La divisa punzó

María Kodama
Claudia Farías G.

Fragmento

La divisa punzó

Conversación preliminar

Alles überhaupt, was lebte und wirkte, lebt und wirkt auch weiter1.

OTTO INMISCH

Mnemosyne, diosa de la memoria, madre de las musas, cuya visión abarcaba el pasado, el presente y el porvenir, inspiró a comienzos del siglo XX al historiador alemán de arte Abraham Moritz Warburg un método de investigación heurístico sobre la memoria y las imágenes. Para ello, concibió la idea de crear un Bilderatlas consistente en una “cartografía abierta” de imágenes cuyos límites fueran difusos, así como sus definiciones.

Warburg nos proponía una red de relaciones nunca definitiva que reflexionase acerca de la imagen. Con esta tarea, pretendía que el atlas difiriera del catálogo, que propone una sistematización ordenada, cerrada a partir de criterios fijos previamente establecidos. En su Bilderatlas Mnemosyne desplegó la idea como “una máquina para pensar las imágenes, un artefacto diseñado para hacer saltar correspondencias, para evocar analogías”. Se trata, pues, de una cartografía abierta, de límites semánticos difusos.

A semejanza de esos Bilder de Warburg, en nuestras largas conversaciones de los domingos, día que consagramos al estudio de la fascinante lengua de Japón, fueron surgiendo ciertas pluralidades discursivas. Libros, documentos, cartas, memorias, detalles, emergieron de modo fragmentario para dar cuenta de su Nachleben (que en el lenguaje de Warburg adquiere, al menos, tres significados: influencia, pervivencia y supervivencia). El punto de partida fue la lectura azarosa de un comentario sobre los Escritos póstumos, de Alberdi. Allí se refería su encuentro con Rosas en Inglaterra y el horror que produjo en el gran jurista tucumano el juicio llevado en su contra in absentia, por el que se confiscaron sus bienes y se lo condenó a muerte.

A partir de esa lectura, investigamos y desplegamos los argumentos, con sus tesis y antítesis, deteniéndonos en los aspectos que más llamaban nuestra atención, lo que fue formando el mapa del viaje hacia la circunstancia de “el hombre de la divisa punzó”. Más tarde, la pandemia hizo que esas conversaciones y lecturas fueran telefónicas, y la forzada quietud incentivó nuestro deseo de investigar. Fuimos tomando notas de todo lo recabado y discutido hasta concebir la idea de escribir este libro, como una cartografía abierta en la que el pasado, el presente y el porvenir entrelazan su Nachleben.

Esta cartografía contiene o insinúa una cierta verdad, pero también un interrogante, puesto que las clásicas cuestiones y los postulados de la Filosofía de la Historia surgen de manera espontánea al estudiar a un personaje como Rosas y los superpuestos discursos que constituyen el relato de su accionar y de su época. Esto se cumple tanto en las tradicionales postulaciones sobre el sentido y la meta de los acontecimientos históricos de los clásicos del siglo XIX como en los preceptos contemporáneos de los llamados “narrativistas”, que ponen el acento en los historiadores como emisores de un discurso que aspira a la objetividad descriptiva pero que, sin embargo, se encuentra muchas veces cercano a la narrativa literaria.

Tulio Halperin Donghi señala que, si bien luego de su largo ostracismo Rosas ocupó un lugar en el “panteón de héroes nacionales”, en su imagen propiamente historiográfica la situación no es la misma. Por nuestro lado, luego de haber leído gran parte de una bibliografía que parece infinita, en la que se exhiben las contradictorias tesis dominantes entre los historiadores que tratan el tema, nos inclinamos por analizar tres libros pioneros escritos en las postrimerías del siglo XIX. Sus autores, jóvenes de raigambre liberal y relacionados de diversos modos con el pasado —reciente para ellos—, se formularon un profundo interrogante que respondieron con admirable honestidad intelectual. Estos libros tienen un interés adicional: el estilo narrativo atravesado por la época en que fueron escritos, en el que subyace su propia visión de nuestro país y de las filosofías imperantes; lo mismo sucede con las citas textuales de los documentos y las cartas que se reproducen.

El primer libro es un clásico ineludible hasta el día de hoy para quienes emprenden el estudio de la época de Rosas. Se trata de Historia de la Confederación Argentina, de Adolfo Saldías, autor que abrevó en las enseñanzas de Sarmiento, de quien fue colaborador, y de Bartolomé Mitre, a quien llamaba “maestro”. Estos antecedentes, sin embargo, no le impidieron escribir con objetividad su libro. Luego de leerlo, Manuelita Rosas decidió obsequiarle gran parte del archivo que su padre había llevado al exilio.

Ernesto Quesada, autor del segundo libro que nos ocupa, visitó siendo muy joven a Rosas en Southampton junto a su padre Vicente Quesada, quien, años más tarde, con Carlos Casares y Rufino Varela, firmaría el decreto que prohibía decir una misa por la muerte del Restaurador. Aquel joven, convertido en un erudito formado en Alemania, se casó con una nieta del general Ángel Pacheco, y al analizar el archivo del que fuera gran protagonista de la época rosista, emprendió la tarea de escribir, con su método y criterio, La época de Rosas. Lo hizo guiado por una honda convicción histórica que lo obligó a apartarse del espíritu que en un primer momento se había propuesto darle a su obra, según él mismo confesó.

El tercer libro es obra de un chileno cuyas ideas liberales le valieron el exilio de su patria: Manuel Bilbao. En su juventud, escribió una Historia de Rosas, que el Restaurador alcanzó a leer con sumo desagrado y criticar en varias cartas. Pasado el tiempo, al entrar en contacto con diversos sobrevivientes de esa época, Bilbao conoció a Antonino Reyes, antiguo edecán de Rosas. Su relato de los tiempos que protagonizó, sumado al juicio del que fue objeto —interesante ejemplo de discurso judicial devenido alegato político y relato histórico—, llevó al chileno a escribir Vindicación y memorias de Don Antonino Reyes.

La segunda parte de nuestro recorrido está constituida por la correspondencia entre José de San Martín y Juan Manuel de Rosas. El intercambio epistolar, que se extendió a lo largo de doce años, habla por sí mismo y nos permite comprender diversos aspectos de los personajes, así como del destino que los entrelazó, del que es parte fundamental el legado de la espada, verdadero Excalibur criollo por la potencia de su valor simbólico.

La visión que tuvo el mundo sobre Rosas y los acontecimientos de la Federación, expresada en cartas, libros, periódicos y memorias de grandes personalidades, componen la tercera parte.

En la cuarta y última, citamos y analizamos los documentos emitidos por el propio Restaurador: cartas fundamentales, un relato literario, anotaciones y citas de su “libreta”, el Diccionario de la lengua pampa y su protesta frente a la sentencia dictada en su contra en el juicio in absentia que denostó Al

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