Labor, trabajo y acción

Hannah Arendt

Fragmento

libro-8

Durante esta hora escasa me gustaría plantear una cuestión aparentemente extraña. Mi pregunta es la siguiente: ¿en qué consiste la vida activa? ¿Qué hacemos cuando nos mantenemos activos? Al formular esta pregunta supondré la validez de la inveterada distinción entre dos modos de vida, una vita contemplativa y una vita activa, que encontramos en nuestra tradición de pensamiento filosófico y religioso hasta el umbral de la Edad Moderna, y además, cuando hablamos de contemplación y de acción no solo lo hacemos de ciertas facultades humanas, sino también de dos formas distintas de vida.[1] Sin duda, la cuestión tiene cierta relevancia, porque, incluso si no rebatimos la suposición tradicional de que la contemplación es de un orden superior al de la acción, o que en realidad toda acción no es sino un medio cuyo verdadero fin es la contemplación, no podemos dudar —y nadie lo ha dudado— que para los seres humanos es bastante posible pasar la vida sin entregarse jamás a la contemplación, mientras que, por otra parte, ningún hombre puede permanecer en estado contemplativo durante toda la vida. En otras palabras, la vida activa no solo es aquello a lo que la mayoría de los hombres están obligados, sino, también, eso de lo que ningún hombre puede escapar del todo, pues está en la naturaleza de la condición humana que la contemplación dependa de toda clase de actividades; depende de la labor que produce todo lo necesario para mantener vivo el organismo humano, depende del trabajo que crea todo lo necesario para dar alojamiento al cuerpo humano, y necesita la acción para organizar la convivencia de muchos seres humanos de manera que la paz, la condición para el sosiego de la contemplación, esté asegurada.

Al referirme a nuestra tradición, he descrito las tres articulaciones principales de la vida activa de un modo tradicional, esto es, sirviendo a los fines de la contemplación. Es natural que la vida activa siempre la hayan descrito quienes adoptaron el modo de vida contemplativo. De ahí que siempre se haya definido la vita activa desde el punto de vista de la contemplación; comparados con la absoluta quietud de la contemplación, todos los tipos de actividad humana parecían similares en la medida en que eran caracterizados por la inquietud, por algo negativo: por la a-skholia o por el nec-otium, el no ocio o la ausencia de las condiciones que hacen posible la contemplación.[2] Comparadas con esta actitud de sosiego, todas las distinciones y articulaciones propias de la vita activa desaparecen. Desde el punto de vista de la contemplación, no importa lo que perturbe la necesaria quietud, sino la perturbación en sí.

La vita activa, por tanto, recibió su significado de la vita contemplativa y a la vita activa se le otorgó una dignidad muy restringida porque servía a las necesidades y los deseos de contemplación en un cuerpo vivo. El cristianismo, con su creencia en un más allá, cuyos goces se anunciaban en las delicias de la contemplación, confirió una sanción religiosa a la degradación de la vita activa, mientras, por otra parte, el mandato de amar al prójimo actuaba como contrapeso de esta apreciación desconocida por la Antigüedad. Pero la definición del orden mismo, según el cual la contemplación era la más elevada de las facultades humanas, no era de origen cristiano, sino griego; coincidió con el descubrimiento de la contemplación como la forma de vida del filósofo que, como tal, se consideraba superior a la forma de vida política del ciudadano en la pólis. Lo esencial de este tema, que aquí solo puedo mencionar de pasada, es que la cristiandad, al contrario de lo que con frecuencia se supone, no elevó la vida activa a una posición superior, no la salvó de su carácter subsidiario ni la consideró, al menos no teóricamente, como algo con un significado y un fin en sí mismo. Pero, en efecto, un cambio en este orden jerárquico resultaba imposible mientras la verdad fuera el único principio universal que permitiera establecer un orden entre las facultades humanas, una verdad que, además, se entendía como una revelación, como algo esencialmente concedido al hombre, distinta de la verdad resultante de alguna actividad mental —pensamiento o razonamiento— o como el conocimiento que se adquiere a través de las actividades productivas.

De ahí surge la siguiente cuestión: ¿por qué la vita activa, con todas sus distinciones y articulaciones, no fue descubierta tras la ruptura moderna con la tradición y la consiguiente inversión de su orden jerárquico, tras la «transvaloración de todos los principios» debida a Marx y a Nietzsche? Y la respu

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