Breve historia de la mentira fascista

Federico Finchelstein

Fragmento

PREFACIO A LA EDICIÓN EN CASTELLANO

Empecé a escribir este prefacio desde el centro de la pandemia del coronavirus. Lamentablemente, lo hago confinado en mi departamento de Nueva York, ciudad en la que vivo y trabajo desde hace ya catorce años. Es un momento que nos parece distintos a todos pero que pronto al igual que todos los otros será un capítulo de una historia más larga. En este marco, se me hace difícil no lamentar que el tema de este libro ha pasado a ser aún más pertinente. Es decir, a partir del análisis de las mentiras del fascismo en el pasado se puede entender mejor nuestro extraño presente. Pasado y presente presentan odiosas convergencias en las formas en que desde el poder se niega la realidad y de cómo estas negaciones terminan, a veces cambiándola y, en general, ampliando, o incluso generando desastres.

Como analizo en este libro, los fascistas fantasearon sobre nuevas realidades y luego transformaron la verdadera. Lo mismo quisieron hacer sus sucesores.

Tomemos como ejemplos la crisis desatada por el coronavirus y las acciones xenófobas de post-fascistas como Donald Trump, y también los ditirambos y las reacciones de sus secuaces globales.

La idea de culpar a las minorías y a los inmigrantes por la propagación de la enfermedad no es nueva y, de hecho, tiene precedentes fascistas. Hay muchas formas de frenar la transmisión del coronavirus, pero la combinación de ideología, magia y mala ciencia no debiera ser una de ellas.

Lamentablemente, en el marco de la pandemia se extendieron como el virus mismo las formas autoritarias con las que supuestamente combatir, pero realmente descuidar, la enfermedad mediante el poder de la voluntad o la creencia en el mundo ideológico de los líderes.

Es necesario recordar que las formas totalitarias de abordar la enfermedad no lograron grandes resultados en el pasado. La mezcla fascista de ideologías políticas, racismo y persecución de la otredad no condujo a revoluciones científicas ni a grandes descubrimientos, sino a la violencia e incluso al genocidio. En el Holocausto, las víctimas fueron acusadas por primera vez de propagación de enfermedades y los nazis crearon condiciones artificiales e insalubres en los guetos y campos de concentración y exterminio para que la ideología pudiera imponerse a la realidad. Sólo en este universo creado por ellos, las víctimas enfermaron y propagaron dolencias. Por otra parte, el fascismo imaginó enfermedades por doquier, pero no logró grandes avances con las reales.

Más recientemente tanto Trump como Jair Mesías Bolsonaro en Brasil, Viktor Orban en Hungría, o Narendra Modi en la India han mentido sobre el coronavirus y lo han usado como excusa para promover su voluntad totalitaria. Este nuevo negacionismo ha adoptado formas grotescas. Un caso ya tristemente emblemático fue el de Trump aconsejando tomar desinfectante a la vez que pedía por la liberación del pueblo frente a las medidas sanitarias que los expertos de su propio gobierno apoyaban. En el caso de Modi, culpó por la propagación del virus a un grupo de misioneros musulmanes, sin mencionar reuniones similares de grupos hinduistas. En el caso de Orban, el autócrata magiar utilizó la pandemia para crear poderes cuasi-dictatoriales, llegando a una situación que muchos entendieron como una “coronadictadura”. Además del poder de cancelar y crear leyes, Orban se atribuyó la capacidad de encarcelar a aquellos que promovían “verdades distorsionadas”. Otro caso no menos nocivo, fue el de Bolsonaro directamente negando la enfermedad, rechazando la validez de los expertos de la OMS (organización que según el “Capitán” se dedica a fomentar la masturbación y la homosexualidad en los niños), fabricando realidades alternativas y vinculando los actos en contra de la cuarentena a la necesidad de cerrar el congreso. Lo mismo se puede decir de los post-fascistas de Vox en España o de Matteo Salvini en Italia. Todos ellos han fusionado sus fantasías xenófobas y autoritarias con la ciencia y la enfermedad y el resultado no puede estar más distante de la realidad.

Luego de negar la importancia del virus, Trump optó por una mezcla de xenofobia, medidas tardías y promesas de curas “milagrosas”. Trump vinculó, como solución frente a la enfermedad, la construcción de su muro anti-migrantes y la idea racista de un “virus chino” con la promoción de su voluntad y su seguridad de que todo va estar bien. No contento ya con su demonización de los inmigrantes indocumentados, Trump suspendió la inmigración legal en general.

Un elemento central de la mentira fascista es la proyección. Los fascistas siempre niegan lo que son y atribuyen sus propias características, su responsabilidad y su propia política totalitaria a sus enemigos. Abrevando de este precedente ideológico, Trump sostuvo el 27 de abril de 2020: “Ha habido tantas muertes innecesarias en este país. Podría haberse detenido y podría haberse detenido de una vez, pero parece que alguien hace mucho tiempo decidió no hacerlo de esa manera. Y todo el mundo está sufriendo por eso”. Al principio de la crisis, prometió que para abril el virus iba a desaparecer, y el 19 de febrero de 2020, declaró a una estación de televisión de Phoenix: “Creo que los números mejorarán progresivamente a medida que avancemos”. Cuatro días después, calificó la situación de “muy bajo control” y agregó: “Teníamos 12, en un momento dado. Y ahora han mejorado mucho. Muchos de ellos están completamente recuperados”. Cuando escribo estas líneas, a principios de noviembre, Trump ha sido derrotado en las elecciones presidenciales y Estados Unidos es el país con más infectados y más muertos en todo el planeta. Diez millones de infectados y más de 243.000 víctimas mortales a principios de noviembre de 2020. Lo siguen en números de muertos, Brasil con 162.000 muertos y cinco millones y medio de infectados y la India con más de 8,5 millones de casos y 126.000 muertos. Que los países liderados por Trump, Bolsonaro y Modi ocupen los primeros lugares de este podio infame no es casualidad y en parte se puede explicar a partir de una ideología autoritaria que niega la ciencia y enaltece la mentira.

En Brasil, una ideología muy cercana al fascismo con reclamos golpistas se ha entremezclado con el nacionalismo y el mesianismo más extremo para ignorar la enfermedad y el bienestar de la población. Lo peor de todo es que, en vez de adelantarse a la tormenta, el presidente brasileño se dedicó a promoverla. En concreto, los populismos de extrema derecha atacan los derechos ciudadanos y ponen aún más en riesgo la salud de la población en tiempos de pandemia.

Esta falta de responsabilidad tuvo en Italia y España sus ediciones anteriores; aunque en estos países los post-fascistas no tienen el poder como Trump y Bolsonaro.

En Italia, la idea de que el virus era una cosa externa a la nación fue difundida por los populistas de derecha, uno de cuyos líderes sostenía que “el verdadero problema es la pandemia mediática que están haciendo internacionalmente, no la sanitaria”1. Como Trump y Bolsonaro,

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