos de emergencia que permitan que sus familias y empresas mantengan su entramado en tiempos de hibernación pandémica tendrán acceso a una liquidez jamás vista.

Debemos prepararnos como sociedad para tener una mirada de corto plazo que nos habilite a utilizar herramientas económicas no convencionales y empalmarlas con un plan que marque un sendero para el consumo, la inversión y las exportaciones a través del tiempo. De eso se trata este libro. De repensar nuestro país a partir de una nueva hoja de ruta.

Y, para comenzar ese proceso, es preciso analizar las causas de la decadencia argentina junto a las megatendencias globales que surgirán tras esta crisis. El desafío consiste en elaborar un diagnóstico adecuado, para luego plantear soluciones aplicables.

Cuando en agosto de 2019 daba una de mis habituales conferencias a inversores en el mundo —en aquella oportunidad, en Nueva York, en un elegante piso de la calle Park Avenue en el corazón del Midtown—, después de brindar mi análisis y perspectivas para América Latina un inversor me preguntó, en un inglés que dejaba escapar un acento mexicano: “¿Ustedes los argentinos tienen algo en su ADN que los hace incumplidores seriales?”.

Difícilmente se me note cuando una pregunta me incomoda, pero esta me generó varias sensaciones encontradas: bronca, decepción y una búsqueda instintiva de respuestas. Mi reacción instantánea fue negarle a mi interlocutor cualquier problema genético que explicase las dificultades de nuestro país y después describí las circunstancias que habían llevado a la recesión, la caída del empleo y el aumento de la pobreza de los últimos años. Al salir del encuentro me quedé pensando no solo en las causas que nos habían conducido a ese estado de cosas, sino también en los cursos de acción posibles para toda la sociedad argentina. Y ni bien llegué a Buenos Aires comencé a idear con mi equipo, en forma oral y escrita, el modo de evitar en el futuro la sucesión de errores en los que habíamos incurrido.

Así comenzó a gestarse este libro, que profundiza no solo en el modo de evitar las crisis recurrentes que minan la confianza interna y externa, sino también en cómo estabilizar nuestra economía, reducir la inflación y la pobreza, y plantear un sendero de crecimiento sostenido. Las contribuciones de Ricardo Rozemberg, Gustavo Svarzman, Irina Moroni, Ramiro Albrieu, Ariel Melamud y Carlos Pérez han sido claves para lograr este objetivo. Se trata de profesionales de probada calidad técnica y humana que han trabajado y trabajan conmigo tanto en el sector público como en el privado. También colaboraron para estas páginas Santiago Montoya, Rodolfo Kramer, Andrea Osorio, Juan Goldman, Anabel González Chiara, Juan Manuel Antonietta y Juan Pablo Rotger. Resultó además invalorable el aporte intelectual de Hugo Sigman, Manuel Sobrado, José Natanson y César Litvin.

Vivimos en un mundo que nos propone nuevos desafíos generados tras la crisis sanitaria, pero un adecuado análisis nos permitirá detectar también las oportunidades. En efecto, estamos en presencia de un cambio de paradigma que no es sencillo de aprehender. Los economistas profesionales crecimos bajo la enseñanza de la relación inversa entre la inflación y el desempleo. El pensamiento tradicional muestra que, a mayor desempleo, el salario se abarata y la presión sobre los precios se reduce. Por el contrario, el pleno empleo conlleva un uso intensivo de la mano de obra, incrementando su precio, y de esta forma impulsa la inflación. Sin embargo, el avance tecnológico aplicado a la producción ha destruido este paradigma. Muchas máquinas han reemplazado la mano de obra sin causar mayor desempleo. Han surgido nuevas formas de trabajar, algunas calificadas y otras que solo requieren dedicación y esfuerzo personal. Así, tenemos áreas como la biotecnología, que aplicada al agro y a la ganadería ha generado nuevas labores, o la informática en sus distintas facetas, impulsada por las industrias intensivas en conocimiento, o el sector servicios, que, con ejemplos como el delivery de productos, convoca a trabajadores sin especialización, como lo hemos visto de manera muy gráfica en las calles de nuestras ciudades. Esto impone el deber de repensar nuestros países en términos educativos, mediante incentivos hacia las nuevas profesiones y también a quienes están en los albores de su experiencia laboral.

El resultado de la instrumentación de las políticas durante la pandemia ha sido una inyección de fondos abundante que reduce la tasa de interés en las economías desarrolladas. Vivimos entonces en un contexto de baja tasa de interés, pleno empleo y limitada inflación. Todo esto impulsa a buscar nuevas oportunidades de inversión en las naciones emergentes. Aquellos que muestren fundamentos sólidos y sectores dinámicos serán capaces de captar capitales para crecer y desarrollarse. Solo hay que saber leer estas megatendencias para traducirlas en oportunidades concretas para nuestros países, nuestras empresas y también para nosotros mismos.

De eso hablan las páginas de este libro, de generar un plan de acción tras esta crisis. Argentina primero, con un horizonte que plantee objetivos asequibles a diez años vista. Esta es nuestra contribución. No se trata de presentar aquí la solución a nuestra problemática, pero sí de realizar un aporte para que repensemos el futuro en términos de desarrollo económico, social y humano. Un programa orientado hacia un destino común, con metas que nos sirvan para balizar nuestro camino y marcar nuestros pasos diarios.

Y para dejar atrás nuestra insoportable costumbre de improvisar.

1. La Real Academia Española define la inteligencia artificial como la disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico.

INTRODUCCIÓN
¿Puede volver a crecer
la economía argentina?

Pensar fuera de la caja de herramientas tradicionales

En las últimas décadas, la Argentina ha oscilado pendularmente entre dos modelos de desarrollo, cuyos resultados han sido desalentadores. En ciertos períodos nuestro país decidió insertarse en el mundo aceptando los precios de productos que rigen en él, abriendo sus mercados financieros, y alentando el libre movimiento de capitales y la integración a los mercados internacionales. En aquellas oportunidades, el crecimiento se asoció a una expansión de los sectores en los que la Argentina cuenta con ventajas comparadas, tales como la agricultura. Este tipo de modelo fracasó sucesivamente en medio de recesiones, junto a niveles de desempleo y pobreza cada vez más profundos.

En otras etapas, optó por divorciar los precios de productos domésticos de los internacionales, sobrevaluar el peso de manera artificial junto con retenciones a las exportaciones, en tanto que el sistema financiero se aisló de los mercados globales. En esos períodos se favoreció la expansión de las actividades mercado-internistas por sobre el agro y los servicios globales. Este tipo de enfoque “hizo agua” en medio de una creciente inflación.

En las dos clases de modelos, los problemas estructurales se acentuaron con políticas fiscales permisivas e irresponsables. En el caso del modelo de inserción al mundo, el país se financió emitiendo deuda, con niveles crecientes de tasas de interés que agudizaron las recesiones. Mientras que, en el otro modelo, la financiación se hizo con emisión monetaria, que obligó a incrementar de manera sostenida el tipo de cambio nominal, generando saltos inflacionarios. En cualquier caso, los desbalances de cuenta corriente tuvieron un lugar preponderante en ambos modelos.

Este péndulo desalentador de nuestra economía se dio con gobiernos de distintos colores partidarios y en contextos internacionales bien diferentes. Por tanto, sintetizan dificultades estructurales complejas que solo pueden ir enfrentándose de manera sistemática y realista, a través de políticas públicas y acuerdos empresariales y sindicales consistentes. Esto exige lograr consensos básicos no solo entre la dirigencia política, sino también en el conjunto de la sociedad. Los lineamientos orientados a avanzar en un plan de desarrollo que aquí se presentan se enmarcan en este enfoque conceptual.

Tras un programa de emergencia que tiene como resultado una fuerte expansión monetaria y fiscal, el punto de partida debe ser un programa de “empalme”, que tenga como objetivo estabilizar a toda la política económica. Esto se alcanzará a través de la convergencia hacia un mismo objetivo en la política fiscal, monetaria y de ingresos, que deberán mostrar un sendero decreciente, simultáneo y compatible entre sí, balizando el camino y permitiendo “anclar” las expectativas de la población. La coordinación es esencial, ya que este esquema debe involucrar a todas las áreas competentes del Estado. De esta forma, el compromiso es efectivo por parte de todos. A esto debe sumársele un mecanismo de rendición de cuentas que permita evaluar y corregir desvíos. Una vez generado este esquema de trabajo, será necesario comprometer a todo el sector privado hacia la misma nominalidad, en particular en términos de precios y salarios.

Para poner en marcha un programa de esta naturaleza, es clave invertir, innovar y exportar. Es hora de hablar de soluciones a través del impulso de las principales variables de la economía: deben expandirse el consumo, las exportaciones y la inversión, todo en conjunto y en forma sincrónica.

A fin de lograr estos objetivos múltiples, será necesario trabajar en herramientas no convencionales: una modernización tributaria que simplifique y reduzca la presión impositiva sobre las familias y las empresas, una reingeniería y desburocratización del sector público con la incorporación de inteligencia artificial para cambiar los procesos de gestión, junto a una revolución exportadora que proyecte nuestra producción hacia el mundo. En particular, debe generarse una verdadera cultura de proyección hacia otros países que nos permita generar dólares genuinos. Será necesario encarar una política muy práctica, país por país, producto por producto, mercado por mercado. Asimismo, este programa debe trabajar en acciones y políticas para atraer inversiones generando incentivos fiscales y crediticios que permitan iniciar un proceso de innovación liderado por la investigación y el desarrollo de nuevos productos.

Llevar adelante estas iniciativas requerirá apoyos mayoritarios de un amplio espectro político que muestre que este es un proyecto del país y no de una facción en particular. Asimismo, se deberá pasar de un programa de emergencia con el Fondo Monetario Internacional a uno nuevo con un horizonte que privilegie el equilibrio presupuestario, pero con la creatividad para generar estímulos que impulsen un desarrollo armónico y sustentable.

La economía argentina puede volver a crecer de manera sustentable y consistente, a tasas estables, sin sobresaltos. Lograr un incremento sostenido de nuestra producción por encima del 3% anual permitiría aumentar el ingreso por habitante en alrededor del 2% al año. Como consecuencia de ello, la meta de crecimiento sostenido para la economía que incorpora el presente programa se encuentra en estos niveles. En base a esa meta, y en función de un modelo de tres brechas (ahorro/inversión, externa y fiscal), proyectamos que para alcanzar un sendero de crecimiento sostenido se requiere que la inversión crezca cuatro puntos porcentuales por encima del promedio observado en lo que va de esta década, las exportaciones en 17% de la producción (tres puntos porcentuales por arriba de dicho período) y la inversión pública dos puntos porcentuales más que el promedio de 2011-2018.

Lograr este desempeño requiere contar con un esquema productivo acorde. Se trata de generar un sistema en el que los sectores agrícolas, industriales, energéticos y de servicios sean cada vez más complejos, creativos, y operen de manera competitiva e integrada al mundo. Ello requiere:

  • incrementar la inversión (nacional y extranjera) en bienes y servicios que se vendan en el exterior y en infraestructura;
  • alentar conductas empresariales innovadoras;
  • propiciar una creciente interacción entre la economía del conocimiento y las actividades económicas tradicionales.

Con respecto a la inversión, nuestro país debe ampliar sus capacidades empresariales de la mano de la recuperación de la inversión productiva, nacional y extranjera. Así, y más allá de lo expresado anteriormente sobre aumentar la tasa de inversión, en lo que hace a la inversión extranjera directa (IED), si en los años noventa el país se ubicaba como tercer destino en importancia como receptor de capitales extranjeros en América Latina, desde el nuevo siglo la Argentina aparece como quinto en dicho ranking. De este modo, recuperar la participación en los flujos de inversiones externas que ingresan a la región implicaría pasar de los actuales 12.000 millones de dólares a unos 25.000 millones.

Más allá de la importancia de la inversión en sectores exportables, incrementar en cantidad y calidad la inversión en infraestructura, a efectos de ir cerrando la brecha (y reduciendo los sobrecostos que afectan a la producción derivados de la ineficiencia en este terreno), y perfeccionar el desempeño logístico son parte de la agenda de mejora de la competitividad. Será de fundamental importancia alcanzar un consenso para situar el gasto en infraestructura en el orden del 5% del total de la producción (fue 5,6% en los años noventa, para caer al 2,1% entre 2008 y 2015 y ubicarse en 2,5% en 2017).

Por otra parte, la dinámica de crecimiento sostenido deberá estar acompañada de un mayor compromiso de la sociedad para con la innovación, elemento diferenciador de los países que han logrado transitar con éxito el camino del desarrollo. Los actuales niveles de inversión en Investigación y Desarrollo (I+D), que involucra toda acción abocada a incrementar la productividad y a crear nuevos productos más eficientes, son muy bajos en la comparación internacional, y la mayor parte de estos —escasos— esfuerzos son realizados por el sector público. Por ende, resulta necesario invertir más en I+D, y que el sector privado participe en mayor medida de este esfuerzo.

De este modo, para promover esta inversión debe contarse con políticas claras y estímulos al sector privado sostenidos en el tiempo. La brecha tecnológica respecto de otros países no solo nos lleva a dificultades para competir con nuestros productos en el mundo, sino que limita nuestro potencial. Más aún, esta distancia se amplía año a año, por lo que se hace preciso fomentar el desarrollo de actividades de alto valor agregado con potencial, a la vez que es clave desarrollar y modernizar las instituciones que conectan la investigación con el sector privado.

En función de ello, se promueven acciones específicas para avanzar en estos objetivos. Del lado público, se prevé establecer una regla de inversión estatal en I+D de carácter procíclico, que habilite un incremento continuo de 0,05%/de la producción total en los años de crecimiento mayor o igual al 3%, durante quince años. Para fortalecer o impulsar la inversión privada se prevé la desgravación parcial del Impuesto a las Ganancias de los montos que las empresas destinen a ello, cuando estos representen más del 5% de la facturación total.

En materia de inserción internacional, nos caracterizamos por bajos niveles de importaciones y exportaciones comparados con la producción total, ubicándonos entre las economías más cerradas del mundo. Si bien a lo largo de las últimas décadas el negocio exportador comenzó a presentarse como una actividad estratégica de un creciente número de empresas, la performance observada por las ventas de nuestro país al mundo registra escaso dinamismo, aun en comparación con otras economías de América Latina.

Desde el punto de vista de la política exportadora, es necesario ejecutar tres medidas prioritarias: la revisión del arancel externo (ajustando la protección que efectivamente recae sobre un producto para desarrollar más y mejores bienes); el mejoramiento

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