El abismo

Roberto Navarro

Fragmento

INTRODUCCIÓN

Desde tiempos inmemoriales, el deporte ha sido visto como un sucedáneo de los campos de batalla. El propio barón Pierre de Coubertin, fundador de las Olimpíadas modernas, había advertido que puede ser utilizado para la paz o para la guerra. Y el fútbol es el rey de los deportes. Con un agregado: cuando en el siglo 20 se popularizó y se convirtió en el espectáculo de masas por excelencia, lo que en principio era una válvula de escape semanal pasó a ser el ritual más grande del universo, constituyéndose en una nueva religión. De allí surgieron pastores como Maradona y Messi, evangelizando al planeta a partir del mensaje supremo que nacía en sus pies, pero también cruzados dispuestos a llevar adelante una guerra santa. Porque lo que antes era un juego, ahora es nosotros o ellos. Y en ese marco, aprovechándose del nacionalismo, el chauvinismo y los recursos más viles de la naturaleza humana, los barras se convirtieron en reyes persiguiendo un ideal de pureza que esconde un negocio gigantesco. Algunos lo ven y lo sufren a diario en sus países. Pero el teatro mayor de sus operaciones fueron, son y serán los Mundiales de Fútbol, ese lugar icónico donde se dirime ficticiamente la supremacía del más apto. Y allí, los soldados del paravalanchas han hecho estragos. Y dentro de ese mundo, los nuestros van siempre a la cabeza. Esta es, entonces, la historia de la barra brava de la Selección, o cómo la Argentina entrega cada cuatro años su honra a los leones. Desde el iniciático Uruguay 1930, con la famosa batalla del Río de la Plata, hasta lo que se espera de Rusia 2018, con La Doce al frente. En el medio, el uso de los barras para perseguir opositores en el Mundial 78, la excursión fallida a España por la Guerra de Malvinas, las batallas contra los hooligans de México 86 y Francia 98, el recibimiento deshonroso a la vuelta de Suecia 58, el safari por Sudáfrica 2010 y cómo los violentos de distintos equipos argentinos fueron tejiendo alianzas, lides y mentiras en pos de un solo objetivo: ser la barra oficial albiceleste, la que lleve en alto una camiseta de la Selección, pero manchada de sangre.

UN CHARCO DE VIOLENCIA

CAMPEONATO SUDAMERICANO DE SELECCIONES 1916

Hay que remontarse un siglo atrás para encontrar el germen de la violencia barrabrava en la Selección. Claro, aún no se denominaban así los grupos de hinchas que se radicalizaban y terminaban produciendo bataholas con heridos y hasta víctimas fatales, ni había dinero de por medio como en la actualidad. Pero el huevo de la serpiente se engendró mucho antes de que el mundo conociera la palabra barra. El primer reporte siguiendo al equipo nacional data de 1916, cuando se disputó en la cancha de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires el primer Campeonato Sudamericano de Selecciones, antecedente de la actual Copa América. Eran los países rioplatenses quienes disputaban el orgullo de ser los mejores del continente. Ambos habían vencido con claridad a Chile (la Argentina 6 a 1 y Uruguay 4 a 0), pero al momento de enfrentar a Brasil la Selección sólo logró un empate en cero mientras que los charrúas se alzaron con la victoria por 2 a 1. Así llegaron a la última fecha con la Celeste arriba por un punto sobre la Argentina, la que debía ganar para quedarse con la Copa. El partido se pactó a las dos de la tarde del 16 de julio de 1916. Pero apenas duró cinco minutos. La multitud que se acercó a GEBA desbordó la capacidad y, ante el riesgo general, el árbitro chileno Carlos Fanta lo suspendió. Lo que siguió fue la muestra de lo que iba a venir en los siglos venideros. Un primer tumulto con la policía y una caótica salida, que incluyó faroles y autos rotos y dos tablones del estadio de madera incendiados. El encuentro se reprogramó para el día siguiente en el estadio de Racing. Fue empate ante 17.000 espectadores y se consagró Uruguay. Pero las relaciones futbolísticas entre los dos países hermanos sufrirían una herida que se iba a profundizar de manera dramática poco tiempo después. Porque Uruguay siguió mandando y eso generó de este lado del charco un resentimiento que tuvo un pico importante cuando el 9 de junio de 1924 la Celeste se consagró campeona en los Juegos Olímpicos de París, a los que la Argentina no había concurrido. Para saldar la deuda narcisista, la Argentina desafió a Uruguay a enfrentarse en un partido ida y vuelta, para ver quién era realmente el mejor. El primer encuentro se jugó en Montevideo el 21 de septiembre. Fue a estadio lleno y terminó 0-0. El partido de vuelta fue histórico y cambiaría para siempre la forma de ver el fútbol por estos lares. Se había programado para el 28 de septiembre en el estadio de Sportivo Barracas, cuya capacidad era para 37.000 espectadores y era el escenario excluyente por entonces para cualquier competencia deportiva. Pero esa tarde, deseosos de venganza hubo, según las crónicas, entre 45.000 y 50.000 personas. Apenas empezado el partido, la presión de los hinchas llevó a una multitud a ingresar al campo de juego. Lo que debía ser una fiesta, se convirtió en un caos. Al árbitro Ricardo Vallarino no le quedó otra que suspender el encuentro. La revista El Gráfico señaló en su crónica: “Mentiríamos si dijésemos que nos ha sorprendido lo que ocurrió. Aún más, nos animamos a afirmar que cada uno de los asistentes al salir de su respectivo domicilio para encaminarse a la cancha preveía los acontecimientos. Se culpa a más de una autoridad el desborde de público. Hay quienes acusan a las autoridades de la Asociación de vender un número excesivo de localidades dando rienda suelta al deseo de lucrar. Otros atribuyen a la policía falta de vigilancia en la tarea de contener al público ubicado en las proximidades del estadio y que, en un momento dado, atropelló las puertas y escaló las paredes”. Afán de lucro, complicidad policial, violencia de los espectadores. El cóctel explosivo que hoy tiene de rehén al fútbol argentino estaba incubándose. Aquella jornada fue un verdadero escándalo para la época, con combates a pedradas que dejaron varios heridos. Pero lo peor todavía estaba por suceder. El encuentro se reprogramó en el mismo estadio para una semana después: el 2 de octubre. Cuando el público ingresó, se encontró con una novedad: cual zoológico, se

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