El mundo hasta ayer

Jared Diamond

Fragmento

Índice

Índice

El mundo hasta ayer

Relación de tablas y figuras

Prólogo. En el aeropuerto

PRIMERA PARTE. Preparar el camino dividiendo el espacio

1. Amigos, enemigos, desconocidos y comerciantes

SEGUNDA PARTE. Paz y guerra

2. Compensación por la muerte de un niño

3. Un breve capítulo sobre una guerra pequeña

4. Un capítulo más extenso sobre muchas guerras

TERCERA PARTE. Jóvenes y ancianos

5. Criar a los hijos

6. El trato a los ancianos: ¿querer, abandonar o matar?

CUARTA PARTE. Peligro y respuesta

7. Paranoia constructiva

8. Leones y otros peligros

QUINTA PARTE. Religión, lenguaje y salud

9. Qué nos dicen las anguilas eléctricas acerca de la evolución religiosa

10. Hablar muchas lenguas

11. Sal, azúcar, grasa y pereza

Epílogo. En otro aeropuerto

Agradecimientos

Lecturas complementarias

Créditos de las ilustraciones

Imágenes

Notas

Biografía

Créditos

A Meg Taylor,

en agradecimiento por tus décadas de amistad

y por compartir tus ideas sobre nuestros dos mundos

Relación de tablas y figuras

Figura 1 Localización de 39 sociedades que se comentarán con frecuencia en este libro

Tabla 1.1 Objetos intercambiados por algunas sociedades tradicionales

Tabla 3.1 Miembros de dos alianzas dani enfrentadas

Tabla 8.1 Causas de muerte accidental y lesiones

Tabla 8.2 Almacenamiento tradicional de alimentos en todo el mundo

Tabla 9.1 Propuestas de definición de religión

Tabla 9.2 Ejemplos de creencias sobrenaturales limitadas a religiones en particular

Figura 9.1 Funciones de la religión y su cambio con el tiempo

Tabla 11.1 Prevalencia de la diabetes tipo 2 en distintas partes del mundo

Tabla 11.2 Ejemplos de glotonería cuando hay alimentos disponibles en abundancia

Prólogo

En el aeropuerto

Escena en el aeropuerto • ¿Por qué estudiar las sociedades tradicionales? • Estados • Tipos de sociedades tradicionales • Perspectivas, causas y fuentes • Un libro pequeño sobre un gran tema • Planificación del libro

ESCENA EN EL AEROPUERTO

30 de abril de 2006, siete de la mañana. Me encuentro en los mostradores de facturación de un aeropuerto, agarrado al carrito del equipaje mientras recibo empujones de una multitud que también está realizando la facturación para los primeros vuelos matinales. La escena me resulta familiar: cientos de viajeros cargando con maletines, cajas, mochilas y bebés, formando hileras paralelas que se aproximan a un largo mostrador, tras el cual se hallan empleados uniformados de las aerolíneas frente a sus ordenadores. Entre la multitud hay desperdigadas otras personas de uniforme: pilotos, azafatas, inspectores de equipajes y dos policías abrumados por el gentío sin otra cosa que hacer que estar visibles. Los inspectores están pasando equipajes por los rayos X, los empleados de las aerolíneas etiquetan las maletas y los mozos dejan las bolsas sobre una cinta transportadora que, con suerte, las llevará al avión correcto. En el lado opuesto al mostrador de facturación hay tiendas que venden periódicos y comida rápida. Otros objetos que me rodean son los habituales relojes de pared, teléfonos, cajeros automáticos, escaleras mecánicas que conducen al piso superior y, por supuesto, aviones estacionados en la pista que se divisa a través de los ventanales de la terminal.

Los empleados de las aerolíneas deslizan los dedos sobre el teclado del ordenador y observan la pantalla, puntuados por los recibos de las tarjetas de crédito que imprimen los datáfonos. La multitud exhibe la habitual mezcla de buen humor, paciencia y exasperación, guardando cola respetuosamente y saludando a amigos. Cuando me llega el turno, muestro un trozo de papel (mi itinerario de vuelo) a una persona a la que no he visto jamás y a la que probablemente nunca volveré a ver (una empleada de facturación). Ella a su vez me entrega un trozo de papel que me da permiso para recorrer cientos de kilómetros hasta un lugar en el que nunca he estado y cuyos habitantes no me conocen, pero, aun así, tolerarán mi llegada.

A los viajeros de Estados Unidos, Europa o Asia, lo primero que les resultaría llamativo de esta escena por lo demás habitual es que todos los ocupantes del vestíbulo, excepto yo y unos pocos turistas, son papúes. Otras diferencias que podrían advertir los viajeros extranjeros son que la bandera nacional situada sobre el mostrador es la enseña negra, roja y dorada de la nación de Papúa Nueva Guinea, en la que aparecen un pájaro del paraíso y la constelación de la Cruz del Sur; los carteles de las compañías aéreas no dicen American Airlines o British Airways, sino Air Niugini; y los nombres de los destinos que figuran en las pantallas tienen un deje exótico: Wapenamanda, Goroka, Kikori, Kundiawa y Wewak.

El aeropuerto en el que estaba facturando aquella mañana era el de Puerto Moresby, capital de Papúa Nueva Guinea. Para quien cono

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