Cómo derrotar al neoprogresismo

Álvaro Zicarelli

Fragmento

PRÓLOGO

Salir del closet

“Salir del closet” es una expresión que adquirió popularidad hace no muchos años. Todavía se usa con bastante habitualidad. Se trata de una metáfora que refiere a quienes han dejado de esconder algo. Fundamentalmente, describe la acción de un individuo que asume públicamente su homosexualidad. Sale del closet porque ya no quiere esconder más su atracción por el mismo sexo.

La metáfora resulta bastante gráfica. El closet no es sólo un espacio donde se guardan cosas, sino también donde se las quita de la vista. El closet sirve también para esconder cosas. La palabra proviene de to close (cerrar o poner un obstáculo) en conjunción con el sufijo diminutivo -et. Esto hace del closet un espacio pequeño en el que encerramos cosas o les ponemos un obstáculo.

En su libro, Álvaro Zicarelli cuenta que salió del closet a los diecisiete años. Comunicó entonces a sus padres que sentía atracción por las personas del mismo sexo. Pero andando en la lectura, uno encuentra que otro closet se interpone en su vida. Ya no es un closet sexual, sino político. Al salir del closet político y asumirse como una persona de derechas, Álvaro encuentra la hostilidad de quienes lo quieren fuera de un closet, pero adentro de otro.

Hoy domina una ideología que supone que no existen los closets. La frase trillada de “tener la mente abierta” (not to close) sirve al neoprogresismo para mantener cerrado el closet político. La “mente abierta” es una frase vacía; no significa realmente nada, pero se ha convertido en pensamiento único. Quien no tenga la “mente abierta” debe entonces cerrar la boca. De ahí la cultura de la cancelación, el linchamiento mediático y la corrección política vigente.

Los closets hoy toman formas particulares. Los homosexuales deben ser progresistas, las mujeres deben ser feministas, los indígenas deben ser comunistas y los afroamericanos deben votar por Joe Biden. Quien no siga estas correspondencias necesarias, de vuelta al closet. Lo que Álvaro llama “neoprogresismo” es también un “neocolectivismo” que levanta closets por doquier. Las promesas que le formulan a las “minorías” vienen siempre acompañadas por una letra chica donde todo es a condición de hipotecar la propia visión política del mundo. Las minorías reciben un paquete cerrado, envuelto por mimos y caricias, palmadas en el hombro y sollozos victimizantes. Pero ese atractivo paquete incluye la sumisión política. Para encumbrarse en su papel de víctima, la “minoría” debe meterse en el closet político y no salir más de ahí.

Según Joe Biden, un negro que duda en votar por él o por Donald Trump, no es un negro de verdad. Mutatis mutandis, una mujer que no defiende el aborto no es una mujer de verdad (carece de “sororidad”), un indígena que no apoya a los partidos de izquierda no es un indígena de verdad, un homosexual que es de derechas no es un homosexual de verdad. El closet lo degrada a uno ontológicamente. Pero todo esto está demasiado trillado. Hace no demasiadas décadas, el relato era muy similar, pero preocupado por las clases sociales: un obrero que no hace la revolución no tiene consciencia de clase. Degradación epistemológica.

Muchas personas viven políticamente dentro de un closet. Tienen que meterse ahí dentro quienes tengan ideas “de derechas”. Los malabarismos que hacen para seguir en el closet son de antología. Habitualmente, deciden presentarse como personas “de centro”, una suerte de bisexualidad, pero en asuntos políticos. Esta es la forma más conveniente de asumir la tibieza como algo aceptable y, más aún, honorable. Otras veces, incluso llegan a decirse “de izquierdas”, pero a continuación se explica que la izquierda actual habría cambiado tanto, que por eso uno podría confundir a la persona en cuestión como alguien “de derechas”. “¡Yo soy realmente de izquierdas, de la izquierda buena!” (¿?). También es frecuente escuchar que “no se es ni de izquierdas ni de derechas, porque esas categorías son muy simples para explicar la complejidad del mundo actual”. Este último intento por permanecer en el closet pasa por alto el hecho de que la función de la diada izquierda/derecha consiste precisamente en simplificar un mundo demasiado complejo en términos políticos.

Derecha/izquierda es una diada que no representa una doctrina o una ideología particular, sino a toda una familia muy variable de ideas, sistemas de pensamiento, cosmovisiones y doctrinas. De ahí que sea también un error decir que “uno no es de derechas porque es libertario”, o que uno “no es de derechas porque es conservador”, etcétera. Esto resulta tan poco consistente como decir que “uno no es de izquierdas porque es socialista” o que “uno no es de izquierdas porque es marxista-leninista”. La diada derecha/izquierda amontona a distintos pero similares. La similitud depende de una gran cantidad de factores específicos de cada momento histórico, que incluye la relación de fuerzas políticas, los temas que dominan las agendas del momento, las variaciones dentro de los sistemas de ideas, las condiciones sociológicas imperantes, entre otros muchos.

La diada izquierda/derecha permite, por ejemplo, que Álvaro y yo, que tenemos coincidencias, pero también diferencias, nos encontremos bajo un mismo significante. Derecha/izquierda implica una lógica del encuentro. Y el encuentro es una operación política de importancia primaria. Pero el closet político inhibe todo encuentro, lo encierra a uno en la oscuridad, dejándolo aislado o, peor, buscando encuentros con los enteramente distintos. De ahí que quienes, dentro del closet, prefieren decirse de “centro” o incluso de “izquierda”, terminen siempre corriéndose a la izquierda con tal de no encontrarse con los similares de la derecha.

Lógica de la simplificación y lógica del encuentro: la diada izquierda/derecha cumple funciones demasiado importantes como para encerrarse en un closet. Las izquierdas, asumiéndose sin tapujos “de izquierda”, simplifican la variabilidad de las más disímiles posiciones que componen a su familia política, y las anudan en ese mismo significante: “la izquierda”, un mito, según el filósofo Gustavo Bueno1, que no obstante resulta necesario para su unidad.

Las derechas, en cambio, reniegan de constituir algo llamado “la derecha”. Esto merma su autoestima y su identidad política. La culpa y la vergüenza son exasperantes. Dejan a la derecha a oscuras dentro del closet. Mientras tanto, la izquierda no está afectada por ninguna culpa y ninguna vergüenza, sino que ha logrado hacer de su identidad algo cool y deseable. Decirse “de izquierda” queda siempre bien, a pesar de la enorme lista de fracasos políticos y económicos que acompañan a estas ideologías. Más de 100 millones de muertos en siglo XX se llevaron los regímenes comunistas. Las libertades individuales fueron destruidas en cada lugar donde la izquierda gobernó: la dictadura más lo

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