¿Y dónde está la gente?

Jaime Durán Barba
Santiago Nieto

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

A Jaime, Laura, Gonzalo y Ana, nuestros padres.

PRÓLOGO

¿“Voluntad de verdad” llamáis vosotros, sapientísimos, a lo que os impulsa y os pone ardorosos? Voluntad de volver pensable todo lo que existe: ¡así llamo yo a vuestra voluntad! Ante todo, queréis hacer pensable todo lo que existe, pues dudáis, con justificada desconfianza, de que sea ya pensable. ¡Pero debe amoldarse y plegarse a vosotros! Así lo quiere vuestra voluntad. Debe volverse liso, y someterse al espíritu, como su espejo y su imagen reflejada.

Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra

¿Y dónde está la gente? es el provocador título del libro que Jaime Durán Barba y Santiago Nieto me piden que prologue. Una invitación que acepto con gozo, pues me da la oportunidad de enunciar públicamente, al menos, dos aspectos que guían los sueños y aventuras, los triunfos y sinsabores, las genialidades y locuras de estos dos amigos de muchos años de vida compartida en la extensa geografía de esta América nuestra y apasionante.

En este libro, extensión aplicada de su primera gran contribución al campo de la Consultoría Política —Mujer, sexualidad, internet y política. Los nuevos electores latinoamericanos (México, Fondo de Cultura Económica, 2006)—, se validan, una vez más, dos características que les son propias, como señas de identidad.

La primera, es su capacidad de reflexión, que, en palabras de Jesús Ibáñez, padre y maestro de los grupos de discusión, “es una tarea de vagos y maleantes” (Más allá de la sociología. El grupo de discusión: técnica y crítica, Madrid, Siglo XXI, 1976, p. 355). Descubrimos en ellos una capacidad singular para salirse de los caminos trillados y convencionales, deambular por las encrucijadas, abrir senderos a través de frondosos campos o de desiertos, meterse en callejuelas sin salida, prescindir, en muchos casos, de todo lo dicho y lo sabido y quedarse solos, pero sin ser eternos divagadores. Al final, como dice el mismo Ibáñez, saben regresar “al buen camino y volver a habitar la ciudad”. Es decir, pisar tierra firme, la realidad. Esta reflexión multidisciplinaria les lleva a producir textos sorprendentes, porque “no echan vino nuevo en odres viejos”, como nos aconseja la parábola del evangelio, sino que da lugar a algo novedoso y original, como es el texto que presentamos.

El segundo rasgo que caracteriza la actividad de Durán Barba y de Nieto Montoya es su curiosidad voraz que los lleva a conocer, explorar, dejarse interpelar y, si es necesario, influenciar por los más diversos autores, de diferentes épocas y procedencias, adscritos a diferentes escuelas y corrientes de pensamiento. Sus textos, y esta no es una excepción, tienen huellas de muy diversos ámbitos del saber: de la literatura y las artes, de la filosofía y la antropología, pasando por la historia, incluso por la teología y, por supuesto, por la política. En sus páginas encontramos autores tan diversos como Gilles Deleuze o Michel Foucault, Jorge Luis Borges y su paradigmático El Aleph, Claude Lévi-Strauss y Daniel Kahneman, el historiador Eric Hobsbawm, pensador clave de la historia del siglo XX, y, para poner fin a una lista que se alargaría en exceso, Yuval N. Harari, de lectura obligatoria en todos sus textos (Sapiens, Homo Deus, 21 lecciones para el siglo XXI) y hoy imprescindible para, de su mano, cuestionar nuestro pasado, imaginar nuestro futuro y explorar nuestro presente.

Esta curiosidad voraz, plural y erudita, en algunos casos, hace complejo y poco común su pensamiento y razonamientos, pero, al mismo tiempo, produce textos cargados de intuiciones atractivas e impensables y de una riqueza sorprendente (pensamos, especialmente, en su Mujer, sexualidad, internet y política), aunada a constantes referencias a situaciones reales que añaden un atractivo especial.

El libro que el lector tiene en sus manos pudiera dar la impresión de ser un aporte más a temas ya conocidos. Pero bastará iniciar su lectura para que caiga en la cuenta de que se trata de un texto propio de la modernidad reflexiva (Giddens, 1991), o de la cultura extensiva de la que brillantemente nos habló Scott Lash en su libro Crítica de la información (Buenos Aires, Amorrortu, 2005). Esta estructura social de la reflexividad supone que persona, organizaciones y la sociedad en su conjunto cuentan con una sofisticada y omnipresente racionalidad de discernimiento, así como soportes prácticos para el acompañamiento, la conversación cívica y la deliberación colectiva. Un motivo más para agradecer a los autores los contenidos que ahora nos entregan.

Oí el ruido de una trompeta y le pregunté a mi sirviente qué significaba. Él me dijo que no lo sabía y que no había oído nada. Me detuvo en la puerta y me preguntó: “¿A dónde va el amo?”. “No lo sé”, le dije yo. “Fuera de aquí, fuera de aquí. Me voy de aquí, nada más, es la única forma que tengo de alcanzar mi objetivo”. “¿Y conoce usted su meta?”, me preguntó. “Sí”, contesté yo. “Te lo acabo de decir. Salir de aquí, esa es mi meta”.
Franz Kafka, “La partida”, Relatos completos

“¿Y dónde e

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